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Tribuna
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Constitución: cerebro y corazón de España

La Constitución Española cumple 35 años. Todo aniversario requiere un balance, ya sea personal o colectivo. Además, si la efeméride coincide con una fecha redonda, el repaso sosegado torna a imprescindible. Hoy, hace tres décadas y media, los ciudadanos votaron y apoyaron de forma masiva el texto y las reglas de convivencia que deseaban otorgarle a nuestro país, un país llamado España. Con aquel referendo, los españoles construyeron su futuro.

Ahora estamos en ese futuro. Y seguimos construyéndolo. Vivimos en 2013 y listar los avances que han modernizado nuestra nación a lo largo de los últimos decenios, detallar todos los aspectos en los que España es una nación mejor que en 1978, sería tarea imposible por exhaustiva; pero, desde luego, los avances que hemos hecho como nación son palpables.

La Constitución era el mejor instrumento para construir un futuro común

Sin embargo, nunca está de más recordar que, sin aquella Carta Magna, España no sería ahora lo que es para el resto del mundo: la quinta economía europea, la cuarta de la zona euro, y un país a la cabeza en desarrollo social, una nación próspera y fuerte, un proyecto común y solidario. A la Constitución de 1978 le debemos nuestra prosperidad, porque estableció el marco necesario para nuestro desarrollo como estado social y democrático de derecho.

La reforma no es deseable ni oportuna al no existir un fin claro para hacerla

Porque nada de esto hubiera sido posible de no ser porque la Constitución nació de la unidad de todos los españoles. "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado", proclama en su artículo primero la Carta Magna. Con esta sencilla frase, los constituyentes devolvían el poder absoluto de la nación a sus ciudadanos.

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A veces, con el paso de los años, se olvida qué es lo que nos ha traído hasta aquí y cuáles son nuestros orígenes. La Constitución era el mejor instrumento para construir un futuro común y también lo es para seguir construyéndolo desde este 2013.

Desde el Partido Popular siempre hemos defendido que la Constitución española es tan rica, tan plena, que permite cualquier debate sobre su propia condición. Pero nunca hay que olvidar sus primeros artículos, que son los que consagran la importancia de una decisión adoptada entre todos los españoles sin excepción y otorga a todos el derecho a decidir sobre nuestro futuro como país. Estos artículos son a la vez cerebro y corazón del texto y, por lo tanto, cerebro y corazón de España, con el reconocimiento de su pluralidad, que es parte intrínseca de su riqueza.

Solo aquellos que no creen en el espíritu de lo que se firmó y se votó por todos los españoles hace 35 años pueden ver lo que no existe. Solo aquellos que no creen en la solidaridad y en una nación común piden un desarrollo que no sería mejorar, modificar, retocar o actualizar el texto constituyente; sería hacer otro muy distinto, un texto nuevo. Sobre todo, sería hacer otro que pervertiría el principio fundamental que ha erigido la sociedad en la que ahora convivimos: este país lo hacemos entre todos.

La Constitución es un pilar de nuestra sociedad demasiado serio como para ponerlo de excusa para nada. Mucho menos para usarla como parapeto de intereses personales, partidistas o espurios. La financiación diaria de las administraciones, los recursos tributarios y su reparto, las disputas territoriales o competenciales de menor rango... El cuerpo legislativo español contiene normas suficientes como para no recurrir, a cada problema que surja, a la mayor de nuestras leyes.

Si queremos abrir la Constitución, si pretendemos embarcarnos en una misión tan relevante, habrá que hacerlo con el máximo de los respetos y con el mayor consenso posible. Como mínimo, con la misma base de acuerdo que la lograda en su génesis. Y con mayor respeto si cabe. Una posibilidad que en estos momentos no es deseable ni oportuna al no existir un fin claro para hacerlo y al que nuestra Constitución no responda.

Sin embargo, la Carta Magna alcanza hoy los 35 años de vigencia y no hay que tener miedo a adaptarla a los tiempos. España ha avanzado como país, social y económicamente, y, entrados ya en el siglo XXI, hay ciertos aspectos, como la prevalencia del varón en la sucesión de la Corona, que no casan con el signo de los tiempos y con lo que se espera de una sociedad igualitaria. Pocos españoles pondrán objeciones a este retoque de sentido común. Precisamente, el consenso previo que se detecta entre los ciudadanos a este respecto es también un ejemplo de lo mínimo que le debemos pedir a cualquier reforma futura.

Nuestra Constitución y un ordenamiento jurídico estable, que nos dote de seguridad jurídica, son pilares fundamentales para seguir avanzando en el fortalecimiento de nuestro país. Una España rica, plural, diversa, con un futuro que será más prometedor cuanto más luchemos todos por forjarlo. Con independencia del camino que elijamos para llegar a la meta, sólo si el objetivo es compartido, el éxito estará garantizado.

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