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Muere el exgeneral Alfonso Armada, uno de los cerebros del golpe del 23-F

El exmilitar de 93 años fue condenado a 30 años de prisión por su implicación en el golpe del 81

Armada, en el centro y de uniforme, sale del Congreso tras el intento de golpe del 23-F.
Armada, en el centro y de uniforme, sale del Congreso tras el intento de golpe del 23-F.MARISA FLÓREZ

El exgeneral Alfonso Armada Comyn, fallecido este domingo en Madrid a los 93 años, fue uno de los principales artífices de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, y al mismo tiempo, la gran víctima de su fracaso. Armada pretendía hacerse con la presidencia del Gobierno ante un Congreso capturado por los guardias civiles al mando del entonces teniente coronel Antonio Tejero. El golpe estaba tan mal preparado que Tejero, ignorante de esa parte del plan, se negó rotundamente a permitírselo. Arrestado tras el fracaso del golpe, Armada fue juzgado y condenado. Indultado en 1988, ha llevado una vida discreta hasta su fallecimiento, ocurrido ayer en Madrid.

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Nació el 12 de febrero de 1920, en el seno de una familia monárquica militante. Se sumó como voluntario a los militares sublevados contra la República y participó después en la División Azul. En España formó parte del grupo encargado de dar clases al príncipe don Juan Carlos, traído a Madrid por voluntad del general Francisco Franco para ser educado bajo sus reglas. Armada pasó varios años (dos en la Escuela Superior de Guerra en París, otros posteriores en las secretarías de varios ministros militares) hasta el reencuentro con don Juan Carlos, de quien comenzó a ser ayudante en 1965. Diez años después, cuando el entonces príncipe de España fue proclamado Rey, Armada fue designado secretario general de la Casa del Rey.

La cercanía a don Juan Carlos se rompió en 1977, cuando el general Armada abandonó La Zarzuela en pleno desarrollo de la transición de España a la democracia. Era contrario a muchos de los planes de Adolfo Suárez, en aquel tiempo el jefe del Gobierno que conducía el proceso de transición a la democracia. Armada aseguró públicamente que Suárez no le había echado de La Zarzuela, sino que su apartamiento fue voluntario, con la finalidad de proseguir la carrera militar; pero las divergencias existieron claramente. Fue sustituido por Sabino Fernández Campo en La Zarzuela mientras Suárez proseguía al frente del Ejecutivo, ganaba elecciones, impulsaba la elaboración de la Constitución y autorizaba la puesta en marcha de las autonomías. Todo ello, sumado a los zarpazos terroristas de ETA, provocaron la mayor alarma de los sectores involucionistas y, sobre todo, de un estamento militar que había hecho la guerra junto a Franco y se resistía a aceptar una democracia con comunistas y socialistas.

A finales de 1980, con varias intentonas de golpes de Estado en marcha, el rey don Juan Carlos tuvo interés en que Armada regresara a un cargo en Madrid. Pretendía volver a tener cerca a quien podía estar en el seguimiento de los elementos militares más peligrosos. Adolfo Suárez, como presidente del Gobierno, se opuso rotundamente a esa sugerencia. Armada estaba en Lérida, donde tuvo ocasión de celebrar una más que polémica comida con Enrique Múgica, en aquel tiempo dirigente del PSOE encargado de las relaciones con los militares. Solamente la dimisión de Suárez, a finales de enero de 1981, desbloqueó el nombramiento de Armada como segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, lo cual le permitió volver a Madrid cuando faltaban pocas semanas para el intento golpista del 23-F.

Armada ya era conocedor de los planes del teniente general Jaime Milans del Bosch, que quería dar un golpe de fuerza al estilo de los pronunciamientos militares del siglo XIX. La dimisión de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno le cogió con el golpe a medio preparar. Él no era el hombre mejor conectado con los sectores influyentes que deseaban revertir la democracia: el general Armada sí lo era, además de tener fama de haber recuperado la relación con el rey don Juan Carlos. En la tarde del 23-F, poco antes de la ocupación del Congreso por las fuerzas de Tejero, otro pequeño grupo de leales a Milans del Bosch intentó sublevar a la división acorazada Brunete; de hecho, diferentes acuartelamientos se entregaron a febriles preparativos para armar y municionar a las tropas que debían ocupar Madrid. Si eso no llegó a ocurrir, fue por la actitud de Sabino Fernández Campo, que, a preguntas del jefe de la Acorazada, de si estaba Armada en La Zarzuela, le contestó: “Ni está ni se le espera”. Al tiempo, Fernández Campo advertía al Rey contra las intenciones de Armada de presentarse en palacio y la invocación que se hacía de su nombre entre los golpistas.

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Horas más tarde, Armada intentó ofrecerse para presidir un Gobierno de salvación, al tiempo que ponía aviones a disposición de los guardias civiles sublevados para abandonar España. Tejero se negó rotundamente a ambas cosas —él no había asaltado el Congreso para eso— y frustró la última posibilidad de poner en marcha una versión improvisada de la solución Armada que tanto había acariciado su autor y los elementos de la sociedad civil que le apoyaban.

Armada todavía regresó a la mañana siguiente al Congreso, esta vez para negociar la rendición de los sublevados. Él se ocupó de resaltar esa actitud como su verdadera contribución al 23-F y de ahí la incomprensión pública que manifestó siempre hacia el hecho de ser arrestado, juzgado y condenado como uno de los principales autores de la intentona. Tras una primera sentencia a solo seis años de prisión —a diferencia de Milans o Tejero, castigados con mayor dureza— el Tribunal Supremo dictó contra él la sentencia definitiva de 30 años de cárcel y pérdida de empleo militar, en 1983. Pero permaneció pocos años entre rejas: en la Navidad de diciembre de 1988, el Gobierno socialista le indultó. Desde entonces ha vivido entre su pazo de Santa Cruz de Rivadulla (A Coruña) y Madrid, donde ha fallecido el 1 de diciembre de 2013. El sepelio de sus restos está previsto para el martes próximo en el cementerio de San Isidro de Madrid.

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