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Columna
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Solbes / Zapatero

Antonio Elorza

Apenas pasadas las elecciones de 2008, empezaron a hacerse visibles los signos de un cambio de coyuntura económica, incluso antes del hundimiento de Lehman Brothers. También pudo comprobarse muy pronto que el recién confirmado presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, no estaba dispuesto a que un diagnóstico realista enturbiara su proverbial optimismo. El término “desaceleración”, utilizado por el ministro Solbes en el debate preelectoral con Manuel Pizarro, por el PP, se convirtió en un mantra que permitía conjurar el proscrito de “crisis” en el discurso oficial del socialismo. Como soy contrario al toreo a toro pasado, dentro de mi oposición al toreo en general, citaré unas observaciones incluidas en un artículo mío de este diario, Sin agua de mayo, publicado el 14 de junio de ese año, donde censuraba la insistencia del presidente en rehuir el análisis de la situación: “Entrar en ese resbaladizo terreno suponía abordar el tema de las causas de la crisis y, consecuentemente, de las responsabilidades gubernamentales al ignorar los riesgos derivados del crecimiento, espectacular pero asentado sobre supuestos muy frágiles a medio plazo, el famoso ladrillo”, a lo que se sumó la subida de precios del petróleo. Sin ser economista, bastaba haber leído el estudio de Galbraith sobre la crisis del 29 para pensar que esa ceguera voluntaria podía tener un desenlace con título de filme de Bogart: Más dura será la caída.

Me extrañaba entonces que el ministro Pedro Solbes, hombre competente y riguroso, hubiese apadrinado ese diagnóstico de la situación económica, “desaceleración” incluida, más allá de las elecciones y antes de las mismas, con ocasión del famoso debate Solbes-Pizarro. En el mismo obtuvo una clara victoria, convirtiéndolo en plataforma de lanzamiento para el triunfo en las urnas de Zapatero. Joaquín Estefanía lo calificó de debate entre marcianos, por lo lejos que quedaba la situación real del país. Cierto, pero hubo unos marcianos más iguales que otros. Pizarro acertó de entrada al advertir que “hay una crisis de modelo, el modelo de ladrillo y consumo”. Solo que pensando en los intereses económicos del PP se quedó ahí. En cuanto a Solbes, tomó nota de la observación y resolvió el asunto con una larga cambiada, prosiguiendo con la enumeración de cifras positivas en otros órdenes, que permitían augurar la superación de las “turbulencias”. En sus Recuerdos, nada dice sobre la propia responsabilidad al silenciar que el motor del crecimiento, ladrillo y consumo, renqueaba desde meses atrás. Su desaforado optimismo, aval de la gestión de Zapatero, estaba fuera de lugar.

A partir del verano de 2008 se inicia el calvario de Solbes, confirmado como ministro, al ver cómo sus propuestas de rectificación de la política económica son desoídas una tras otra. Para ZP, debía seguir la carrera ciclista del crecimiento para adelantar a Francia. Todo culmina con el rechazo al plan de acción de Solbes en enero de 2009, cuya existencia niega el círculo de ZP. Existían antecedentes, siendo vox populi años atrás la tajante oposición a los planteamientos financieros del Estatuto catalán, sin por ello dimitir. En el dilema entre sus análisis económicos y el sentido de responsabilidad ante el Gobierno del cual formaba parte, Solbes optó siempre por lo segundo. Incluso para dimitir, espera dos meses a que le dimita Zapatero. Hoy lo explica en su autobiografía y resulta difícil suscribir que tal elección fuese acertada.

El exvicepresidente nada dice en sus memorias de su responsabilidad al callarlos problemas del ladrillo

Sobre todo porque no fue algo transitorio, sino el resultado de una forma de gobernar cuyas claves Solbes nos ofrece. Zapatero era “una persona con ilusión y buena voluntad, pero con enfoques muy distintos” a los suyos. Dicho de otro modo, sin preparación para afrontar problemas de gravedad y, según muestran estos Recuerdos, dispuesto siempre a adoptar por sí y ante sí soluciones populistas y de rendimiento inmediato y sobre todo a imponerlas de un plumazo, sin esperar a la posible argumentación en contra de los especialistas de su propio Gobierno. Para avalar tales ocurrencias, ahí estaba su Oficina Económica. De ahí decisiones demagógicas tales como el cheque-bebé o los 400 euros regalados del IRPF. Para Solchaga, Zapatero se comportaba como un Papá Noel. Añadiríamos que como un Papá Noel autoritario.

Pronto podremos leer El dilema, las memorias de Zapatero. Con toda seguridad el expresidente intentará en ellas encubrir el balance de su gestión tras la cortina de humo de una crisis internacional cuyos efectos para España nadie habría previsto, y con la eximente de que sus errores respondieron a la prioridad otorgada siempre en la política económica a la defensa de los débiles. Gran sufrimiento el suyo.

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