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Columna
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Agendas

Enrique Gil Calvo

La clave de la política en la democracia de audiencia audiovisual reside en un solo resorte estratégico: el arte de fijar la agenda. Ejercerá el control y llevará la sartén por el mango quien determine el ranking jerárquico de los principales problemas a resolver por orden de prioridades. Y esto lo sabe perfectamente Alfredo Pérez Rubalcaba, que gracias a eso continúa siendo el líder del partido socialista. Por eso, al abrir la Conferencia Política que organizó para tratar de salir del agujero en que se halla metido el PSOE desde mayo de 2010, marcó la agenda de la reunión con una frase lapidaria: “Primero, el proyecto; y después, el candidato”. Así anulaba las agendas políticas de todos aquellos pretendientes que pretendían poner sobre la mesa el debate de las primarias destinadas a renovar el liderazgo del partido. Pues gracias al apoyo de la baronesa andaluza, Rubalcaba se llevó el gato al agua: primero las ideas, después las personas.

Toda una contradicción en los términos, porque equivale a poner la carreta delante de los bueyes. El sentido común determina que primero hay que elegir conductor para que después proceda a fijar y establecer una agenda política que pueda asumir como propia. De ahí que en las primarias cada candidato deba presentarse con su propio esbozo de proyecto propio bajo el brazo. Y en cuanto sea elegido el nuevo secretario general, lo primero que hará lógicamente es orillar el proyecto surgido de esta conferencia para pasar a rediseñar otra nueva agenda. A no ser que interpretemos la frase de Rubalcaba como un lapsus freudiano que revelaría su propia agenda oculta de repetir como candidato electoral, dada su autoría última sobre la ponencia marco.

Rubalcaba debe ser como Moisés: dotar al partido de unas ‘tablas de la ley’ y dejar paso a otro líder

Y esto revelaría un doble error garrafal. Primero, Rubalcaba no debe seguir siendo el líder electoral del partido. Y no debe serlo porque encarna en su propia persona todas las responsabilidades políticas que la ciudadanía reprocha al partido socialista tras la malhadada ejecutoria del Gobierno Zapatero. Es verdad que en el haber de Rubalcaba cuenta mucho haber reconducido el llamado proceso de paz, una vez que ante su evidente fracaso fue llamado para ocupar el Ministerio del Interior. Pero esa cara positiva está doblemente contrarrestada por las dos cruces con las que debe cargar Rubalcaba. La primera fue la de negociar la versión definitiva del nuevo Estatuto catalán que después desnaturalizaría el Tribunal Constitucional, tras cepillar el anteproyecto que Zapatero había pactado con Artur Mas. De aquel éxito político de Rubalcaba procede el actual maremoto secesionista que hoy nos amenaza. Y su segunda cruz fue respaldar el giro hacia el austericidio adoptado por el Gobierno de Zapatero en mayo de 2010. Semejante traición a sus señas de identidad socialdemócrata, que ha hundido al pueblo español en la devaluación, la deflación y la depauperación, es algo que las bases socialistas jamás perdonarán.

Por eso la misión de Rubalcaba no puede ser la de liderar al partido cuando concluya su travesía del desierto sino la de actuar como Moisés, encargándose de dotarlo de unas nuevas tablas de la ley capaces de refundarlo, pero solo para dejar después el paso a otro nuevo líder electoral que lo conduzca hasta la tierra prometida. Y con esto llego al segundo error garrafal cometido en esta Conferencia Política, que no tenía que diseñar una nueva agenda política para concurrir al próximo ciclo electoral (eso solo podrá hacerlo el futuro líder por elegir), sino algo previo mucho más básico y necesario: los nuevos mandamientos destinados a refundar institucionalmente el partido.

Las propuestas políticas adoptadas en la conferencia como catálogo de promesas electorales están muy bien, pero presentan un problema, y es que precisan indefectiblemente del consenso con el PP, que este se negará a prestar. Y si lo prestase aún sería peor, pues significaría caer en el denostado bipartidismo. No, lo que ahora había que proponer no era una nueva agenda política para España (federalismo, reforma fiscal, etc.), sino una nueva agenda interna de reforma institucional para el propio PSOE. El partido socialista no necesita ahora un programa político que merezca la aprobación de sus electores y el consenso del Gobierno, sino algo previo muy distinto. Antes de eso, el PSOE tiene que dar ejemplo de regeneración moral con acciones que solo dependan de sí mismo. ¿Qué acciones? Una verdadera autocrítica que reconozca, asuma y depure todas sus responsabilidades sin descargar las culpas en los rivales; una reorganización institucional, que renuncie para siempre a la actual cooptación oligárquica; y una promesa creíble de accountability cívica que le permita restaurar su capacidad de representación, recuperando la confianza de sus electores.

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