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¿Dónde estás, Mariano?

Los más agrios pasaron de insultos a los de ‘La marea blanca’ a culpabilizar a Rajoy

Luis Gómez
La mujer de la controvertida pancarta, ayer, en Colón.
La mujer de la controvertida pancarta, ayer, en Colón.álvaro garcía

Desde que ya no está Zapatero, hay gente que no se manifestaba en Madrid o que se ha podido manifestar muy poco. Y eso se notaba en el ambiente de la cita de Colón: había ganas de gritar, pero no la unanimidad de otras ocasiones. Claro está que si hay que hacerse valer, siempre hay una derecha que grita más.

Algunos manifestantes se toparon una hora antes con los defensores de la sanidad pública (la marea blanca). La posibilidad de que algunas personas pudieran simultanear ambos actos se auguraba remota. La realidad demostró que era imposible. El choque no fue violento y al grito de “¡terroristas de bata blanca!” y “provocadores”, los sanitarios se fueron alejando.

En uno de los lados que rodea la fuente de Colón se situó una señora envuelta en una bandera española. Vestía pantalón vaquero, camiseta blanca, gafas de pasta, pulsera con los colores de la bandera. La señora sujetaba un póster tamaño folio con los rostros de Gallardón, Rajoy y Rubalcaba detrás de la imagen de un terrorista encapuchado que sujetaba una pistola. El papel rezaba: “ETA asesina, Gobierno UE cómplices, cadena perpetua o pena de muerte”. La señora sujetaba ese folio en su pecho. Y, de vez en cuando, gritaba: “¿Dónde estás, Mariano?”.

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La señora lo decía ajena a cuanto sucedía a su alrededor, sin darse cuenta de que estaba originando un debate entre los presentes. “¿Dónde estás, Mariano?”, repetía. Se acercó, entonces, una persona, y le increpó: “¡Ponga a Zapatero y a Guerra, que siguen pactando!”.

La mujer se defendió gritando que había perdido un hijo en “la República Argentina”, a lo cual un señor malencarado, con el brazo en cabestrillo, le respondió con un insulto: “¡Ponga ahí a Felipe que pactó con los terroristas y sigue pactando!”. La mujer irrumpió en lágrimas y siguió diciendo: “Yo he perdido a un hijo en la República Argentina y tengo derecho a decir lo que quiera, ¿dónde estás Mariano?, ¿dónde estás Mariano?”.

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-¡Hija de puta, ¿y Zapatero? ¿Por qué no preguntas por Zapatero?, se escuchó.

La bronca ocasionó la formación de pequeños debates entre la gente, como si hubiera que demostrar quién era más digno de estar ahí. Surgió, entonces, un hombre corpulento y se dirigió a todos cual improvisado líder.

-Aquí estamos los buenos. Los que no están aquí no son los buenos, pero debemos estar unidos. Si han matado a un familiar de esta mujer, tiene derecho a decir lo que quiera.

“¡Tiene razón la señora!,¡ Rajoy no está!”, intercedió un señor mayor. “Rajoy es un traidor, ¡Aguirre al poder!”, respondió un manifestante con unos tirantes rojos. “Debemos estar unidos porque nosotros somos los buenos”, volvió a añadir el líder improvisado.

"Aquí estamos los buenos. Los que no están aquí no son los buenos, pero debemos estar unidos"

La señora era para entonces un baño de lágrimas, se había sentado a llorar y empezaba a ser consolada por otras mujeres, mientras el señor del cabestrillo la volvía a increpar. “¡Pon a Zapatero!”

-Mi hijo murió en la república…!, repetía la mujer.

“¡Y a mí que me importa que haya muerto en Argentina!”, le espetó a un metro de distancia, mientras las mujeres le reprochaban que la tratara así.

Algunas le daban la mano. Otras se acercaban y se hacían una foto con ella. Una corriente de solidaridad se despertó a su alrededor. La actitud de la mujer había provocado pequeños corros de gente que comentaba sobre si el actual Gobierno tenía culpa. “Pues yo a Rajoy no le pienso votar”, se oía en un grupo de cuatro personas.

Terció de nuevo el pacificador y dedicó un aplauso a la mujer, que se rehízo, se volvió a subir al lateral de la fuente y posó para los fotógrafos, mientras volvía a gritar: “¿Dónde estás, Mariano?”.

La mujer para entonces se había convertido en objetivo de algunos cámaras, de otros concentrados y, entre ellos, de un señor que llevaba un visible cartel junto a una bandera española con un agujero en medio y una leyenda que decía “mejor una dictadura que esta democracia”. El hombre repartía folletos de la denominada Unión Nacional Independiente Reconstitucional.

A pesar de que los discursos ya habían comenzado, la mujer de vez en cuando rompía el silencio: “Mariano, ¿dónde estás?” que, en alguna ocasión alternaba con un “¿Rubal, dónde estás?” (no mencionaba el apellido completo) o un más diáfano ¡viva la Guardia Civil!”.

Algunas mujeres se preguntaron extrañadas por su familiar muerto en Argentina. El equívoco permaneció durante toda la concentración entre los asistentes: la mujer no se refería a la Argentina, sino al atentado provocado por ETA en la plaza de la República Argentina (8 de septiembre de 1985, donde murió un ciudadano americano, fueron heridos 16 guardias civiles, y algunos murieron tiempo después a consecuencia de las heridas).

Cierto es que una mayoría de gente asistió a todos estos hechos en silencio y con respeto. Y que no se inclinó en el debate sobre Rajoy. Pero siempre hay una derecha que por gritar más, no escucha. Y sembró la confusión.

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