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El último golpe de aikidoka

El declive de su negocio llevó al protésico José Luis Isidro a probar suerte como atracador Usaba la filosofía de la lucha japonesa: derrotar al enemigo sin dañarlo

José Luis Isidro Casas, en la portada de su libro "Aikido, más allá de las técnicas".
José Luis Isidro Casas, en la portada de su libro "Aikido, más allá de las técnicas".

Sin violencia. Sin gritos. Con serenidad. José Luis Isidro Casas, de 51 años, entraba en los bancos, decía que estaba allí para llevarse todo el dinero, esgrimía una pistola (inutilizada) y pedía tranquilidad. Lo hacía con el aplomo que había adquirido a lo largo de muchos años de práctica de aikido, un arte marcial de origen japonés que busca disuadir al enemigo más que derrotarlo. Después, esperaba 10 o 15 minutos —lo que tardara en abrirse de par en par la caja de apertura retardada— y se iba. ¿Seguro que es él?, preguntan aún incrédulos quienes lo conocen. ¿Por qué ese hombre calmo, pacifista, protésico dental, maestro de aikido, instructor de guardaespaldas, autor de varios libros, está ahora entre rejas?

La policía afirma que Isidro se lanzó al precipicio hace dos años, agobiado por la crisis: le iba mal su taller de protésico, se había roto su matrimonio, su novia abogada estaba en paro y las facturas no paraban de crecer. Intentado salir del agujero, empezó a asaltar oficinas bancarias de Madrid armado con una vieja pistola Star que tenía legalmente registrada.

En uno de sus libros relata que se inició en la práctica del aikido de forma casual: “Cuando tenía 12 años, el destino o la casualidad hizo que conociera a un joven estadounidense en la cola de un cine. Este chico, que iba acompañado de una amiga, fue molestado por dos jóvenes pendencieros, de muy mala reputación, del barrio de San Blas. El muchacho, tímido y aparentemente indefenso, inmovilizó en un parpadear de ojos al más fuerte de los agresores, sin apenas despeinarse”. Ese chaval era hijo de un militar norteamericano que daba clases de lucha oriental en su chalé.

El presunto atracador, según fuentes policiales, solo admite el último de sus golpes: el perpetrado el pasado 9 de octubre en una sucursal de La Caixa de la calle de Albania, de donde se llevó 99.660 euros y 3.435 dólares. Pero los investigadores del grupo XII de la Brigada Judicial de Madrid le achacan otros cuatro asaltos: el 18 de agosto de 2011 en una Caja de Ahorros del Mediterráneo de la avenida del Ensanche de Vallecas, cuyo botín fue de 1.800 euros; el 26 de julio de 2012, en La Caixa de la misma calle, con un botín de 82.160 euros; el 30 de noviembre de 2012, el robo frustrado en una Caixa de la calle de Julián Camarillo, esquina a la de Albadalejo, y el 19 de junio de 2013 el asalto a una Caixa de la calle Seis, de donde se llevó 60.195 euros.

Los empleados y clientes le reconocen en todos los casos, excepto en el primero de los golpes de Vallecas. Y eso que Isidro era un maestro del arte del disfraz. Una veces se vestía de anciano, con su peluca, su barba y su bastón. En otras ocasiones simulaba ser un bróker, con su traje y su maletín. Aparte de desfigurar sus facciones metiéndose gasas quirúrgicas en la boca, a veces se ponía lentillas para oscurecer sus clarísimos ojos o bien se calzaba unas gafas de sol. Durante dos años, los policías antiatracos estudiaron las imágenes captadas por las cámaras de videovigilancia de los bancos. Persiguieron a un fantasma sin nombre que a ratos les recordaba mucho al famoso Jaime Giménez Arbe, El Solitario, el hombre que les mantuvo en jaque durante 13 años hasta que lo cazaron en Portugal en 2007.

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Isidro era un maestro del disfraz. Unas veces iba de anciano, otras de bróker. Pero le delataron sus ojos claros

La pista saltó tras el atraco de la calle de Albania, en el barrio de Las Rosas. Isidro salió de la oficina, camuflado de anciano... y echó a correr. Una pareja vio cómo se paraba de repente junto a un coche. Tras unos segundos de duda, el supuesto atracador siguió su camino.

Los testigos comentaron a la policía lo que habían visto. Así que los agentes de la Brigada Judicial fueron hasta el coche y comprobaron que su dueño era un vigilante jurado, domiciliado en la calle de Sofía. Hasta allí fueron dos inspectores. Llamaron al timbre y les salió a abrir un hombretón que dijo ser amigo del vigilante y explicó que este se hallaba fuera.

—¿Nos puede mostrar su identificación?, le interpeló un policía, para comprobar así que realmente no era el sujeto buscado.

—Sí, sin ningún problema, respondió, a la vez que les alargaba un DNI expedido a nombre de José Luis Isidro Casas.

Los agentes telefonearon a su jefe y le comunicaron que el vigilante al que pertenecía el coche sospechoso no estaba en su casa y que allí les había atendido su amigo José Luis Isidro Casas, quien estaba allí asilado después de discutir con su novia.

En un golpe de iluminación —o de suerte— el inspector decidió consultar en sus archivos y obtener una foto de esa persona. Al verla, a otro compañero —fino y reputado fisonomista— le dio un pálpito:

—¡Tiene los mismos ojos, la misma nariz, que el tío que aparece en los vídeos de los atracos que nos están volviendo locos!

El jefe del grupo XII agarró la foto del tal Isidro y fue al despacho contiguo, donde en ese mismo momento estaban prestando declaración los empleados de la sucursal asaltada. Y, al ver el retrato, los empleados no lo dudaron: “Sí, sí... Es él. Tiene los mismos ojos”.

Después de tan inesperado y rocambolesco golpe de fortuna, los sabuesos de la Policía Judicial volvieron sobre sus pasos y regresaron a la casa de la calle de Sofía, donde pusieron los grilletes al inquilino que les había atendido un rato antes.

Al registrar la vivienda, los investigadores localizaron una maleta con un montón de billetes de 20 y 50 euros, un fajo de dólares, gasas quirúrgicas y unas gafas de sol. Ante tales indicios en contra, el sospechoso se rindió a la evidencia y admitió que él había sido el autor del robo. Tras sufrir una crisis de ansiedad, tuvo que ser hospitalizado antes de ser encarcelado en Soto del Real (Madrid).

Tal vez ahora relea en la cárcel lo que él mismo escribió en uno de sus libros: “La vida del hombre es un camino lleno de dudas y vacilaciones; y solo aquel que reflexione y medite sobre el camino andado, llegará a la certeza que borrará de su mente toda duda” (Reflexiones de un guerrero, publicado por Librería Argentina). Esta misma firma también le editó Aikido policial. Manual práctico del guardaespaldas e incluso un volumen de poesía.

Ningún vecino del barrio de Las Rosas acaba de entender qué fue lo que empujó al polifacético protésico dental y reputado aikidoka a añadir un nuevo perfil a su biografía: el de presunto atracador de bancos.

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