_
_
_
_
_
falsos culpables

Y Óscar encontró el respeto

Óscar Sánchez pasó 626 días preso en cárceles italianas al ser confundido con un narcotraficante de origen uruguayo que suplantó su identidad

Patricia Ortega Dolz
Óscar Sánchez, en un taller próximo al lavadero en el que trabaja.
Óscar Sánchez, en un taller próximo al lavadero en el que trabaja.consuelo bautista

Hay espantosas celdas de aislamiento invisibles, fuera de todas las cárceles del mundo. Por eso, el encierro de Óscar Sánchez Fernández —conocido en el penal de Soto del Real (Madrid) como El Capo, y en los de Roma y Nápoles como España—empezó mucho antes de que le metieran 21 meses en prisión por equivocación. Y, por eso también, porque su jaula no se ve, su reclusión aún no ha terminado.

La celda de Sánchez, de 46 años, no está hecha de muros de piedra ni de barrotes. Su verdadera mazmorra, la que hace que hable de su terrorífica e injusta experiencia carcelaria como de “una aventura”, está construida con vallas de humillaciones, de indiferencia, de desplantes, de ausencias, de ninguneos, de falta de afecto, de una soledad de yeso.

Lavacoches en Montgat (Barcelona), sin pareja —“nunca he tenido”—, sin padre —“falleció de cirrosis hepática”— ni madre —“se la llevó una embolia”—, con solo un hermano y un primo distanciados, se acostumbró tanto a ese inhóspito espacio al vacío que terminó por no ver sus paredes, sus muros se hicieron casi invisibles para él mismo. Volvió a ver su jaula con claridad cuando le encerraron en la prisión de Rebbibia en Roma y, después, en la de Poggioreale en Nápoles: “Créame, ha sido muy duro, pero me ha venido bien; ahora me respetan un poco más porque he estado en la cárcel, he aguantado lo que muchos no habrían podido. No habrían podido”.

“Siempre he sido el tonto. En el fondo les da igual que esté yo o no.  Ahora todo es de otra manera”

Más que los cigarrillos que le apagaron en los brazos, más que el escozor causado por el espray con el que le rociaron los genitales, más que lo que sintió cuando le sodomizaron con un palo entre sus nueve compañeros de celda... Más que todo su relato de las vejaciones que acumuló en los 626 días que estuvo preso, más que todo eso, a este hombre menudo, ligeramente encorvado hacia delante, y que tiende a repetir la última frase que pronuncia como para creerse a sí mismo, le queman, le escuecen y le duelen las entrañas.

Le partió el alma que durante meses “nadie respondía a las cartas que mandaba desde la cárcel, hasta que el caso salió en televisión… 13 años haciendo lo mismo, de lunes a domingo (porque no libraba): de la casa al lavadero, pasando por la plaza de la estación, ¿no se daban cuenta de que no estaba en una semana, en un mes...?”. Le duelen todas las cenas de Navidad que pasó solo con Margarita, su madre, enferma del corazón y alzhéimer, mientras en el piso de arriba “se oían los ruidos de la fiesta de la otra parte de la familia de su hermano”. Le hace polvo que nadie le llame nunca para ir al fútbol y enterarse “luego de dónde han estado los amigos, cuando lo cuentan en el bar”. Le machacan todas las veces que ha esperado inútilmente a su primo Juan —que ejerce amablemente de intermediario con los periodistas— para que le suba en el coche “por no cargar cuesta arriba con la compra” hasta su casa. Y también le molesta —y bastante— tener que preguntar si está invitado a la boda de su prima o no, y saber que “en el fondo les da igual que esté o no”. “Otro daño” —así se expresa de paseo por la playa y dejándose saludar por dos vecinas y un trabajador de la limpieza— es que siente que sus familiares hablan con él “como por obligación, porque cuando la gente del pueblo supo que estaba preso y que no hacían nada se fueron a por ellos”... Aun así, se emociona hasta las lágrimas al contar que su hermano —policía local de Montgat— y su primo fueron a verle a la prisión: “Al irse, mi hermano se giró, vi su cara, y supe que le jodía dejarme ahí”.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Óscar Sánchez ha vivido y aún vive —“pero menos”— en un desierto de “abandono”, kilómetros de dunas de silencio, rodeado de las tormentas de todas las palabras que calla y viene callando desde hace demasiados años: “Siempre he sido el tonto”. Un día en el pueblo es suficiente para certificar su tesis: “Tiene pocas luces”, dice uno. “Ya lo llamo yo, que se hace un lío con el móvil”. “Es un pobre hombre, su familia se portó regular”...

También en esta serie...

Sánchez ha pasado su vida dándole vueltas a un reloj de arena: “De la casa al lavadero, y de allí, a la casa”. Y, en un momento determinado, empezó a esnifársela. Se lo gastaba todo —“menos lo que necesitaba para mi madre mientras vivió”— “en porros y cocaína”. Pero hasta en su fiesta estaba solo: “Lo hacía en mi casa, sin molestar a nadie, con mi dinero”. Para entonces ya era una víctima perfecta, carne de cañón, una cabeza de turco inmejorable para el primero que pasara. Y la que pasó fue “una amiga rumana”.

Se llamaba Diana. Salió con ella “a tomar algo alguna vez”. Un día, ella le pidió su carné de identidad “a cambio de 700 euros para ayudar a un familiar a venir a España”. Óscar aceptó el trato y el dinero. Ocho años más tarde, el 5 de julio de 2010, unos guardias civiles se presentaban en el lavadero y se lo llevaban detenido a Madrid. Un mes en Soto del Real y —euroorden de detención mediante— partía camino de la cárcel de Roma acusado de ser un perseguido narcotraficante. Una carta a los medios de comunicación de un compañero de celda en Rebbibia —que también le cedió los servicios de Fabio Salcina, su abogado—, varias visitas del cónsul español Eduardo Iglesias, los torpes y lentos intercambios de información entre los ministerios de Justicia español e italiano, la protección que obtuvo del alcaide del penal de Nápoles, las notas publicadas por tres correosos reporteros de El Periódico de Cataluña (Antonio Baquero, Ángela Biesot y Michele Catanzaro), el pueblo de Montgat levantado clamando justicia… 626 días después quedaban anulados los 14 años de prisión a los que fue condenado y demostrado que un tal Marcelo Marín, de origen uruguayo —y conocido de su “amiga rumana”—, suplantó la identidad de Óscar Sánchez, que hoy vive de nuevo libre en su particular celda de aislamiento invisible, esperando sendas indemnizaciones del Estado español y del italiano: “Pero ahora todo es de otra manera, de otra manera…”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_