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El patriotismo británico, material inflamable

Cameron aprovecha la polémica para acentuar el sesgo nacionalista de su política

Aunque estos días no lo parece, Gibraltar es un asunto que preocupa muy poco a la opinión pública británica. La gran mayoría cree que las 30.000 personas que ostentan la nacionalidad gibraltareña viven gracias a la caridad británica y que el valor estratégico que tenía el Peñón en el pasado ha perdido su vigencia en el siglo XXI. ¿Significa eso que no les importaría que el Gobierno de Su Majestad renunciara a ese minúsculo territorio y se lo devolviera a España? Bueno, eso no está tan claro. El patriotismo es una de las características fundamentales del británico y una cosa es pasar de Gibraltar y otra muy distinta entregarlo a un país tercero.

El patriotismo se inflama con gran facilidad cuando hay algo que hace prender ese volátil combustible. En este caso, la mecha son los exhaustivos controles que España imponer en la verja y que Downing Street considera políticos y desproporcionados. Ante lo que Londres ve como represalia de un país extranjero contra ciudadanos protegidos por la corona, el patriotismo se hincha con pasmosa facilidad.

El ejemplo más claro de patriotismo súbito es el de las islas Malvinas. Los británicos llegaron a plantearse en los años 70 ceder a Argentina la soberanía sobre el territorio, pero cuando el general Galtieri invadió el archipiélago en 1982, las Malvinas se convirtieron en una cuestión de orgullo nacional y el país cerró filas en torno a Margaret Thatcher para recuperar a sangre y fuego aquel remoto territorio casi deshabitado: una media de 0,26 habitantes por kilómetro cuadrado.

Gibraltar es más cercano a los británicos que las Malvinas, unas islas que casi nadie sabía donde estaban la noche anterior al desembargo argentino. Pero también el Gobierno estuvo a punto de cederlo, en parte, a España durante las negociaciones de 2002 para compartir la soberanía. En aquella ocasión no se trataba de una agresión extranjera, sino de unas negociaciones. En esos casos el patriotismo no se inflama solo. Alguien ha de hacer saltar chispas para que prenda el fuego. Y en esa tarea, los gibraltareños son maestros: el poderoso lobby gibraltareño en Londres se puso manos a la obra de forma inmediata para frenar la operación.

Ese lobby tiene nombre y apellido: su alma máter es Albert Poggio. Nacido en el campo de refugiados gibraltareños en Ballymena (Irlanda del Norte) en 1945, criado en el Peñón y desde los 11 años en Londres, Poggio pasó la infancia en Gibraltar pero conoce Londres como la palma de sus manos desde los 11 años y se pasea por el palacio de Westminster con más soltura que muchos lores y diputados.

El lobby gibraltareño tiene una gran presencia pública, pero nada es tan efectivo como la persuasión británica y el gracejo andaluz del llanito Poggio, que sabe siempre qué tecla mediática, parlamentaria o ministerial conviene tocar en cada momento. Quizás su momento cumbre fue precisamente en 2002, cuando la campaña política, mediática y publicitaria que puso en marcha acabó facilitando el fracaso de las negociaciones sobre cosoberanía de los Gobiernos de José María Aznar y Tony Blair. No faltaron viajes de parlamentarios al Peñón a gastos pagados ni una llamativa campaña publicitaria con docenas de taxis londinenses proclamando el carácter británico de Gibraltar. Esta crisis, sin embargo, es algo distinta a otras anteriores por el protagonismo que está teniendo el primer ministro, David Cameron. Normalmente, el primer ministro no suele mancharse demasiado las manos en defensa del Peñón, una tarea que suele encomendar al jefe del Foreign Office. Pero Cameron está estos días en primera fila de la batalla de la propaganda con España. Quizás eso se deba al sesgo más patriótico y nacionalista que está tomando la política británica en los últimos dos años, al calor del debate sobre la Unión Europea y de la irrupción del antieuropeo Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP) en el escenario electoral.

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Quizás se deba también a la hiperactividad mediática que está mostrando el primer ministro este verano. Con los conservadores en auge en los sondeos en las últimas semanas y la economía recuperándose, David Cameron no pierde oportunidad para opinar de lo que haga falta. Desde los ciclistas en Londres al cuidado de gatos y perros, la polémica técnica del fracking para extraer gas, la campaña de Stephen Fry en defensa de los homosexuales en Rusia, la responsabilidad de las redes sociales frente a los abusos, el Ramadán, la economía, el primer hijo de los duques de Cambridge, la protección de los niños frente a la pornografía en Internet, la economía, el críquet… y, como no, Gibraltar.

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