_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos líderes y un mástil

Mas comparte con Rajoy la misma fe ciega en que solo hay un camino para conseguir los fines buscados, y un solo pacto posible, aquél que sirva para reconocer sus propios planes

Fernando Vallespín

“El futuro se cancela por escasa participación”. Esta frase, que creo que es de Sloterdijk, fue lo primero que se me vino a la mente después de contemplar la comparecencia de Rajoy en el Congreso. Nada, parece que no va a haber pactos. Nuestro presidente sigue a piñón fijo por la senda “que hay que seguir”, sin hacer ninguna concesión a la oposición salvo la retórica de buscar coincidencias en las pensiones —el Pacto de Toledo obliga—, la corrupción —¡qué menos!— y la reforma administrativa. Nuestro destino está trazado y él, con maneras más de gestor que de estadista, se limita a ejecutarlo. No guía, administra. Y lo lleva bien, no parece inquietarle este papel. El rumbo es el adecuado porque la brújula, la prima de riesgo —o sea, los mercados—, nos dicen que es el camino. Las voces de los desesperanzados, esas que Rubalcaba se esforzó en transmitirle, quedaron, en palabras del portavoz del Grupo Popular, como meros “cantos de sirenas”. En contraposición al caso de Ulises, Rajoy no solo se ha atado al mástil, sino que encima se ha tapado los oídos. Pero se ha olvidado de que la tropa, nosotros, los tenemos bien abiertos y poco a poco estamos cayendo en la cuenta de que, a este coste, ya apenas merece la pena llegar a destino alguno.

Lo más curioso del caso es que ha conseguido que al fin haya oposición. La otra hoja de ruta de Rajoy, la que tiene para su propio partido, puede encontrarse con un escollo con el que no contaba, que el PSOE no se derrumbe. Precisamente, ¡qué paradoja!, en el momento en el que este estaba dispuesto a dejar de ser oposición si se le concedía la capacidad de compartir algunas decisiones clave en la gobernanza del país. Puede que sea una percepción errónea, pero el desdén con el que se escenificó el rechazo al pacto ha permitido que los ciudadanos tomen conciencia de que el “sistema” ya no es un bloque monolítico, el “PPSOE”, al dictado de lo que otros deciden fuera de nuestras fronteras. Se ha trazado un rumbo alternativo que va más allá de las meras declaraciones. Frente a los conceptos placebo de la macroeconomía estándar ofrecidos por Rajoy se le han expuesto las dificultades bien reales de la gente normal. Prima de riesgo versus desempleo y pobreza. Es posible que esta alternativa no se pueda contraponer con tanta radicalidad, pero que al menos se nos explique por qué. ¿Es incompatible atender a quienes más sufren y a la vez cumplir con lo que nos exigen, o es que nuestros gobernantes no saben hacerlo? Y si lo que se nos pide va a tener estos costes, ¿por qué no tratamos de cambiarlo? Estas son las preguntas que nos hacemos todos y que no encontraron respuesta.

Lo dejo ahí para la reflexión de cada cual. Ahora me interesa mirar más allá del Ebro, porque allí nos encontramos con otro líder que navega atado a su mástil y con los oídos sellados, ajeno a los “cantos de sirenas” de quienes no comparten su rumbo, Artur Mas. Seguramente sea la antítesis de Rajoy, tanto por personalidad como por los fines buscados, pero comparte con él la misma fe ciega en que solo hay un camino para conseguirlos, y un solo pacto posible, aquél que sirva para reconocer sus propios planes. Ahora ya sabemos que el derecho a decidir no se presenta como una pregunta, sino como un mero trámite para santificar lo que él ya ha decidido y lo que su Administración se empeña en presentar como mero fait accompli. Lo malo es que avanza en rumbo de colisión con la nave que pilota Rajoy, que en el tema de Cataluña actúa con el mismo piñón fijo que con su política económica y de reformas.

Justo cuando más necesitamos una política dirigida al entendimiento mutuo se hace prevalecer la política de la testosterona. Volvemos a esa práctica tan hispánica de ver quién tiene el mástil más grande. Hay algo profundamente masculino en eso de no atender a quienes entonan las voces discrepantes. Son momentos en los que es tanto lo que nos jugamos que aquello que debería prevalecer exige grandes dosis de cuidado y atención a los que están siendo excluidos; sentido y sensibilidad, flexibilidad y capacidad para ponerse en el lugar del otro. Esto no significa caer en la pusilanimidad y la indecisión, sino evitar entrar de nuevo en la lógica de vencedores y vencidos, la maldición de nuestra historia. Si pactamos, todos perderemos algo, pero al menos habremos ganado el futuro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_