_
_
_
_
_

El lapicero que escribe la historia

La mayor fosa común de Euskadi descubre 10 cuerpos de soldados republicanos muertos en Álava en 1936 y sepultados con algunos objetos personales

Homenaje a los fusilados en la Guerra Civil en Etxaguen (Álava).
Homenaje a los fusilados en la Guerra Civil en Etxaguen (Álava). L. RICO

Una decena de esqueletos alineados, todos hombres, jóvenes, y enterrados boca abajo. La excavación de la fosa común de Etxaguen (Álava), la mayor de la Guerra Civil encontrada en Euskadi, ha descubierto los cuerpos de 10 soldados del batallón comunista Perezagua, fusilados en noviembre de 1936. El talud en el que el equipo del forense Francisco Etxeberria ha hallado los restos esconde muchos cuerpos más, un número imposible de determinar, según el experto. El hecho de que la fosa continúe bajo una carretera hace imposible acotarla y acceder a ella, pero no impidió rendir homenaje a la memoria de los asesinados. Un acto presidido por diversos políticos y en el que junto a los huesos se depositó una ikurriña, un ramo de flores y se cantó el Agur Jaunak.

El hallazgo del agujero en el que fueron enterrados estos gudaris (soldados en euskera), en la cuneta de un camino que discurre paralelo a uno de los laterales de la iglesia del municipio, no fue tarea fácil. Como en muchos otros casos la memoria y el relato de los ancianos ayudaron, en primer lugar, a situar Etxaguen como un punto más en el mapa de fosas de Euskadi. El empeño de los vecinos hizo el resto.

La localidad, que se integra en el término municipal de Zigoitia, con 1.747 habitantes, pidió ayuda al Gobierno vasco hace un año para la localización de los cuerpos y su posible recuperación. Hace un mes, el equipo de Etxeberria determinó el lugar exacto de la fosa y, desde hace tres días, los especialistas trabajan en la exhumación.

Bajo una lona azul, a modo de paraguas, el agujero por el que en 1936 la memoria y la vida de un grupo de combatientes vascos quedaron sepultados, reunió ayer a varias decenas de personas. Medio centenar de vecinos se arremolinaron sobre el guardarraíl de la carretera. Un vistazo al desnivel descubría los 10 esqueletos y un enjambre de cámaras de televisión y fotógrafos.

“No levantamos heridas, simplemente las enterramos como se debe. Así conseguimos que la gente transite por caminos de conciencia, libertad y democracia”, explicó el párroco del municipio, Félix Placer, un cura ligado al movimiento obrero y vestido para la ocasión con botas de montaña y chubasquero.

El sacerdote precisó que los soldados, comunistas, fueron enterrados boca abajo, “por ateos”. Una vez que finalicen los estudios, sus restos se trasladarán al cementerio de la localidad, donde se levantará un monolito en recuerdo de las víctimas de la Guerra Civil.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El forense Etxeberria quiso advertir que la identificación de los cuerpos será “extremadamente difícil”, si no imposible. Nadie sabe quién está enterrado en la fosa junto a la iglesia de Etxaguen —el municipio cuenta con otro enterramiento de la Guerra Civil en su cementerio—, ni tampoco ninguna persona ha denunciado que un familiar suyo pueda encontrarse allí. Los soldados, procedentes probablemente de varios puntos de Euskadi, murieron en el frente, en la batalla de Villarreal, en Legutiano, a poco más de 10 kilómetros de la fosa.

Si los restos hallados todavía guardan muestras de ADN, el equipo del forense estudiará entonces si coteja los restos con el listado de familias cuyos padres, hermanos o hijos combatieron en el frente, y murieron en las inmediaciones de Etxaguen en noviembre de 1936. “Una lista muy amplia”, según detalló, cauto, Etxeberria.

“No podemos crear falsas expectativas”, recordó el especialista. Los 10 cuerpos encontrados “representan al resto” y su hallazgo supone honrar “a todos los que lucharon por unos ideales”, insistió.

Los cuerpos fueron enterrados con ropa como determina el hecho de que el forense y su equipo hayan localizado entre los huesos botones, además de otros objetos personales como mecheros o monedas. “También se halló un lapicero con el que, estando en el frente, uno escribe a su novia, a su madre o a su mujer. Ese lapicero puesto en nuestras manos, en el siglo XXI, nos obliga a todos, cada uno desde su responsabilidad, a seguir hablando de esta historia en tono positivo y reivindicando los derechos humanos hacia el pasado y el futuro”, zanjó Etxeberria, que hoy viaja hacia Chile para participar en el análisis de los restos del poeta Pablo Neruda.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_