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Tribuna
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Socialistas

Cabe temerse lo peor, pues ya se augura para 2015 un descenso electoral

Enrique Gil Calvo

¿Tiene solución el PSOE? ¿Sabrán escapar los socialistas del agujero negro que ahora mismo les reduce a la impotencia? Últimamente, todas las noticias que protagonizan parecen condenarlos a la perdición: secesión efectiva del PSC, insumisión del PSG, politiqueo machista de Ponferrada, reanudación del sumario andaluz de los ERE… A día de hoy, su última hazaña ha sido su pacto contra natura con la coalición abertzale que gobierna en Guipúzcoa. Y mientras tanto, a fuerza de acumular errores, los socialistas siguen siendo incapaces de rentabilizar políticamente, como primer partido de la oposición, el grave descrédito en que ha caído el partido en el poder, cuya política de recortes provoca el empobrecimiento general mientras está siendo encausado por abrumadoras sospechas de corrupción.

¿Cuándo se inició el declive del PSOE? Habría que remontarse al desencanto causado por la deriva abusiva de los últimos gobiernos de González, hace ya veinte años. Fue entonces cuando el PSOE perdió la mitad de sus cuatro viveros electorales: Valencia y Madrid (pues retuvo Cataluña hasta 2010 y todavía conserva Andalucía). El caso valenciano resulta significativo por cuanto su derrota se debió al error estratégico de haberse identificado con el valencianismo catalanista de Fuster. Esto determinó en 1995 su sorpasso electoral por el regionalismo españolista, tras el pacto del pollo entre Unión Valenciana y el PP de Zaplana. El mismo error que quince años después ha conducido a la derrota del socialismo catalán, víctima del síndrome de Estocolmo que le hizo entregarse a su rival electoral, el soberanismo catalanista. Y con menor alcance numérico, también el socialismo vasco ha cometido el mismo error de identificarse políticamente con sus adversarios nacionalistas, lo que a la larga resulta fatal.

Esta misma fue una de las razones que explican el sorpasso madrileño del PSOE de Leguina por el PP de Gallardón: la pérdida de votantes a causa de la alianza de los socialistas con los nacionalistas, como forma de retener el Gobierno del Estado en 1993. Pero también hubo otra razón adicional políticamente significativa, como fue el progresivo abandono de sus bases electorales en el cinturón rojo de Madrid por parte de los cuadros socialistas, que se profesionalizaron desertando del trabajo político en los barrios tras dejarse atraer por la beautiful people neocapitalista. Aquí fue donde se inició la crisis de representatividad del PSOE, que habría de conducir veinte años después al "no nos representan" de los indignados del 15M. Pues la clave del éxito político (y del fracaso por tanto) reside en el cultivo de las redes sociales de confianza, reciprocidad y compromiso mutuo. Unas redes asociativas que los socialistas supieron cultivar en los 70 y 80 pero de las que desertaron en los 90, para pasar a partir del año 2000 a confiar tan sólo en la política del talante y la imagen mediática. ¿Y ahora qué? Cabe temerse lo peor, pues ya se augura para 2015 un descenso electoral por debajo de los 100 escaños como consecuencia de la desaparición del bipartidismo imperfecto, destruido por el irreversible descrédito de la clase política profesional. Por eso es de imaginar que ante su impotencia el derrotado PSOE volverá por donde solía, en busca de alianzas contra natura con el independentismo nacionalista. O lo que aun sería peor, con una suicida unión de la izquierda a la chilena o a la griega. Lo cual terminaría por reducir a la irrelevancia el centenario socialismo español. Todo ello si no se logra invertir de aquí a entonces la autodestructiva degeneración actual. Pero para detener y corregir el rumbo presente haría falta liderazgo.

Un liderazgo que Rubalcaba no está en condiciones de desempeñar. Hace más de un año que se celebró el congreso en el que fue elegido para pilotar esta dura travesía del desierto hacia una tierra tan poco prometedora como la que se augura. Y la condición implícita de su elección fue que Rubalcaba ejerciera de Moisés: un líder de transición, destinado a reorganizar el partido pero no a encabezar el tíquet electoral. Pues bien, a juzgar por la evidencia, parece claro que Rubalcaba no está sabiendo reorganizar el partido, que ahora está más dividido y desarticulado que hace un año. Veremos qué sale de la Conferencia Política del próximo otoño, pero cabe temer que solo será un telón de fondo para tapar la sórdida lucha por el poder. Y es una lástima, pues lo que los socialistas precisan ahora no son personalismos tribales sino la recuperación de la representatividad. Es decir, la vuelta al trabajo de calle, tratando de resucitar el espíritu de aquellas Casas del Pueblo que nutrieron en el pasado a sus redes sociales. Y que hoy, cien años después, acogerían a la PAH y las mareas blanca y verde.

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