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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Partido Patronal

Los primeros minutos del discurso de Rajoy fueron una obra maestra de habilidad y cinismo

Antonio Elorza

El debate del estado de la nación no ha resuelto absolutamente nada sobre las razones endógenas del fracaso de la gestión de Rajoy, ya que al parecer todo se debe a la herencia recibida del Gobierno de Zapatero y a la crisis, pero en sentido contrario ha demostrado que el presidente conservador sí tiene quien le escriba, a diferencia del jefe del principal partido de la oposición. En términos futbolísticos, Rajoy jugó desde el primer momento a reducir espacios. En los dos temas más espinosos, el balance de la política económica y la corrupción, puso por delante una falsa franqueza, con lo cual siempre se encontraba en condiciones de replicar a su adversario que él ya lo había reconocido, incluso de forma dramática. Algún comentarista juicioso, creo que Ónega, elogió desde un primer momento esa supuesta sinceridad, que sin embargo encerraba una trampa: teníamos delante un debate sobre el estado de la nación hoy, y por consiguiente el necesario balance relativo al condicionamiento impuesto por el mal gobierno socialista no le eximía de explicar los efectos aparatosamente negativos de la política neoliberal aplicada desde diciembre de 2011.

Semejante táctica tenía el riesgo de que Rubalcaba asumiera el saldo negativo de la era Zapatero, resaltando la falacia de poner la carreta delante de los bueyes. Al optar por la política del avestruz, hizo posible que Rajoy jugase a voluntad con los datos del pasado para exculparse. Que hay seis millones de parados, todos lo sabemos; qué papel ha desempeñado la política de recortes y desregulación del mercado de trabajo para sumar más de un millón de trabajadores al paro, es lo que por simple decencia política Rajoy hubiera debido examinar, y no lo hizo, de manera que la falsa sinceridad actuó de pantalla para que el exigible reconocimiento de los propios errores e insuficiencias fuera eludido. A este respecto, los primeros minutos de su oración fueron una obra maestra de habilidad y cinismo. Primero, el aldabonazo. A continuación, referencia a algunos “brotes verdes”, pero que considera insuficientes, cláusula de autolegitimación. Luego, la exposición sistemática de las reformas realizadas y por realizar, de manera que la simple enumeración de los objetivos se presenta como prueba de que las medidas adoptadas y/o pensadas son las mejores y las únicas posibles. Y como colofón, los éxitos logrados en Europa.

El reconocimiento del desastre en cuanto al paro servía así de coartada para rehuir explicaciones y responsabilidades, por no mencionar las reformas que aprovechando la crisis tratan de imponer un modelo de gestión al estricto servicio de los intereses empresariales en sanidad o educación. Era el de Rajoy un informe del presidente de un consejo de administración puesto al servicio de un solo tipo de intereses, que por supuesto ignora todo lo que quede fuera de las cifras de inversión, ganancias o pérdidas. Del mismo modo que para el consejo de una sociedad anónima los trabajadores como tales no cuentan, aquí son excluidos como ciudadanos. ¿Por qué hablar de responsabilidades del sistema bancario si es “el sistema circulatorio de la economía”? El malestar, la desesperación, las movilizaciones populares no importan, son necesariamente borradas. El hombre no cuenta; lo peor es que los errores de gestión, tampoco.

Aplicada con similar acierto táctico a la corrupción, la estrategia del discurso de Rajoy se adentra en el terreno de la inmoralidad política. En sus palabras, condena la corrupción, pero ni la analiza ni está dispuesto a reconocer su existencia en el PP. ¡Cuánto debe sufrir presidiendo el partido de Gürtel y de Bárcenas! Así que de mirar a su realidad, nada. Y luego, para tapar la basura, venga futuras medidas.

La suerte para Rajoy fue contar con un adversario que se limitó a recitar la sucesión de desastres causados por la política gubernamental como lo haría cualquier hombre de la calle, sin profundizar lo más mínimo en ninguno de los mecanismos que en los grandes temas provocaron los errores y la injusticia para los ciudadanos. Porque el problema no es que los recortes no fueran necesarios para sobrevivir en 2012, sino que han sido y son ejecutados sin atender a sus gravísimos efectos en muchos casos y a la exigencia de preparar una recuperación, imposible con la mayoría de los españoles en el paro y la pobreza. Y cuando se adentra en un tema, caso de Cataluña, es peor, asumiendo de forma ramplona el ataque al Tribunal Constitucional, para llegar al mantra federal, sin precisión alguna. Tras brindarle un triunfo, pidió la dimisión de Rajoy. Hacía falta un bumerán.

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