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“Emilio se quedó ese día sin padre, sin madre y sin hermana. Tenía 9 años”

Víctimas de ETA recuerdan a los 11 fallecidos en la casa cuartel de Zaragoza en 1987

Mónica Ceberio Belaza
De izquierda a derecha, Antonio Frutos y Pascual Grasa con sus esposas, Carmina e Isabel, ante el monolito que recuerda el atentado.
De izquierda a derecha, Antonio Frutos y Pascual Grasa con sus esposas, Carmina e Isabel, ante el monolito que recuerda el atentado. TONI GALÁN

Pascual acababa de hacer el relevo de las seis de la mañana junto a otro compañero cuando ocurrió. En ese momento estaban los dos solos vigilando la entrada de la casa cuartel. De repente, vio un coche que se detuvo en mitad de la calle, un poco antes de llegar a la puerta. “¡Eh! ¡Que ahí no se puede parar!”, le gritó desde dentro. Pero el conductor se bajó y empezó a correr. Y el coche comenzó a echar humo. “Abrí la verja, salí y vi que lo estaban esperando en otro coche. Oí cómo él les decía ‘Ya está, ya está’. Mi compañero se fue corriendo a avisar al equipo de desactivación de explosivos. Pero fue todo muy rápido. Otro vehículo entró por la calle y se puso detrás del que echaba humo. Les dije que se fueran. Dieron marcha atrás y en ese momento saltó todo por los aires. Yo perdí el conocimiento, lo recobré, lo perdí otra vez. Sentía mucho dolor, no podía levantarme. No recuerdo más. Me desperté ya en el hospital”.

Antonio estaba durmiendo junto a su mujer, Carmina. Esa madrugada estaban solos en casa. “Recuerdo un estallido sonoro infernal. Y una luz. Después, el edificio se movió como de un lado a otro… y se desplomó. Carmina y yo nos quedamos atrapados en el colchón, que hizo como un sándwich. Mi mujer empezó a gritar: ‘¡Que nos matan!, ¡Que nos matan!’. Yo estaba un poco aturdido porque el marco de la ventana me había golpeado en la cabeza. Poco a poco empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando, de que era un atentado. Pero no sabíamos qué pasaba fuera… si había terroristas… Yo, por si acaso, le dije a Carmina: ‘Cállate, cállate, no abras la boca’. Y traté de ir a por mi arma, que estaba en otra habitación. Pero no podía pasar. Todo se había derrumbado a nuestro alrededor. Todo eran escombros”.

Unos bomberos, ante el cuartel de la Guardia Civil destruido por la explosión del artefacto
Unos bomberos, ante el cuartel de la Guardia Civil destruido por la explosión del artefactoANTONIO ESPEJO

Pascual Grasa y Antonio Frutos tienen grabados a fuego los minutos que siguieron al atentado de ETA contra la casa cuartel de Zaragoza perpetrado el 11 de diciembre de 1987, uno de los más sanguinarios de la banda terrorista. Pascual tenía entonces 32 años. Antonio, 27. Ambos eran guardias civiles.

Los dos participaron ayer en el homenaje por las víctimas que se celebró 25 años después de la matanza, en el lugar donde ocurrió todo. Del cuartel no queda ni rastro. En ese espacio, entre edificios altos de ladrillo rojo, hay ahora unos bancos, árboles, unos columpios, toboganes, las esculturas de unos niños jugando que representan a las jovencísimas víctimas de este atentado... Se llama el “Parque de la Esperanza”.

Hace 25 años, a las seis y diez de ese 11 de diciembre, Henri Parot —miembro del comando Argala—, dejó un coche bomba en la puerta de la casa cuartel con 250 kilos de amonal y abundante metralla. Murieron 11 personas, y casi 90 resultaron heridas. Ocurrió seis meses después de la matanza de Hipercor en Barcelona, que había provocado 21 muertos, todos civiles. ETA estaba cometiendo atentados especialmente virulentos en ese momento para tratar de mejorar su posición ante el Gobierno en los contactos previos a las conversaciones de Argel. Para ellos era una estrategia. Pero Pascual y Antonio vieron morir ese día a sus compañeros, a las mujeres de sus compañeros, a los hijos pequeños de sus compañeros… En la casa cuartel vivían unas 40 familias (180 personas) y algunas decenas de estudiantes de la residencia que alojaba el edificio.

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“Cuando logramos salir al patio, me encontré con un cabo y con su hija. Estaban muertos”, recuerda Antonio, que tiene ahora 52 años. “Había muchos cuerpos sepultados bajo los escombros. Los bomberos estaban ya aquí. La gente lloraba, gritaba, les metían oxígeno para que respiraran. Las viviendas que estaban más cerca de la bomba quedaron destrozadas. Ni siquiera se podía salir a la calle desde el patio. No había salida. Al final sacaron a la gente desde la ventana rota de nuestra habitación, que se convirtió en uno de los accesos al exterior”.

La banda asesinó ese día a seis niños de entre 3 y 17 años y dejó 88 heridos

Las niñas de Antonio y Carmina, dos gemelas de un año, se salvaron de milagro. Los padres, ambos murcianos, las habían llevado con su familia a pasar el puente de la Constitución y aún seguían allí. “Si no, probablemente habrían muerto”, piensa Antonio. “La onda expansiva fue muy fuerte en su cuarto. Tenían un acuario que estalló en mil pedazos. El tabique de su habitación reventó”.

Las pequeñas de este matrimonio se salvaron. Pero el atentado mató a dos gemelas de tres años, Esther y Miriam; a una niña de seis, Silvia; a otra de siete, Silvia; a otra de 12, Rocío; y a un menor de 17, Ángel. A otros los dejó huérfanos. Sin familia alguna en la que anclar su corta vida. Emilio José Capilla Franco se quedó ese día sin su padre, sin su madre y sin su única hermana. “Lo vimos perfectamente”, recuerda Carmina. “Estaba muy quieto sobre una baldosa, lo único que quedaba en pie y que podía caerse en cualquier momento. Al final lograron bajarlo de ahí al pobrecico”. Sus padres, Emilio y María Dolores, y su hermana, Rocío, habían quedado enterrados bajo el edificio.

“Había muertos; la gente lloraba, gritaba, les daban oxígeno para que respiraran”

La ejecución del atentado la llevó a cabo Henri Parot junto a su hermano Jean, Jacques Esnal y Frederic Haramboure. Lo ordenaron Francisco Múgica Garmendia, Pakito; Joseba Arregi Erostarbe, Fiti; y Josu Urrutikoetxea, Josu Ternera, la dirección de ETA en ese momento. Todos han sido condenados en Francia o España a miles de años de prisión o cadena perpetua. Y todos, salvo Josu Ternera, huido, están en la cárcel.

Pascual ha pasado por múltiples intervenciones quirúrgicas; tiene secuelas en la mano, los tendones, una pierna más corta que otra... Antonio estuvo tres días ingresado con una conmoción cerebral. “Pero lo peor es lo que queda dentro de la cabeza”, dice Carmina. “Es tanto dolor, tanto lo que viste, que jamás lo olvidas. Han pasado 25 años y aún sigues pensando en ello. Aún te sobresaltas”.

ETA anunció el cese de la violencia hace más de un año. “Ojalá que nadie vuelva a sufrir un atentado nunca más”, pide Pascual. “Yo les pido que entreguen las armas y que se pongan a disposición de la justicia. Que se ponga de verdad un punto final”.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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