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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin soluciones

La partida de Cataluña está jugada de antemano y Mas no dejará que el Gobierno empañe su victoria

Antonio Elorza

La teoría de los juegos permite para contrastar la racionalidad de las estrategias políticas. En principio, cualquiera que sea el tema, la opción más ventajosa para todo jugador consiste en participar en juegos de suma positiva, donde los participantes mejoran conjuntamente sus posiciones iniciales. Los acuerdos de libre comercio son un ejemplo habitual de este tipo de juego en las relaciones económicas (aunque luego los efectos indirectos pasen su factura). En los conflictos de intereses, políticos o económicos, resultan frecuentes los juegos de suma cero, donde uno y otro ganan y pierden en la misma medida. Pero también hay juegos asimétricos, como el hobbesiano dilema del prisionero, donde entre dos jugadores uno limita sus pérdidas a costa de maximizar las del otro, y viceversa, o en general los juegos de suma negativa, donde una vez iniciados la pérdida del oponente no garantiza la ventaja final propia.

En este apartado de juegos de suma negativa, encaja la apuesta política de Artur Mas, al poner de momento todas sus fichas sobre la mesa en la opción de la independencia de Cataluña. No estamos ante un juego de oferta, ya que al otro, al oponente, España, no se le otorga compensación alguna. Es más, el juego a todo o nada se justifica precisamente sobre las supuestas agresiones y afrentas inferidas por un Estado del cual pretenden, él y los independentistas, la separación. Ciertamente, si la apuesta es ganadora, el otro va a perder, pero esto resulta irrelevante para quien inicia la partida. Hay dos justificaciones fundamentales para ese órdago. De un lado, interviene la estrategia de oportunidad política, la marea independentista producto de la Diada, que resulta imprescindible aprovechar; de otra, para Mas y sus turiferarios, nada menos que la propia supervivencia de Cataluña se encuentra en peligro, si no resulta eliminada la destructiva vinculación con el Estado español. Para salvarse, al parecer, necesita la separación.

Así que Cataluña estaría sumida en pleno Apocalipsis político y económico (“el expolio”) solo que muy cerca la espera el Paraíso, asegurado en la independencia por los proverbiales valores del Pueblo Catalán. Por eso no cabe respetar las reglas de juego establecidas y procede construir un tablero propio para ganar. A partir de aquí, la Constitución no existe salvo como obstáculo. Su lugar es ocupado por las decisiones del líder que asume el papel de salvador de la patria. Al modo de los autoritarismos nacionalistas del pasado siglo, las consultas electorales se convierten en plebiscitos dirigidos a confirmar la única elección válida: la independencia. Insistimos: bajo la apariencia de democracia directa, entramos en el campo de la democracia aclamativa de Carl Schmitt. La mitad de los catalanes, no-independentistas, carecen de existencia política para quien es su presidente; por fortuna sin violencia, se ven reducidos a la misma condición de obstáculos privados de visibilidad que los alemanes convocados por Hitler al referéndum de marzo de 1936. Si falla la jugada, segura en sí misma, pero frágil en caso de responder el gobierno con la ley, entrarán en escena las manifestaciones multitudinarias, la “democracia de la plaza pública” que patentara Fidel Castro frente a la representativa. Nación e independencia se identifican. No cabe otra opción.

En la medida que Mas establece las reglas del juego y siendo desde la Generalitat el principal jugador, nos encontramos ante una variante política de la llamada trampa social: nuestro líder plantea una partida para ventaja propia donde no importan las pérdidas a medio plazo, no digamos para España, sino para la propia Cataluña. Aunque como en la canción de Raimon pueda augurarse un tots havien perdut. De ahí que la clave resida en la promesa de que no debe temerse que el Estado catalán quede fuera de la UE. Tal vez cuente Mas, no con Bruselas, sino con el Tribunal estrasburgués de Derechos Humanos, para avalar su falsa consulta. Nadie se acuerda de que el tema está resuelto negativamente por la sentencia del Constitucional 103/2008 de 11 de septiembre, dedicada a Ibarretxe.

El tinglado se vendría abajo de existir jugadores oponentes que denunciaran la trampa y exigieran, no soluciones alternativas inalcanzables ahora —el mantra federal—, sino una política estrictamente democrática frente al decisionismo anticonstitucional de Mas. Desde su constitucionalismo, el PP, y a su lado Ciutadans, intentaron jugar esa carta, pero carecen de fuerza en esta partida asimétrica. Para la hegemónica red de medios independentistas, son “ellos”, los españoles que parten de nuevo en cruzada contra el Pueblo Catalán y contra Mas, su paladín. Aunque el PP intente desmentirlo con su “autonomía diferencial”, salida injusta pero útil si Europa frena, aplicando el dilema del prisionero.

Solo el PSC podría haber hecho saltar la trampa, de haberse enfrentado al procedimiento de Mas, dejándole en fuera de juego. Pero ha optado por la cómoda —y perdedora— posición de auxiliar, al avalar el crucial referéndum frente a la Constitución y proponiendo algo así como una independencia con rebajas propias de cese del negocio. La trampa impone su ley. La partida en Cataluña está jugada de antemano y Mas no dejará que el gobierno empañe su victoria. Quedan Europa o el choque de trenes.

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