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“Un compañero me salvó tirando de mi camiseta. Ahora está muerto”

Una superviviente cuenta el naufragio de la patera en la que murieron 50 personas

Entierro en el cementerio de Motril (Granada), el viernes pasado, de siete subsaharianos fallecidos al intentar llegar a España en patera.
Entierro en el cementerio de Motril (Granada), el viernes pasado, de siete subsaharianos fallecidos al intentar llegar a España en patera. M. ZARZA

Todo ocurrió hacia la una de la tarde del jueves, solo dos horas antes de que la lancha de Salvamento Marítimo Salvamar Hamal llegara al punto en el que la patera en la que viajaba Marie, 11 millas al este de la ciudad marroquí de Alhucemas, se partiera en dos. El barco español logró rescatar a 18 supervivientes, entre los que se encontraba esta mujer embarazada de tres meses nacida en un pueblo cercano a Yamena, la capital de Chad, y los cuerpos de 14 fallecidos en el naufragio. Pero los muertos fueron muchos más. “Eran 50, porque en la patera íbamos 68 personas”, cuenta esta chadiana de 27 años. “Me salvé porque un compañero me cogió de la camiseta y me subió a la parte hinchable de la zódiac”, añade. “Ahora está muerto”.

La entrevista se mantiene en una cafetería cercana al centro de acogida de mujeres inmigrantes de un municipio andaluz. Sus cuidadores sospechan que antes de la trágica travesía, mientras estuvo en Marruecos, pudo ser víctima de trata de mujeres, por eso, en este relato, su nombre es ficticio. Tras ser rescatada, gracias a su embarazo, logró evitar el internamiento en el CIE de Tarifa (Cádiz) decretado el sábado por el Juzgado de Instrucción 3 de Motril para 15 de sus compañeros. También lo consiguió otra chica de 15 años que afirmó ser de Togo (se sospecha que, en realidad es nigeriana) y que fue enviada a un centro de menores.

Vestida aún con el forro polar gris oscuro y el pantalón de chándal negro que le entregó la Cruz Roja para que se despojara de sus ropas empapadas, Marie cuenta —impasible y con cierta inocencia— el horror que acaba de vivir. “Nos despertaron hacia la medianoche del miércoles y nos sacaron de la casa abandonada en la que nos habían metido para protegernos del frío tras pasar varias noches al raso. Los marroquíes eran muy estrictos y nos gritaban para que nos diéramos prisa. Nos llevaron andando hasta la playa. Allí inflaron la lancha delante de nosotros y, después de que le pusieran el motor, partimos”.

Éramos 68 personas en la lancha. Íbamos como sardinas

Marie explica que los 68, cuyo número exacto asegura que conoce porque había pasado “muchos días” con ellos antes de embarcar, iban en la misma lancha. “Algunos estábamos en el flotador de la barca, pero en el fondo, acurrucados, se sentaban muchos más. Íbamos como sardinas”, recuerda. “Salimos de madrugada y vimos un avión que pasó sobre nosotros”, relata. Quizá fuera el del servicio de fronteras europeo que fotografió una semirrígida a la 1.20 de la madrugada. “También nos cruzamos con un barco pero, al vernos, apagó sus luces. No quería saber nada de nosotros”.

Los problemas, según la africana, comenzaron ya de día, hacia las nueve de la mañana, cuando el motor de la barca se paró. “Todo el mundo se puso a gritar; otros rezaban en silencio”, continúa. El “patrón”, como ella llama al que estaba al mando, logró arreglarlo y continuaron su singladura. Pero, a media mañana, el agua empezó a entrar por la tabla de la popa, la que sujetaba el fueraborda. “De repente, el suelo se partió en dos y caímos todos al agua”.

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Marie calcula que sería la una cuando el pánico se desató. “Yo llevaba un chaleco salvavidas, otros, flotadores. Pero la mayoría no tenía nada y casi ninguno sabía nadar. Yo tampoco. Me quedé flotando. El mar, poco a poco, me separaba de la barca. Pero un chico vino hasta mí, me cogió del cuello de la camiseta y volvió a arrastrarme hasta ella para que llegara hasta la cuerda de las gomas de la zódiac”. Al principio se asió a ella con las manos, pero tenía tan poca fuerza, “por el frío y los días sin comer”, que terminó agarrándola con los antebrazos con el cabo pegado a su pecho.

“Era un hombre joven, de unos 25 años, que hablaba francés”, recuerda la africana del hombre que la salvó. “Sabía nadar y salvó a mucha gente. Creo que era de algún país de África occidental, pero cuando vinieron los españoles a salvarnos ya no estaba. Murió, seguro, y sin embargo yo estoy aquí. La mayoría están muertos y muchos eran hombres jóvenes y fuertes, mucho más fuertes que yo”. Solo en ese momento se le quiebra la voz y, aunque no llora, sus ojos brillan. “Es Dios quien ha decidido que yo viva”, asegura.

Entre los fallecidos, la chadiana recuerda a otra mujer embarazada, pero en un estado mucho más avanzado que ella, de unos siete meses. Su marido, asegura, consiguió salvarla y acercarla a la patera, pero volvió a caer y se ahogó. “La gente estaba desesperada por llegar hasta la cuerda o por subirse a los flotadores”, continúa Marie. “Pegaban a los demás para conseguirlo, tiraban de ellos. Incluso hubo alguno que me pisó”. El compañero de la gestante fallecida salvó la vida. “Cuando llegamos a España no paraba de gritar y llorar. Estaba delirando”.

A media mañana, de repente el suelo se partió en dos y caímos al agua

En total, los náufragos pasaron unas dos horas en el agua, según la africana. Hasta que el avión de Salvamento Marítimo Sasemar 101 les lanzó una balsa salvavidas. Uno de los pocos que sabía nadar se puso un chaleco y un rosco y llegó hasta ella. Después ayudó a subir a los demás. Fue de esa balsa de forma hexagonal de la que los tripulantes de la Salvamar Hamal, acompañados de dos guardias civiles, sacaron al grueso de los supervivientes. El resto es conocido: la lancha de salvamento los condujo a Alhucemas, donde Marruecos se negó a acogerlos, salvo a uno. Después, vuelta al puerto de Motril.

Solo han pasado dos días desde su dramático rescate. Ahora, Marie duerme caliente en un centro social con otras mujeres africanas. Sus cuidadores sospechan que cayó en una red de explotación africana, algo que parece desprenderse de su relato. Habla con pasión de una amiga que la sacó de Yamena tras la muerte de sus padres en 2010 para llevarla a Gao (Malí) y de allí al sur de Argelia para acabar en Orán. Durante todo el viaje, era su compañera la que trabajaba, “en locales en los que se servía cerveza”, y la tenía a su cargo. Después entraron en Marruecos por Oujda. “Unos marroquíes nos recogieron en Nador y nos llevaron a un tranquilo en Fez”, dice. Fue allí donde se quedó embarazada.

Los tranquilos, según el Departamento de Estado de EE UU, son poblados o campamentos cercanos a grandes ciudades marroquíes donde recalan muchos de estos inmigrantes y se organizan por tribus o nacionalidades. Sus jefes suelen ser traficantes de personas que introducen a las mujeres en redes de prostitución o de servicio doméstico. Durante la entrevista, Marie aseguró que no pagó un solo euro por subirse a la patera. Que el viaje fue gratis.

Ella mantiene que ahora solo quiere encontrar un trabajo como cuidadora de niños o ancianos. O de peluquera, el oficio que aprendía en su país antes de partir. La chadiana desconoce aun el sexo del bebé que tendrá dentro de unos seis meses. “Quiero que sea niña”, dice. ¿Cómo la llamarás? “Lo tengo claro: Victoria”.

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