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Una defensa letal

La abogada granadina Rosa Cabo murió tras una salvaje agresión Los investigadores creen que un cliente le exigía presentar una denuncia falsa contra su exmujer

Un policía investiga el lugar en el que apareció el vehículo calcinado.
Un policía investiga el lugar en el que apareció el vehículo calcinado.M. A. MOLINA (EFE)

El 20 de septiembre, Rosa Cobo Román se quedó hasta muy tarde en su despacho de la avenida de la Constitución, en el centro de Granada. La abogada, de 51 años, había decidido hacer limpieza en su mesa y archivar en cajas de cartón los expedientes de algunos casos importantes. Era una mujer ordenada y exhaustiva, una penalista especializada en delitos urbanísticos, pero que tocaba todos los palos. Una letrada de a pie, de la vieja escuela.

Araceli del Castillo, una compañera con despacho en el mismo piso, recuerda que ese día habían estado conversando sobre algunas malas prácticas de la abogacía, límites que a veces se rebasan para defender a un cliente a toda costa. “Esa noche”, comenta Del Castillo, “dijo una frase a la que solía recurrir: ‘estamos para defender a quienes cometen los delitos y no para fabricarlos”. Ya había usado ese dicho antes delante de ella, un día en el que hablaba del caso de Miguel Folgoso, un excliente, el hombre que supuestamente la mató esa misma noche.

Los detalles del crimen que han salido a la luz esta semana cuentan que ese jueves por la noche, la letrada, de pequeña estatura, ojos claros y mirada amable, salió tarde de su despacho y se dirigió a su domicilio de la calle Cádiar, en el barrio de la Juventud. Pasadas las 22.30, llegó con su Citroën C4 hasta la rampa por la que se accede a la segunda planta del garaje comunitario. Las puertas del aparcamiento estaban abiertas, alguien había manipulado el sistema para evitar que se cerraran. La mujer descendió por la rampa y aparcó el vehículo en su plaza, la número 46.

Folgoso la esperó en el garaje y la golpeó con un objeto contundente. La metió en el maletero y quemó el coche

La investigación del caso dice que era el policía local en excedencia Miguel Folgoso, de 37 años, el que la esperaba en la oscuridad escondido entre los coches. La golpeó varias veces con un objeto contundente en la cabeza y otras zonas del cuerpo. Luego la metió en el maletero del Citroën y salió de allí dejando un gran charco de sangre y varios documentos de la abogada en el suelo. A unos 500 metros, en el Camino de las Vacas, paró el vehículo y le prendió fuego. Los bomberos lo apagaron sobre las 23.20, antes de que las llamas rozasen el cuerpo de la mujer. Según El Ideal de Granada, que cita el informe forense, fue la inhalación de los gases del incendio creado por Folgoso lo que acabó matando a Rosa Cobo. Estaba separada y tenía dos hijos.

A partir de ahí, la Policía y la Guardia Civil rastrearon la capital y los pueblos cercanos para encontrar al homicida. Una patrulla de guardias lo encontraron a las 14.30 del día siguiente en un Volkswagen Golf de color azul. El coche estaba parado en una salida de la A-92, a la altura de la localidad de Purullena. En su interior, Folgoso yacía inconsciente y soltaba espuma por la boca, según describieron los agentes citados por El Ideal. Había intentado suicidarse tomando barbitúricos. Sus ropas estaban manchadas de sangre.

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Es difícil precisar con exactitud cuándo empezó a convertirse Rosa Cobo en una obsesión para Folgoso pero, según ella misma comunicó a sus compañeros meses atrás, todo se desató cuando se negó a presentar una denuncia falsa contra la exesposa del agente. “Se ha publicado que todo había sido obra de un cliente insatisfecho, sin decir más”, dice Del Castillo, visiblemente enfadada. “Pero la razón fue que él le pidió hacer cosas que eran ilegales, y por eso ella dejó de defenderle”.

Fue a finales de 2010. Cobo empezó a encargarse del divorcio del agente. El hombre quería conseguir la custodia compartida de su hija. Las abogadas de ambas partes intentaron sin éxito llegar a un acuerdo. La defensora de la exmujer de Folgoso ha comentado estos días a los compañeros de Cobo que nunca había visto luchar tanto a alguien por su cliente.

Rosa Cobo Román
Rosa Cobo RománEL IDEAL DE GRANADA

Antes de que esa negociación concluyese, Folgoso exigió a su abogada que preparase un ataque frontal contra su exmujer, una denuncia falsa que acabase con el asunto en los tribunales y que le sirviera para vengarse. Cobo, a quien todos sus colegas de profesión describen como una mujer de carácter, firmes principios deontológicos y arrestos para enfrentarse a cualquiera, se negó y dio la relación con su cliente por terminada. Ni siquiera le cobró. Quería olvidarse de todo el asunto.

La negativa de la letrada enfureció al policía local, que presentó una queja en el Colegio de Abogados de Granada y una denuncia en un juzgado de la capital. Ninguno de esos dos asuntos prosperó. “Era evidente que no iban a prosperar”, dice Araceli del Castillo, “pero aquello la dejó enfadada”.

Poco tiempo después, su coche apareció rayado y con todos los cristales rotos. Cobo refirió el asunto a sus allegados. Intuía que se trataba de su excliente, pero sabía que no tenía pruebas y que una denuncia no prosperaría. Su siguiente paso fue instalar cámaras de seguridad en el garaje y en la puerta de su casa. La mayoría de sus conocidos creen que aquello no tiene que ver con que estuviera aterrorizada, sino más bien con un intento de conseguir alguna prueba contra Folgoso si este intentaba entrar en el edificio. Era una mujer reservada. Si pasó los peores meses de su vida, jamás se lo hizo saber a sus compañeros del gremio.

En toda esta historia, el policía local es el personaje menos conocido. Se sabe que había tenido dos parejas, que se separó de ambas y que con ambas había tenido problemas que habían acabado en órdenes de alejamiento. Fueron los padres de la última los que le denunciaron en marzo de 2011 después de que ardiera el garaje donde aparcaban el coche en Motril. La Policía le detuvo en el lugar donde trabajaba y se le retiró el arma reglamentaria. Los periódicos contaron la detención. El caso fue archivado poco después por falta de pruebas. Con la sentencia absolutoria, Folgoso se sintió cargado de razón para contar su historia al Diario de Alcalá. En un artículo de opinión firmado por la periodista Paula Ballesteros, fechado el 8 de mayo de 2011 y titulado Dos historias terribles, el agente se presenta como víctima. El texto habla por sí solo. Se reproduce aquí tal cual:

Sus colegas la describen como una mujer valiente y tenaz, una profesional de a pie meticulosa en sus trabajos

“Soy el policía local de Granada detenido el 21-03-2011 a la entrada de mi trabajo, de uniforme y en presencia de mis compañeros. Esposado se me introdujo en vehículo policial hasta los calabozos, en los que pasé toda la noche. No había ni una sola prueba en mi contra. La sola palabra de mi exsuegra que manifiesta haber sido amenazada de muerte por mí. Se me encerró sin comprobar las contradicciones en las declaraciones y el motivo de la denuncia, No dejarme ver a mi hija. Ya he estado seis meses sin tener acceso como padre que soy, ahora llevo más de mes y medio sin poder verla. Todo el proceso ha estado plagado de mentiras, he sufrido robos en mi piso, me han amenazado, insultado, denunciado por violencia de género, se ha mentido en documentos oficiales con el más absoluto descaro, llegando a declarar que soy chatarrero, que ella vive conmigo, que abuso de drogas y me convierto en autodestructivo causando daños en mi propia vivienda. No se comprueba nada y mis propias compañeras del grupo de la mujer, puede que cumpliendo su cometido, la apoyan mientras yo sufro un vacío y rechazo. Es humillante comprobar como la denuncia que puso su madre le sirve para declarar que ahora me tiene mucho miedo, pero no la impide mudarse al bloque al lado del de mi madre y destrozar el buzón de correos (como reconoce en el mismo juzgado)”.

La periodista añade que los abogados de Miguel, según su relato, han sido expedientados “por no haber ejercido su defensa con la garantía e imparcialidad en favor de la parte contraria, que todo acusado tiene derecho a esperar de su defensor”. Se supone que se refiere a Rosa Cobo, aunque, como se ha visto, ese punto no es cierto y las quejas hacia la abogada jamás prosperaron.

Unos meses después de enviar su testimonio al Diario de Alcalá, el 14 de agosto, el agente pidió una excedencia del cuerpo de la Policía Local. Se le retiró el arma y se notificó a la Guardia Civil su nueva situación y de los antecedentes de malos tratos que había tenido para que se le confiscasen otras armas particulares en caso de tenerlas, según cuenta El Ideal.

El odio del policía local hacia Cobo aumentó cuando empezó a establecer relaciones entre los diferentes letrados que defendieron a su exmujer. Folgoso siempre encontraba una conexión con la que había sido su abogada; o habían colaborado en algún despacho o se conocían de hace años. El caso es que empezó a considerar que todo estaba urdido por su exabogada, que todo era un plan para engañarle.

Los servicios funerarios trasladan el cadáver de Rosa Cobo.
Los servicios funerarios trasladan el cadáver de Rosa Cobo.M. Á. MOLINA

Los vecinos del barrio de La Juventud, donde vivía Rosa Cobo, dan algunos detalles más sobre la personalidad de Folgoso. Casualmente, el policía vivió en la misma calle que su exabogada. Su casa estaba en la acera de enfrente, en el edificio Sanders, y había sido puesta en venta tras la separación, en 2010. Una vecina que habla en voz baja y procura que su hija pequeña no se entere de lo que dice, asegura que Folgoso era conflictivo, que tenía problemas en la comunidad y que solía ser agresivo o, al menos, maleducado. “Una vecina de ellos fue a su casa una vez. Llevaba a su niña de la mano y esta se encariñó de un peluche que vio en la casa y que era de la hija de él. Él no estaba presente y le dieron a la niña el peluche. Al día siguiente, él se presentó en la casa de su vecina a reclamarlo”, cuenta la vecina.

Son días duros para los abogados de Granada. Muchos conocían a Rosa Cobo y admiraban su oficio y su meticulosidad al presentar escritos cargados de argumentos jurídicos. “No se dejaba amedrentar tan fácilmente”, dice el abogado Pablo Luna. “De todas maneras, ella era reservada para sus cosas personales. Si sintió miedo, nosotros nunca lo supimos y pasábamos mucho tiempo con ella”.

El despacho de Luna y Asociados también está en la Avenida de la Constitución, a unos cuantos pasos del de Cobo. La abogada colaboraba asiduamente con Luna, un abogado de reconocido prestigio en Granada, que entre otros asuntos ha llevado el caso Malaya. En torno a una mesa del despacho, Luna y otros dos socios explican su preocupación por el hecho de que la muerte de Cobo se diluya pronto, que no haya servido para poner sobre la mesa la desprotección que viven muchos letrados y que las instituciones no se hayan implicado más en la respuesta pública al crimen. “Este caso es histórico. Que yo sepa, nunca en la historia de la democracia habían matado a un abogado por hacer su trabajo defendiendo a un cliente”, señala Luna, que espera que Rosa Cobo sea recordada en Granada por haber muerto en acto de servicio.

Esa es la expresión que utilizan en el obituario que se publicará pronto en la revista del Colegio de Abogados, un texto que suena además a reivindicación de un colectivo, a veces desdeñado, y que sufre en ocasiones cierta indefensión: “Ayer, dándole el último adiós, pensaba en la respuesta oficial y colectiva de un suceso como este que hubiera afectado a un fiscal, a un juez, a un funcionario de policía o de prisiones, en la movilización que habría supuesto, en el merecido homenaje que se le hubiera brindado en la memoria colectiva, con una calle, un monumento, manifestaciones públicas. Rosa permanecerá en nuestro corazón, en nuestro recuerdo, inalterable, pero no gozará de tales honores a pesar de haber muerto en acto de servicio y de pertenecer a un colectivo sin el que la democracia, los derechos humanos y la libertad son impensables”.

Los abogados recuerdan estos días en Granada las veces que unos y otros han sufrido agresiones, amenazas o daños en sus vehículos. Algunos abren la posibilidad de que se les considere una autoridad pública y señalan que ese sistema ha funcionado para disminuir recientemente las agresiones a los médicos. No parece que esa reivindicación esté cuajando en el sector de forma mayoritaria y el debate se cierra muchas veces con la expresión “gajes del oficio”. Otros sí señalan que lo que más les preocupa de este tipo de casos es el efecto contagio, la posibilidad de que la atención de los medios haga que otros clientes insatisfechos o frustrados con el celo deontológico de algunos letrados se lancen a seguir los pasos de Folgoso.

En la mesa de reuniones de la modesta oficina que compartían con otros abogados, Araceli del Castillo cuenta los días previos a la muerte de Rosa. Asegura que estaba tranquila y que tenía otras preocupaciones como el colegio de su hijo. Araceli remarca el comportamiento intachable de su amiga: “Vivía por su trabajo y para su trabajo. La mataron por hacerlo bien y porque para ella no valía todo. Era una abogada de la vieja escuela, una abogada de a pie”.

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