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Huérfanos sin Esperanza

La marcha de Aguirre deja sin referente a los críticos a Rajoy en el PP

Esperanza Aguirre durante su despedida.
Esperanza Aguirre durante su despedida.BERNARDO PÉREZ

Esperanza Aguirre es de esos políticos que cuando se retiran dejan muchos huérfanos que quedan desconsolados, desamparados y despistados.

Durante años había engordado su entorno (político, mediático y electoral), había hecho crecer el PP de Madrid hasta convertirlo en la organización más potente de todo el partido y se había convertido en el referente de la crítica a Mariano Rajoy. Por eso, la idea más extendida entre los dirigentes populares es que su retirada supone, paradójicamente, un grave problema para el presidente del Gobierno, sobrado ya de frentes abiertos. La máxima de “enemigo (o adversario) que huye, puente de plata” no es aplicable ahora a la expresidenta de Madrid y a Rajoy, según argumentan en la sede de la calle de Génova.

Uno de los símiles utilizados es el futbolístico: los defensas prefieren hacer frente a un delantero clásico, referente en el ataque del otro equipo, que a una oleada de centrocampistas que se acercan al área de forma desordenada. Es decir, Rajoy y sus fieles tenían localizado e identificado el foco de la heterodoxia del partido, que ahora queda sin líder que les marque el camino. La enorme maquinaria de poder en que Aguirre convirtió el PP de Madrid, con casi 100.000 militantes, queda sin control, sin referente que les guíe. Otros posibles focos de crítica interna tienen menos fuerza o han quedado desactivados. Por ejemplo, Jaime Mayor Oreja, acompañado siempre de gran aparato mediático y de cohorte de hooligans fieles, ha quedado tan débil en el partido como que en el PP vasco le han callado y frenado en seco en el caso Bolinaga. O José María Aznar, al que le pesa más la responsabilidad y el patriotismo de partido que el no disimulado desagrado a actuaciones de Rajoy.

Dudas en la dirección nacional sobre la candidatura de Ignacio González

“Corremos el riesgo de que Rosa Díez se convierta en el referente de esa crítica”, asegura un dirigente del PP, que recuerda que Aguirre cubría sectores como el de los partidarios de recortar el Estado de las autonomías. Explican que Aguirre puede mantener una cierta referencia crítica, porque, como le ocurrió en su momento a José Bono en el PSOE, es de los que nunca terminan de irse. Es el de los que se encuentran en el muy transitado camino que va del liderazgo al papel de “mosca cojonera”, sin ataduras institucionales. Solo le faltará una maquinaria de poder a su servicio y, además, sus huérfanos podrán encontrar mientras quien les cobije y dé calor. La marcha de Aguirre es también un problema para Rajoy, porque le abre en canal el frente de Madrid. El PP pierde el potente arrastre electoral de la expresidenta que, como explica uno de sus fieles, “tiene un tirón que no tiene ningún otro en el partido”. Según Metroscopia, Aguirre fijaba el apoyo al PP, con una fidelidad de voto más alta que la media en toda España, porque cubría varios sectores ideológicos.

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Madrid es fundamental para el PP en las elecciones autonómicas de 2015, en vísperas de las siguientes generales y Rajoy necesita un candidato con garantías en la comunidad. Además, en el PSOE se da como seguro que la renuncia de Aguirre provoca la carambola de torcer los planes de Tomás Gómez, hasta obligarle a renunciar a sus aspiraciones en Ferraz, sin más remedio que volver a presentarse en Madrid. La incertidumbre para el PP es aún mayor porque en el Ayuntamiento de Madrid la teórica candidata será Ana Botella y es aún una incógnita como cabeza de lista.

El candidato natural, a día de hoy, es Ignacio González, próximo presidente de la Comunidad, pero las apuestas en la sede de Génova no le son favorables. Primero porque queda mucho tiempo y es imprevisible cómo será su gestión, con un perfil completamente distinto al de Aguirre. También porque, como brazo ejecutor de la presidenta madrileña, tiene cadáveres en el partido, lo que hace que algunos piensen que debía hacer como Manuel Cobo, su equivalente en el entorno de Alberto Ruiz-Gallardón, y retirarse con ella. “Lo bueno se le atribuía a Esperanza y lo malo a Nacho”, asegura un veterano dirigente que admite la eficacia de González como número dos ejecutor y con instinto (político) asesino, pero duda de que pueda ser un líder. Aguirre había conseguido imponer su disciplina en el PP de Madrid y no le tembló el pulso cuando tuvo que cortar la cabeza de Francisco Granados o las de los implicados en Gürtel. Sin un liderazgo fuerte como el de ella esa disciplina será más difusa.

En principio, lo que se espera de Ignacio González es una gestión continuista y de homenaje a su mentora, pero la historia está llena de procesos de sucesión en los que el delfín se siente obligado a poner distancia de quien le nombra. La lista de ejemplos en España de “asesinatos del padre”, aunque el sucesor sea a priori el más fiel al sucedido, es interminable: Eduardo Zaplana y Francisco Camps; José Bono y José María Barrera; José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba; José María Aznar y Mariano Rajoy... Todos ellos, con matices y diferente graduación, se han sentido en la obligación de borrar las huellas de su mentor. Si se cumple esa norma, a Rajoy se le habría abierto otro frente.

Sería un proceso de sucesión cruenta, de los clásicos que nadie ha explicado mejor que Carlos Fuentes en La silla del águila: “Si escoge al que más le debe a usted, puede tener la seguridad de que lo traicionará para demostrar que no depende de usted. Es decir: el que más le deba será el que más obligado se sienta a demostrar su independencia. En otras palabras, su deslealtad. El canibalismo político se practica en todas partes (…) El acto propiciatorio del nuevo presidente es matar al predecesor”.

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