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Columna
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Comunista

Santiago Carillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra

Juan Cruz

Si todos los que ahora dicen que fueron comunistas en el franquismo (y que luego se quitaron) hubieran sido efectivamente comunistas hasta que se borraron, España hubiera tenido un Gobierno comunista inmediatamente después de Franco. Y no lo tuvo. Y pueden elaborarse dos hipótesis: o bien dejaron de serlo instantáneamente o bien estuvieron en el Gobierno y no nos dimos ni cuenta.

 Pero es verdad que hubo muchos comunistas, fue comunista incluso Ramón Tamames, que aparece ahora tan feliz a la izquierda de Carrillo cuando este se quitó la peluca. Lo cierto es que hace mucho que Tamames no es lo que dijo que era. Entre los comunistas, el más arraigado en la memoria (en la buena y en la mala) de los españoles fue Santiago Carrillo, que acaba de morir. Él fue el símbolo más denostado, el menos querido (por quienes no querían a los comunistas ni en pintura), y el que mantuvo una autoridad más duradera entre los suyos. Pero hubo otros menos denostados y quizá más queridos, como Marcos Ana, que vivió en prisión más tiempo que el tiempo que tiene de vida. Y Marcos Ana sigue siendo comunista, hasta cuando hace deporte, a su edad nonagenaria, en su casa de la calle de Narváez, en Madrid.

No fui comunista, sin duda porque no reunía las condiciones para serlo, pero sí fui compañero de viaje algún tiempo, en la Universidad, cuando los compañeros que sí eran comunistas me pidieron que les dejara mi habitáculo para componer allí a ciclostil la revista que ellos hacían circular con el nombre de Frente Democrático.

Ahora que ha muerto Carrillo algunos lo han despedido como lo trataron en vida, a tortazo limpio, y otros (incluso sus adversarios o carceleros) han celebrado su vida más reciente, la del líder que se asoció de manera decisiva al proceso de transición, como un factor imprescindible para interpretar la historia democrática del posfranquismo. Así pues, aquel hombre que hizo la guerra y que luego estuvo en guerra desde el exilio, fue finalmente un hombre de paz, pues paz es lo que hemos tenido hasta ahora.

El fue el símbolo más denostado, el menos querido (por quienes no querían a los comunistas ni en pintura)"

Porque eso es cierto, porque Carrillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra, extraña que el lado derecho de la Asamblea de Madrid no lo considere (aún) como un hombre de paz. Tendrán pegado al cogote (y a la mente) la historia de Paracuellos, que ha salido ahora a relucir como un mantra, y no esta otra historia que hasta el Rey (o desde el Rey) le agradece.

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En su último discurso institucional, antes de dejar la presidencia de la Comunidad de Madrid, la presidenta Esperanza Aguirre le afeó con diversos epítetos a un diputado provincial de Izquierda Unida la oposición que ejercía en esa sede parlamentaria. Con el retintín que ella convirtió en divisa de su verbo, acabó esos adjetivos con la peculiar entonación de la palabra “comunista”. Dijo: “comuuuunista”, como si diciéndolo así quisiera dar a entender al público (el que estaba en la sala y el que escuchara en sus casas) que eso seguía siendo insultante tantos años después de que Alejo García anunciara en Radio Nacional de España que el PCE ya era parte de la legalidad.

Ni muerto Carrillo, que tenga paz, dejan en paz a los comunistas como Carrillo.

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