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Tribuna
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Sobre la fatiga de Cataluña

Tal vez habría concordia si se ensayara un repliegue autonómico dejando intacta a Cataluña

El presidente de la Generalitat de Cataluña y líder de Convergencia i Unió, Artur Mas, llegó a Madrid el martes 12, al día siguiente de la Diada, con cuya manifestación se ha solidarizado sin haber acudido, para reclamar estructuras de Estado y exponer sus creencias sobre la fatiga. En su opinión, “se está produciendo entre Cataluña y España lo mismo que entre la Europa del norte y la del sur. La Europa del norte se ha cansado de la Europa del sur. Y la del sur se ha cansado de la del norte por sus formas. Creo que entre Cataluña y España también hay una fatiga mutua. Cataluña se ha cansado de no progresar y España de la forma de hacer de Cataluña. En Cataluña se cree que se aporta mucho y no se la respeta. Y España cree que Cataluña siempre pide y siempre se queja”.

La utilización de esa analogía europea siguiendo el eje Norte-Sur es muy discutible. Primero, porque ese diagnóstico de cansancio entre las dos Europas requeriría un análisis más cuidadoso, una vez averiguado que ni las descalificaciones dirigidas al Sur son válidas, ni las virtudes atribuidas al Norte dejan de encubrir comportamientos tiznados por intereses y manipulaciones fraudulentas, según ha descrito, certero, el profesor Manuel Ballbé. Segundo, porque nos quedamos sin saber cómo sería la posición relativa de Cataluña y España atendiendo a la latitud. Tercero, porque sin un propósito de cohesión que atempere las diferencias de renta también es imposible el progreso de un proyecto europeo y caminaríamos hacia la centrifugación. Cuarto, porque si en la polarización europea Norte-Sur los antagonistas son la canciller Merkel y el presidente Rajoy, en la que se configuraría según el paralelismo propuesto por Artur Mas nos quedaríamos sin saber quién sería el díscolo y quién el obediente.

Enseguida, habría que evaluar con precisión en qué consiste ese “no progresar” de Cataluña y respecto a qué marcador debe fijarse, dado que ahí es donde parece encontrarse la raíz originaria del cansancio; establecer cuál es el sentido diferencial, si lo hubiera, de ese “siempre pide”, que caracterizaría a Cataluña; ir más allá de las balanzas fiscales para clarificar las aportaciones catalanas; señalar dónde se manifiesta la falta de respeto aducida por Artur Mas; y averiguar desde dónde, en qué proporción y con qué efectos se ha difundido entre la población esa “cultura de la queja” sobre la que ya nos previno Robert Hugues en el libro esclarecedor de ese mismo título editado hace años por Anagrama. De cualquier forma, ¿alguien ha calculado la pesadumbre, los costes y los destrozos de un proyecto de construcción nacional?

Es significativo que el presidente de la Generalitat se refiriera en Madrid al mandato del Parlamento catalán para plantearle al presidente Rajoy el pacto fiscal. También al de la calle, que se suma a partir de la Diada. Un clamor que, a su juicio, no se puede ignorar. La cuestión consistiría en dilucidar qué fue antes, si el huevo de los políticos reivindicativos empeñados en la subasta o la gallina del clamor popular, que cacarea de forma tan con. La solución la dio Jorge Wagensberg: “Naturalmente, primero fue el huevo, pero no era de gallina”. En todo caso, la realidad de la calle solo puede entenderse como el resultado de la persistente movilización política que José Luís Álvarez denominaba en estas mismas páginas “la lucha final de la burguesía catalana”, por supuesto en interacción prolongada con la clase política catalana incursa de lleno en la responsabilidad.

Sabemos que las disensiones entre los poderes con distinto radio de acción geográfico hacen siempre relación tanto al “fuero” como al “huevo”, y que aunque los duelos con huevo sean menos, siguen siendo duelos por mucho que carezcan de quebrantos y de palominos de añadidura. En estos tiempos de penuria, cualquier redundancia o duplicidad de competencias es condenable. Por eso, el título octavo de la Constitución, relativo a la organización territorial del Estado, es decir a los municipios y a las comunidades autónomas, podría caminar, inducido por Bruselas y Fráncfort o por la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, ayer dimitida, hacia una revisión a la baja. Una senda a explorar que tal vez aliviara la fatiga de Cataluña y favoreciera el encaje pendiente del que siempre se habla. Porque la insaciabilidad catalana está llamada a persistir siempre que las competencias se transfieran a todos por igual, dada la pretensión indeclinable de ostentar algunas distinciones relevantes. Así que, si se ensayara un repliegue autonómico dejando intacta y diferenciada a Cataluña, a lo mejor sonaba la flauta de la concordia. En vez de añadir a Cataluña, se trataría de restar a las demás. Veremos.

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