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Columna
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‘Amics i coneguts’

La historia de Cataluña en España y de España en Cataluña es una respetable sucesión de encuentros, aunque haya desencuentros

Juan Cruz

Lo decía Josep Pla. Hay que distinguir entre “amics, coneguts i saludats”. Y entre amigos, conocidos y saludados se ha hecho la historia de sístoles y diástoles que suele ser la historia del mundo y, cómo no, la historia de España.

¿Ahora qué somos con respecto a Cataluña? ¿Y al revés? Hay de todo, amics, coneguts i saludats, aunque a veces a esa secuencia se le añaden enemigos más o menos moderados o más o menos cerriles.

En 1996, cuando José María Aznar se aprestaba a entrar en La Moncloa, Manuel Vázquez Montalbán viajó a Madrid con un abultado portafolio lleno de hojas en blanco. Con su legendaria rapidez, habló con media humanidad (políticos, banqueros, escritores, periodistas) y llegó a la conclusión de que los polacos, que así se empezaba a llamar entonces a los catalanes, eran tan bien recibidos aquí como al revés. Cuando Aznar ganó las elecciones, se asustó al escuchar que los madrileños concentrados por la reverberación de la victoria gritaban en la calle de Génova: “¡Pujol, enano, habla castellano!”.

Esa no era una consigna improvisada, producto de la noche feliz de la derecha; fue fabricada con ahínco durante meses y años, y era el resultado de una interpretación mezquina de la historia política y de la historia cultural que une y desune a ambas entidades. Unas semanas antes, un periódico en cuyas portadas el líder victorioso tenía su espejo publicó una noticia en la que se ponía de manifiesto la persecución que se hacía del castellano en las escuelas de Barcelona. A Aznar le enseñaron esa portada unos periodistas con los que desayunaba. Señalando esa noticia, el que luego sería presidente dijo: “Con eso acabaremos nosotros”.

Luego Aznar pasó de ser el que era para aparecer sucesivamente como saludado, conocido y amigo, según fue necesitando el apoyo catalán para resolver sus aritméticas parlamentarias. Fue una anécdota, quizá, pero el espíritu de diferencia con respecto al catalán, y a los catalanes, ha tenido un curso de doble sentido, y ambos son peligrosos y lo serán hasta que la inteligencia de la palabra, es decir, el pensamiento, la política, lo limen para siempre y esas relaciones y esas disputas se diriman desde la serenidad que reclama la historia.

La historia, por otra parte, no se hace en una semana, aunque hay periodos concretos que parten de un instante y cristalizan sin que los que prendieron fuego se den cuenta de cuándo empezó a joderse el Perú... Siempre hay una semilla, una mecha, que pone en situación de alerta a un lado y al otro del espectro, como si se hubiera hecho una raya en cuyos lados se enfrentan contrincantes que no se pueden ni ver. Y no es así. La historia de Cataluña en España y de España en Cataluña es una respetable sucesión de encuentros, aunque más de una vez (y más de mil veces) haya habido muchos desencuentros y otras algarabías. Este no es un momento de desencuentro, no nos engañemos. Hubo tiempos peores, porque la democracia indica caminos que otros sistemas no prevén. Y en democracia, lo que no se puede hablar no existe. Pasará lo que la historia diga que ha de pasar. A estas alturas, lo que será imposible es que haya como consecuencia otra cosa que amics, coneguts i saludats. Com sempre

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