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“Los españoles me dijeron que iba a Melilla y me entregaron a Marruecos”

Los inmigrantes de Isla de Tierra relatan el desalojo y su expulsión a Argelia "Nos negamos a subir a las lanchas y los policías usaron porras eléctricas"

MÓNICA CEBERIO BELAZA | ENVIADA ESPECIAL

“No puedes estar aquí. Acompáñame”. P., una de las 73 personas desalojadas el pasado lunes por la Guardia Civil de Isla de Tierra, el pequeño islote español de la bahía de Alhucemas pegado a la costa marroquí, fue interrumpido ayer mientras contaba su historia en una cafetería. “Está prohibido dar entrevistas”, le dijeron. No era la policía, sino otro inmigrante que hablaba en nombre de uno de los jefes de la comunidad subsahariana que puebla la Universidad de Oujda (Marruecos), junto a la frontera con Argelia. Allí se refugian los inmigrantes sin papeles en su camino hacia Europa. La cara de pavor de P., un maliense de 35 años, no dejaba lugar a dudas: la prohibición iba en serio. Se marchó de inmediato.

Horas antes, otros tres inmigrantes procedentes de la isla también estaban asustados. “Por favor, no se dirija a mí”, decía uno de ellos. “No puedo hablar. De verdad”. Y no eran los únicos con miedo. “La comunidad ha dicho que no dejarán entrar a ningún periodista más en la universidad”, explica Hicham Baraka, fundador de la ONG marroquí ABCDS. “Tienen miedo de que, si siguen hablando con los medios, la policía entre en el campus, y tengan problemas”, añade. El amplio dispositivo de agentes de paisano que rodeaban ayer la universidad y vigilaban los pasos de cada periodista dejaba bien claro el gran interés de Marruecos en controlar la información en torno al conflicto de Isla de Tierra.

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Pero, a pesar de la ley del silencio impuesta en Oujda, algunos inmigrantes quieren hablar y denunciar una situación que ellos consideran ilegal. Creen que no debieron ser desalojados de la isla española y entregados a Marruecos con engaños, ni lanzados a la frontera con Argelia sin dinero, teléfonos ni comida. “¿Pero no estábamos en suelo europeo?”, se pregunta P. Plantea la misma queja que muchos otros subsaharianos de la ciudad: “No somos animales, ¿Por qué no se nos reconocen derechos?”.

“Estaba durmiendo cuando llegó la Guardia Civil”, relata. “Era de noche. Nos despertaron y nos dijeron que nos iban a llevar a Melilla. No veíamos nada”. Les pidieron que subieran a la lancha con ellos. “Algunos sí se fueron voluntariamente”, explica. Unas 15 personas. Pero cuando los inmigrantes comenzaron a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, de que simplemente estaban llevándolos a la orilla de enfrente y entregándolos a los militares y fuerzas de seguridad marroquíes, se negaron a subir a la zodiac. Fue entonces cuando comenzó la parte más violenta del desalojo, cuando se produjeron los gritos que podían escucharse esa noche desde la lejanía.

“Por eso lo hicieron de madrugada”, dice P. “Para que esos gritos no los escuchara nadie. Cuando nos negamos a subir a las lanchas, empezaron a inmovilizarnos y a usar las porras eléctricas que llevaban. Incluso con las mujeres”. El Ministerio del Interior niega que se utilizaran porras eléctricas, incluso afirma que no se utilizó ningún tipo de material antidisturbios durante el desalojo. Pero P. asegura que a él, como a otros, lo ataron de pies y manos con unos cordones negros en forma de esposa que aún conserva. Hicham Baraka, que durante el día de ayer habló con unos 20 inmigrantes procedentes de Isla de Tierra, asegura que son muchos los que relatan de la misma forma el desalojo.

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“¿Qué venís a hacer aquí? Hay crisis en España y todo está muy mal’, nos decían los agentes”, prosigue P. “A mí me lanzaron a la lancha entre varios y me llevaron a la playa de Marruecos. Allí nos metieron en tres autobuses y nos condujeron del tirón a la frontera con Argelia. Dentro del autobús, nos quitaron el dinero, los teléfonos... todo”.

Una vez en la frontera cercana a Oujda, un paso cerrado, se siguió el procedimiento habitual. “Nos dijeron que camináramos hacia delante, hacia Argelia. Cuando te encuentras con los guardias argelinos, estos te echan. Y vuelves a Marruecos. Por el camino aparecieron unos bandidos que querían robarnos. Llevaban cuchillos y nos dijeron que les diéramos todo lo que llevábamos. Pero, claro, no teníamos nada. Al final acabaron por tenernos lástima y nos dejaron marchar”.

Otros tres inmigrantes recién llegados de la isla ofrecen un relato muy similar. Son dos hombres y una mujer. De Malí, Costa de Marfil y Camerún. Aseguran también que la Guardia Civil les engañó asegurándoles que se irían a Melilla y que sufrieron el mismo periplo desde la playa de Sfiha a la frontera con Argelia. La charla se interrumpe abruptamente. Un policía de paisano informa a los periodistas de que está prohibido hacer entrevistas sin permiso.

Algunos inmigrantes de la isla han partido rumbo a Nador, para tratar de cruzar a España. Pero muchos no tienen dinero para moverse y tendrán que quedarse aquí por el momento. Se desplazan con una pequeña bolsa con utensilios básicos que les ha proporcionado Médicos sin Fronteras. “De verdad, necesitamos ayuda”, dice P. “Yo salí de mi país por la guerra. Ahora no tengo ni qué comer. No sé qué vamos a hacer”.

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Sobre la firma

MÓNICA CEBERIO BELAZA | ENVIADA ESPECIAL
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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