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Historias del pueblo que vivió a 300 metros de las llamas

La localidad leonesa de Torneros de Jamuz fue la más afectada por el peor incendio de la década en la región

Zona calcinada en sierra de Teleno, por el incendio al sur de León.
Zona calcinada en sierra de Teleno, por el incendio al sur de León.Carlos Rosillo

Torneros de Jamuz, en el municipio de Castrocontrigo, estuvo muy cerca de ser devorado por las llamas, en el incendio más trágico de la década en la provincia de León. Fue desalojado por un espacio breve de tiempo por la Guardia Civil, pero algunos de sus habitantes se resistieron a dejar atrás sus casas. Estas son las historias de tres vecinos que vieron cómo su mundo se podía destruir en cuestión de instantes:

Cecilia Cadierno Aparicio. “Ahora, con tanto adelanto, dejan quemar el bosque”

Cecilia Cadierno Aparicio, de 85 años, se negaba a abandonar la casa en la que ha vivido “toda su vida” en el pequeño pueblo leonés de Torneros de Jamuz de alrededor de 90 habitantes. Las llamas estaban bajando a toda velocidad desde la peña de Hito Nuevo hasta este pueblo para cuyos vecinos el monte ha sido “todo”. Se aproximaban amenazantes ayudadas por el viento, y los operativos antiincendio se demoraban. Un bulldozer de la Unidad Militar de Emergencias no había logrado atravesar un paso estrecho de la localidad aledaña de Quintanilla de Flórez. Los nervios iban en aumento. Los vecinos se concentraron en la calle y decidieron actuar por su cuenta: Tomaron varias mangas de riego y humedecieron la hierba de la parte trasera de la localidad. Después, lucharon contra las llamas con las llamas, e iniciaron un contrafuego. Mientras tanto, un ruido como de tormenta se escuchaba de forma cada vez más nítida.

Los vecinos afirman que el descuido del monte explica un incendio de alcance tan brutal

Y Cadierno tuvo que dejar su vivienda, después de que su hijo y su nuera le insistieran. “Dicen que la casa no cuesta nada”, suspira y se le saltan las lágrimas. “Ahora me doy un paseo, y me echo en seguida a llorar”, cuenta. La parte calcinada comienza a 300 metros de Torneros. El monte ha sido ensombrecido por el incendio más cruel de la década en la provincia de León, y un camino a medio quemar parece no tener dirección. El pequeño huerto cuidado por Cadierno es una nota de color que contrasta con la devastación del paisaje: girasoles, rosas, lechugas. La vida continúa después de la catástrofe.

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Una brigada llegó con dos autobombas, y ahí terminó la pesadilla. La familia de Cadierno lleva asentada en Torneros por generaciones. Ella se ha ganado la vida en la resina, dedicada “a las ovejas, a las vacas, arando…” y al cuidado de sus cuatro hijos. Como sus vecinos, lamenta la pérdida del mundo que conocieron. Otras tres mujeres que la acompañan a la puerta de su casa dejan escapar comentarios de desprecio contra la persona que provocó el incendio. Se muestran convencidas de su intencionalidad. “Antes, con la resina no pasaba nada. Ahora, con tanto adelanto, dejan quemar el bosque”, señala Cadierno con mucho enfado. La anciana se refiere a la industria de extracción de resina que languideció en los ochenta y que ahora había vuelto a renacer en el municipio de Castrocontrigo con diversos proyectos. Pero a Cadierno la cara se le ilumina cuando ve a su biznieto Alejandro, que está de visita, y sonríe y alaba lo bueno que es el niño.

Clemente Aparicio Rubio. “Lo primero que tienen que proteger son los pueblos”.

Aparicio tiene 81 años y una vida dedicada al campo. Ha sido resinero, obrero y pastor. Cuenta con orgullo mientras come media manzana que llegó a hacer un curso de extracción de resina en Segovia y que recibió la máxima calificación. Vive en la misma casa desde hace más de 50 años. El día en que el incendio se acercaba a Torneros, decidió quedarse “para defenderla”, a pesar de que “un señor” (por la Guardia Civil) había llegado dando la orden de que desalojaran la población. “Pasé todo el día alerta y dije que no, que no pensaba marcharme. Hasta que no ardiera, no iba a salir de mi casa”. ¿Que si no tuvo miedo? “Me dio más que miedo”, confiesa con naturalidad sin perder la sonrisa o el brillo de sus ojos, mientras se apoya en su bastón de madera. “Fue un rato malo”, añade. Él fue uno de los vecinos que se arrancó a recoger ramas, con tal de sofocar el fuego. Pero las autoridades se lo impidieron. Lo comenta indignado. “Lo primero que tienen que proteger son los pueblos. ¿El monte? Que arda antes”, apunta.

Aparicio se queja de que aquel día los vecinos insistieron en llamar para pedir refuerzos. “Habrá que asistir a las urgencias, digo yo”. Al igual que Cadierno, piensa que, en el pasado, había más cuidado del monte, que entonces se aprovechaba para diversos cultivos, como el centeno. Aparicio mira con desprecio el horizonte quemado, y la leña que se amontona aquí y allá en la calle en la que vive que “pertenece a alguien” que no la retira. La edad mínima de los habitantes de Torneros de Jamuz es de 65 años. No hay niños, aunque Aparicio los incluya como parte de la población, al ser los hijos de gente que ha vivido ahí.

El anciano se levanta del banco con agilidad y se dirige al garaje. De ahí saca con orgullo las herramientas que empleaba cuando se dedicaba a la obtención de resina en los pinares del monte. Muestra cómo usar cada una de ellas. No le da importancia al peso del cubo que debía transportar una vez lleno de la sustancia que tantas alegrías ha dado a su región.

Severina Abajo Prieto. "Ya no podemos apagar incendios porque somos viejos"

Abajo, de 79 años, es la mujer de Clemente Aparicio, con quien tiene un hijo, que pasa unos días con ellos, pero prefiere no hacer declaraciones para "no decir barbaridades". Abajo es originaria de la localidad leonesa de Villar de Golfer. Por una enfermedad del corazón, tuvo que pasar por el quirófano y porta un marcapasos en la actualidad. Repite, como para sí misma, "mala persona, mala persona. ¿Cómo puede ser esto?", en alusión a quien sea que haya provocado el incendio. Aquel lunes aciago en el que las llamas estuvieron más cerca que nunca de arruinarlo todo, se quedó junto con su marido. Abajo terminó sufriendo una crisis de nervios. Se negó a que la recogiera una ambulancia para llevarla a un hospital y pudo recuperarse después de que le administraran calmantes.

Abajo recuerda la facilidad con la que se solían sofocar los incendios, gracias a la ayuda de los vecinos después del repicar de alarma de las campanas. Narra lo sucedido en un fuego de hace unos años: "Nos juntamos en la calle, vino un helicóptero, y, cuando llegaron más medios de Astorga, ya no hacían falta", recalca. Y resiente el hecho de que, porque ya no son jóvenes, no puedan acudir a apagar las llamas.

Su humor cambia cuando habla de la recogida de níscalos del monte, y de su pericia para encontrarlos por kilos y kilos. "Parecía que los veía venir. Nos daban dinero, pero sobre todo, muchísima ilusión".

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