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CATEDRÁTICOS DE LO PÚBLICO | Rodolfo Martín Villa

“¿Quién califica al calificador? ¿Quién audita al auditor?”

Quien fue procurador con Franco, precursor de la Ley de Amnistía y ministro y empresario en democracia habla de una crisis institucional estructural grave frente a una crisis económica coyuntural y defiende una España federal

Patricia Ortega Dolz
Rodolfo Martín Villa junto a la ventana de su despacho, en el piso 13 del edificio de Endesa, desde donde domina todo Madrid.
Rodolfo Martín Villa junto a la ventana de su despacho, en el piso 13 del edificio de Endesa, desde donde domina todo Madrid.CRISTÓBAL MANUEL

El tesoro de Rodolfo Martín Villa (Santa María del Páramo, León, 1934) está contenido en un solo folio y lo guarda en una carpetita de plástico transparente. Lo tiene descuidadamente camuflado entre un montón de papeles, sobre la mesa de su despacho, en el piso 13 de su imperio eléctrico, Endesa, un rascacielos que se yergue en el barrio de Chamberí y desde el que se domina todo Madrid.

Es un documento muy preciado para él, que le ha llevado años componer. Lo ha logrado a los 78, después de ser, por este orden, gobernador Civil en Barcelona con Franco, ministro de Relaciones Sindicales del Gobierno de Arias Navarrro, ministro de Gobernación (Interior) en los primeros años de la Transición, senador, diputado por León, ministro de Administración Territorial, vicepresidente del Gobierno con Leopoldo Calvo-Sotelo, diputado del PP por Madrid en los 90 y comisionado del Gobierno para la crisis del Prestige. Y en el sector privado, presidente de Endesa (antes, durante y después de su privatización) y de Sogecable. El tesoro de Rodolfo Martín Villa tiene forma de árbol genealógico, se remonta al siglo XVII y esconde algunas respuestas sobre su vida.

Aquí y ahora

La crisis. "Hay barra libre para pedir responsabilidades a los políticos pero aquí estamos entre calificadores".

La memoria histórica. "Tuvimos el pasado muy presente para no repetirlo. Ahí está la Ley de Amnistía que refleja lo que quisimos hacer y seguimos en ello".

La Transición. "Previamente había habido un cambio tan fenomenal que era clara la discordancia entre una sociedad modernizada y un régimen político que no lo era. No idealizamos demasiado".

España. "Una España federal supondría una esencial igualdad en las comunidades. Se puede defender que la gente es distinta, pero no que unos son más".

Europa. "No hay ni gobierno de verdad, ni parlamento de verdad, ni tribunales de verdad".

La democracia. "Gobernar es mandar, pero también es ceder".

Los políticos. "El buen político es fuerte con los fuertes, no con los débiles".

Rajoy. "Le pagamos para que se trague muchos sapos. Los gobiernos no están para que su deuda dependa de los mercados".

El aborto. "Yo no sería de los que tocaría demasiado la legislación actual".

La eutanasia. "Me tranquiliza que en la Conferencia Episcopal haya especialistas en bioética".

El matrimonio gay. "No le hubiera llamado matrimonio, pero se ha regulado bien para evitar marginalidades".

Dios. “Soy creyente y a veces discrepante de la organización eclesiástica”.

El Estado de Bienestar. “Es dar de comer a hambrientos y sedientos, cuidar a los enfermos, enseñar a los que no saben, dar vivienda… Las obras de misericordia. Desde hace 2.000 años nada nuevo”.

La propuesta. “Una ley de partidos que establezca un sistema de financiación transparente y controlado por la Administración. Habría menos corrupción y menos descrédito de los políticos”.

Recientemente se ha dado por satisfecho en la composición de ese rompecabezas y ha descubierto que procede de una estirpe cuajada de políticos y ferroviarios, de gentes que asumieron asuntos que afectaban a su comunidad y de personalidades forjadas en “los caminos de hierro del Norte”, que es como se llamó la compañía del ferrocarril antes de ser la Renfe. Entre sus antepasados hay “veedores de nublos” — “lo que ahora sería la Protección Civil”, explica—, “contadores de cuentas”, —“como auditores”—, inspectores de paños —“para garantizar la calidad del producto”— y luego hay obreros que construyeron vías y en el camino se echaron mujer e hijos, y se hicieron ferroviarios y hasta jefes de estación cuyos entierros estuvieron presididos por gobernadores civiles… “Lo que mi padre hubiera querido es que yo fuera presidente de la Renfe, no ministro”.

De aquellos ancestros que servían a su pueblo conservó el gusto por atender asuntos públicos, y de los ferroviarios dice que “imprimen carácter”. Tras más de tres horas de charla, parece que esto último quiere decir algo así como tener “sentido de la realidad”, de “las cosas de verdad”.

Curiosamente, a ojos de Martín Villa, “de verdad” es la política sindical que vivió estando en Barcelona y que destaca por encima de todos sus otros cargos: “Es la política de realidades”, asegura. “De verdad” es la “sensibilidad por lo social” que adquirió en el colegio de los Agustinos —“cristianos de manga ancha”— donde estudió, frente a los políticos de ahora, cuando “hay bastantes más casos de lo que sería de desear de gente que se ha iniciado en las filas de un partido político y no ha hecho otra cosa, son profesionales de la política, no políticos”.

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De mentira es Europa y la unión monetaria, porque se hizo “sin unas instituciones sólidas”: “No hay ni gobierno de verdad, ni parlamento de verdad, ni tribunales de verdad”. Y “de verdad” es también “la crisis institucional, que es el problema real de España”. Porque no se han arbitrado los “mecanismos y organismos solventes para regular a los reguladores: desde el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial al Banco de España o la Comisión de la Energía, todos se nutren por cuotas del partido. Eso no puede ser. Los políticos deberían dejarse de nombramientos y ponerse a regular a los auditores y calificadores: ¿Quién califica al calificador? ¿Quién audita al auditor?”.

Su fama de componedor le precede, desde un día de 1957. Fue en el Colegio Mayor Santa María, de Madrid, donde hizo su vida universitaria junto a otros como el después presidente de la CEOE, José María Cuevas, o el también ministro del Interior, Juan José Rosón. Allí alzó la voz a favor de la reforma de las enseñanzas de los colegios de arquitectos e ingenieros, con una mayoría en contra. Después le eligieron delegado sin siquiera estar presente y cuenta la leyenda que nunca más volvió a bajarse del coche oficial. Él siempre se dejo querer, también cuando muchos años después (1997) fue llamado para privatizar empresas públicas: “Frente a los míos, yo creo que la propiedad privada tiene límites, pero también que la gestión de lo público puede hacerse desde lo privado”, justifica. La componenda no le salió tan bien cuando quiso ampliar el imperio eléctrico y fusionarse con Iberdrola. Él dice que pudo “trampear” pero que no es su estilo y se retiró. Pero lo cierto es que el Gobierno puso entonces unas condiciones para garantizar la competencia que él entendió inasumibles. Sí prosperó la expansión latinoamericana, aunque no faltaron tampoco escándalos por supuestos impagos medioambientales y críticas por un posible deterioro de la Patagonia chilena.

Martín Villa tiene pinta de sabueso que juega al despiste, de esos que hacen dejadas y esperan pacientes la respuesta del otro. Ligeramente encorvado hacia adelante y con una voz que atraviesa la historia, siempre parece estar diciendo más de lo que dice. Ni el vértigo a las alturas ni sus problemas de vista le impiden mirar a España con perspectiva y afirmar: “En lo que estamos peor es en lo institucional, faltan organismos reguladores serios, creíbles e independientes”. Y después marca un camino: “El federalismo supondría una igualdad esencial para todas las comunidades”. Ahí deja eso.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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