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Tribuna
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El desterrado que llegó a ser presidente del Congreso

Peces-Barba se ha convertido ya para siempre en un símbolo de la reconciliación que alumbró la transición democrática

Miguel Ángel Villena
Peces-Barba toma posesión como presidente del Congreso el 18 de noviembre de 1982.
Peces-Barba toma posesión como presidente del Congreso el 18 de noviembre de 1982.EFE

Durante el estado de excepción de 1969 las autoridades franquistas desterraron a Gregorio Peces-Barba, durante unos meses, a un pequeño pueblo de Burgos por sus actividades políticas contra la dictadura. Cuando ya era presidente del Congreso de los Diputados, 16 años después, Peces-Barba quiso visitar Santa María del Campo durante un viaje oficial a Burgos. Acompañé al político socialista en aquel viaje, como su jefe de prensa, y nada más bajar del coche un oficial de la Guardia Civil se cuadró y pronunció el ritual de "sin novedad, señor presidente". Peces-Barba sonrió y contestó al oficial: "Ya veo que ha progresado usted mucho. Me alegro de verle".

Mientras caminábamos por las calles del pueblo le pregunté sobre la identidad de aquel oficial de la Guardia Civil. "Era el cabo que me vigilaba durante mi destierro en Santa María del Campo", me respondió el presidente. Fue un viaje plagado de anécdotas que revelaron los inmensos cambios que había vivido España desde la dictadura a la democracia y que pusieron de manifiesto el talante de reconciliación y de diálogo que siempre marcaron la trayectoria política y universitaria de unos de los padres de la Constitución de 1978.

Peces-Barba charló con unos vecinos que asistían, entre asombrados y orgullosos, al regreso al pueblo de aquel joven desterrado que había jugado a las cartas con el cura y el boticario y que había vuelto convertido en presidente del Congreso, nada menos que la tercera autoridad del Estado. Recibido en el Ayuntamiento de Santa María del Campo, el alcalde se ufanó de su intuición histórica y exclamó entre los aplausos de los vecinos. "Ya decía yo cuando estabas desterrado, Gregorio, que tú llegarías muy lejos".

Yo soy el presidente de Manuel Fraga y de Juan Mari Bandrés, o sea, que ya sabéis cómo tenéis que comportaros", decía a sus colaboradores

Gregorio Peces-Barba se ha convertido ya para siempre en un símbolo de la reconciliación que alumbró la transición democrática y que hizo posible redactar una Constitución de consenso en 1978, una Carta Magna que ha sobrevivido más que ninguna otra en la convulsa historia contemporánea de España. Fue elegido presidente del Congreso casi por unanimidad en 1982 en una legislatura en la que el PSOE contaba con una amplísima mayoría absoluta y, por tanto, no necesitaba del apoyo de otros grupos. Todo un termómetro del carisma de un Peces-Barba que el único consejo que daba a sus colaboradores en aquella etapa era el siguiente: "Yo soy el presidente de Manuel Fraga y de Juan Mari Bandrés, o sea, que ya sabéis cómo tenéis que comportaros".

Católico sin dogmatismos, brillante y culto, socarrón e incisivo cuando las circunstancias lo requerían, leal con sus amigos y respetuoso con sus rivales, Peces-Barba llevó a la política las virtudes de los universitarios de la vieja escuela. Profesor antes que político, la obra de la que se sentía más orgulloso, al margen de la Constitución, se refería, sin duda, a la creación de la Universidad Carlos III de Madrid.

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La docencia fue su pasión mientras su militancia en el socialismo respondió a su visión de un mundo más justo, libre y solidario. Todavía recuerdo la extrañeza de los periodistas parlamentarios cuando anunció, en 1986, que no repetiría como presidente del Congreso y que dejaría la primera línea de la política para regresar a la Universidad. Una promesa que, por supuesto, cumplió. Todo un ejemplo para estos tiempos de profesionalización y envilecimiento de la política. Como su admirado Manuel Azaña, Gregorio Peces-Barba siempre puso por delante los imperativos morales, una ética entre el cristianismo y el socialismo que marcó una vida fecunda que servirá de ejemplo para muchos españoles.

Miguel Ángel VIllena, periodista de EL PAÍS trabajó con Gregorio Peces-Barba como jefe de prensa.

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