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Tribuna
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‘Quousque tandem’

Rajoy solo cuenta con la fidelidad de sus votantes, cuya confianza podría empezar a desgastarse

Enrique Gil Calvo

La presunta victoria que Mariano Rajoy había obtenido en la eurocumbre del 29 de junio, tras lograr el rescate del agujero bancario gracias al apoyo de Hollande y Monti, ha revelado ser un truco de marketing o una victoria pírrica, al resultar su precio tan elevado que podría significar una derrota total. En efecto, a juzgar por los 32 requisitos exigidos como conditio sine qua non por el MoU europeo (Memorandum of understanding),el dichoso rescate implica no solo la extinción de las cajas de ahorros tal como las conocemos sino además una drástica reestructuración de nuestro sistema financiero impuesta desde el exterior (con intervención del Banco de España incluida). Pero eso no fue todo, pues además de tan radical condicionamiento financiero también se requería otro brutal condicionamiento macroeconómico.

Así lo reconoció Rajoy ante el Congreso cuando anunció su fatídico paquete de recortes adicionales (alza del IVA, confiscación de la paga navideña a los funcionarios, etc.), que después sería clandestinamente aprobado por el Consejo de Ministros del viernes 13. Un paquete restrictivo que prolongará el agravamiento de la recesión durante otro par de años al menos. Y lo peor de todo es que, además de resultar contraproducente, ese paquete de ajuste ni siquiera será suficiente, a juzgar por la incredulidad de los mercados que descuentan su fracaso anticipado por basarse no en la contención del gasto sino en un alza de impuestos que la propia recesión hará inviable. De ahí que para otoño ya se augure otra vuelta de tuerca con un salvaje recorte de las pensiones de jubilación y los subsidios de desempleo, como única forma de impedir, o al menos de diferir por un tiempo, el oprobio de la intervención oficial. Y así ¿hasta cuándo? (¿quousque tandem?).

Acaba así el curso político más deprimente de la reciente historia española, en el que la voracidad del incendio financiero, al que no se puede sofocar por muchas inyecciones de liquidez con que se recapitalice la banca, ha devastado por completo a dos sucesivos equipos de Gobierno, primero el terminal de Rodríguez Zapatero, que nos hundió en la crisis, y ahora el neófito de Mariano Rajoy, que ha fracasado por completo de manera lamentable nada más empezar a trabajar. Cierto es que ha cometido gruesos errores de bulto al no acometer como se debía las reformas esperadas, pues la reforma laboral no introdujo el contrato único (agravando en su lugar la precariedad) y la reforma financiera no logró salvar a Bankia mediante su compra por La Caixa (creando en su lugar un séptico agujero negro). Pero quizás su peor fracaso político haya sido su contraproducente estrategia de comunicación.

El marketing de Rajoy (¿diseñado por Arriola?) buscaba como objetivo prioritario la recuperación de la confianza en el Gobierno, que había quedado completamente desacreditada tras la vacua política de imagen escenificada por el volátil ZP. Frente a ello, y para corregir la sobreactuación mediática de su antecesor, Rajoy optó por la sobriedad y el mutismo, disfrazándose del parco hombre de pocas palabras: una especie de Gary Cooper que mantiene atada su lengua para dejar que sean sus decisiones las que hablen por él. Pero adviértase que al proyectar esta imagen circunspecta estaba incurriendo en la misma estrategia retórica que su antecesor, que es la de tratar de fabricarse una buena reputación: del talante de Zapatero al prosaico sentido común de Rajoy.

La reputación a la que aspiraba Rajoy pretendía ganarse la confianza de tres audiencias bien distintas: su propio electorado, al que contó el relato de la herencia recibida; los mercados externos, a quienes vendió futuros recortes radicales; y la ciudadanía española, a la que pretendió confundir a fuerza de eufemismos. Pues bien, tras seis meses de mandato, Rajoy ya ha perdido por completo la confianza (si es que alguna vez tuvo alguna) de estas dos últimas audiencias. En cuanto a los mercados, no hay más que ver la credibilidad prestada al último ajuste, medida por la prima de riesgo: la marca España ya no vende. Lo cual es muy grave, pues hoy no se puede gobernar sin el crédito de los mercados. Respecto a los gobernados, es evidente que interpretan el (mal) trato que reciben del Gobierno de acuerdo al lapsus freudiano verbalizado por Fabra: ¡que se jodan! De ahí el clima de insumisión civil que está empezando a invadir nuestras calles. Y perder la confianza ciudadana también puede salir muy caro, pues tanto el cumplimiento tributario como el nivel de la demanda agregada dependen de la opinión pública imperante (que difiere de la publicada). Por tanto, Rajoy ya solo puede contar con la fidelidad de sus votantes. Pero la confianza de estos también podría empezar a desgastarse, en paralelo al sueldo de los funcionarios: ¿quousque tandem abutere Marianus patientia nostra?

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