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El Rey se rehabilita a sí mismo

Don Juan Carlos, convaleciente, muestra que está activo cuando España le necesita

Miguel González

No hay imágenes del Rey bajando del helicóptero que le llevó hasta cerro Paranal, a más de 2.600 metros de altura, en el desierto chileno de Atacama. Para nadie es fácil bajar de un helicóptero: esquivar la polvareda que levantan los rotores y alejarse a paso ligero del aparato. Mucho menos para un hombre de 74 años, con un largo historial de fracturas y lesiones, que ha pasado cuatro veces por el quirófano en los últimos 12 meses.

Con el prestigio internacional de España más debilitado que nunca por la necesidad de rescate financiero, don Juan Carlos ha querido evitar a toda costa que se proyectase la imagen de un jefe de Estado deteriorado físicamente y con limitaciones para ejercer plenamente sus funciones. El pasado miércoles, a punto de terminar una gira de cinco días en la que había recorrido 22.000 kilómetros en avión, los periodistas le preguntaron si no estaba agotado. “Nada, nada. Estoy estupendamente. Cuanto más, mejor”, contestó sonriendo. Ni en broma.

Sobre las alfombras del palacio de Itamaraty, en Brasilia, o de La Moneda, en Santiago de Chile, don Juan Carlos caminaba con soltura, utilizando la muleta a modo de bastón, “por seguridad”, como le dijo a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. Al girar sobre sí mismo sí parecía en riesgo de perder el equilibrio y al bajar un escalón se apoyaba en el brazo de su ayudante militar.

Todos los que le acompañaban sufrieron escuchándole el discurso previo al almuerzo que le ofreció en Chile el presidente Piñera. Era un discurso de singular calado político y fuerte carga europeísta, propio de un país en una situación excepcionalmente grave a la que ni siquiera el jefe del Estado puede sustraerse. Pero a don Juan Carlos le costaba seguir el hilo, cada pocos párrafos se le extraviaba alguna palabra e incluso se le coló involuntariamente un “no” que cambiaba el sentido de la frase cuando quiso decir que los sacrificios y ajustes decididos por el Gobierno resultan inevitables. Puede que la letra fuese demasiado pequeña o que las luces estuviesen mal dispuestas. O una mezcla de todo ello con el efecto de los medicamentos, el jet lag y el cansancio.

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El Rey ha viajado a Brasil y Chile con su médico de cabecera, el doctor Avelino Barros, sin más equipo sanitario que el habitual. Y ha tenido que dejar en segundo plano las sesiones de rehabilitación con su terapeuta. Le interesaba, por encima de todo, demostrar que vuelve a estar en activo cuando más se le necesita, para defender la presencia en América Latina de empresas españolas (que en los últimos meses han sufrido las nacionalizaciones de YPF en Argentina y Red Eléctrica en Bolivia); y para asegurarse la asistencia de los mandatarios iberoamericanos a la cumbre de noviembre en Cádiz, donde él mismo les recibirá como anfitrión.

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El Monarca se ha puesto a la tarea de recuperar el afecto perdido de una parte de los españoles

Ya el 2 de junio, en su reaparición pública en la celebración del Día de las Fuerzas Armadas en Valladolid, sorprendió a todos permaneciendo de pie los 45 minutos que duró el acto, a pesar de que se habían dispuesto sillas en la tribuna. “Ha querido ponerse a prueba”, dijo el príncipe Felipe de su padre. Es como si, tras el ejercicio de contrición que supuso la insólita petición pública de disculpas por su viaje privado a Botsuana, llegase la penitencia.

“A ver si vosotros hubieseis aguantado lo que yo”, les dijo a los periodistas tras la parada castrense, sin que quedara claro si era una muestra de orgullo por su fortaleza física o un reproche por el alud de críticas tras su viaje a África. De todas las heridas que le dejó, probablemente las más dolorosas fueran las morales.

Frente a La Moneda se congregaron, durante la visita de don Juan Carlos, varias decenas de manifestantes a los que algunas televisiones chilenas prestaron casi más atención que al ilustre huésped. Los había de toda condición: nacionalistas catalanes y vascos, ecologistas y defensores de los animales. Pero todos coincidían en sus alusiones al Rey cazado mientras cazaba elefantes. Hay noticias con tal magnetismo icónico que hasta los camareros de Brasilia o los taxistas de Santiago las comentan en cuanto se enteran de que sus clientes son españoles. Para bien o para mal, son noticias globales.

El Rey lo sabe. Y se ha puesto a la tarea de recuperar el afecto perdido de una parte de los españoles que reflejan las encuestas. Aunque sea una labor ardua y fatigosa, especialmente para un hombre de edad avanzada, aún convaleciente de su último percance y no acostumbrado a que la sociedad juzgue con severidad su vida privada.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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