_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desplome

Rajoy debería sumarse a Hollande para programar con urgencia un plan de crecimiento

Enrique Gil Calvo

Nueva semana negra para nuestro país, con desplome bursátil hasta mínimos históricos y repunte de la prima de riesgo hasta cotas de intervención. Y ello justo en el mismo momento en que se estaba celebrando la puesta de largo internacional del Gobierno español, con el tour de Rajoy desde Chicago a Bruselas pasando por París. De este modo esperaba presentarse ante sus pares con todos los deberes hechos (ajuste presupuestario, reforma financiera y control del gasto autonómico), lo que le permitiría solicitar al directorio europeo liquidez suficiente para capear nuestro saneamiento económico. Pero al hacerlo bajo los efectos de la honda expansiva del desplome de Bankia, cuya nacionalización el Gobierno ha sido tan incapaz de explicar como de controlar, todo su empeño se ha revelado inútil, volviendo Rajoy de Bruselas con las manos vacías tras el portazo del BCE. Y ello en un momento aciago, cuando solo queda un mes para la salida de Grecia del euro y el sistema financiero español se ha convertido en el principal problema europeo, con amenaza incluida de corralito.

Todo lo cual produce una sensación de absurdo e incredibilidad. ¿Cómo puede darse un desplome así? ¿A qué se debe tan manifiesto fracaso del Gobierno Rajoy, que “vive en el lío” sin saber cómo podría resolverlo? Se recordará que, mientras era jefe de la oposición y sus rivales internos le tachaban de blando, sus leales sostenían que a cambio sería un excelente jefe de gobierno. Y en efecto, si ganó las elecciones fue porque se esperaba que lograría estabilizar la crisis con prudencia y sensatez. Es verdad que luego traicionó sus promesas electorales, pero eso entraba dentro de lo razonable, dado su evidente programa oculto. Y también es cierto que la herencia recibida era tan complicada que costaría mucho poderla rectificar. Pero lo que nunca podía esperarse era el desgobierno con que Rajoy ha conducido sus primeros seis meses de mandato. Pues, a fin de cuentas, todo está saliendo mucho peor de cuanto cabía temer, prosiguiendo el desplome español en caída libre hasta cotas mucho más bajas de las que heredó.

¿Qué ha fallado? Ante todo, la estrategia. El apostar todo a la carta de la austeridad ha sido un error descomunal, agravando una caída en la recesión a la que no se vislumbra una salida próxima. Ese mandato pueden dictarlo sin coste alguno los fundamentalistas prusianos del Bundesbank porque disfrutan de una posición dominante en la relación de intercambio con la periferia del euro. De ahí que aprieten las tuercas utilizando al BCE como brazo ejecutor para extorsionar a Madrid, Lisboa o Atenas mediante la formulación de una amenaza imposible de rechazar: o recortas presupuesto o te quedas sin liquidez.

Para superar ese chantaje lo más inteligente sería hacer como Roma: acatar sin cumplir, aliándose con París para sortear el abrazo del oso de Berlín. Justo al revés de lo que ha hecho Rajoy, que se ha ofrecido a Merkel para ocupar a su lado el hueco que Sarkozy ha dejado vacante. Y en lugar de eso, ante el desplome actual causado por la austeridad, lo que tendría que hacer Rajoy es cambiar de estrategia, sumándose a Hollande para programar con urgencia un plan de crecimiento. Pues ahora lo más urgente es salir de la recesión con un buen programa de choque que reactive la inversión, el consumo y la demanda de crédito. Mientras que en cambio el programa de austeridad debería esperar hasta que salgamos de la recesión. Eso es sensatez y sentido común, mientras que la austeridad sólo es fanatismo suicida.

Pero también han fallado las formas, y de manera flagrante. Pues no se sabe qué perjudica más, si los errores procíclicos de la política económica o los malos modos con que se nos imponen. Rajoy es incapaz de explicar lo que está haciendo, pues sólo balbucea torpes tópicos carentes de sentido común. Montoro chilla y se agita guillotinando enmiendas a base de rodillo parlamentario. Mato desnaturaliza nuestro Estado de bienestar al violar el principio de universalidad expulsando a los inmigrantes irregulares del sistema público de salud. Gallardón atenta contra la seguridad jurídica con su reforma del aborto y su prisión permanente revisable, mientras discrimina con tasas clasistas el acceso a la justicia y su fiscal general archiva la denuncia contra las corruptelas del presidente del TS y del CGPJ. Aunque quizá lo más triste sea el ultraje a las instituciones que han demostrado De Guindos y Wert: aquel destruyendo la confianza en el Banco de España y este menospreciando a la Universidad. Vaya sentido de lo publico que está demostrando el inefable Gobierno de Rajoy.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_