_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cainismo como divisa

Con tal de salvar a los afines el Gobierno ha entregado la supervisión bancaria a dos consultoras extranjeras

Para el señor ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, la menor desviación respecto de las previsiones de una variable económica, si fue adelantada por los responsables socialistas de cualquier rango —municipal, autonómico o del Gobierno central— merece ser tildada de mentira. Mientras que, cuando las comunidades autónomas gobernadas por sus correligionarios del PP —como es el caso de Madrid, Valencia y Castilla y León— ocultan al cierre de sus cuentas el montante del déficit, solo merecen encomios. Porque el ministro considera ese proceder de los afines como un ejercicio de transparencia, en lugar de reconocer que es un intento de engaño a la griega, de esos que son capaces de pulverizar los últimos restos de nuestra erosionada credibilidad ante las instituciones de Bruselas.

Sostenía nuestro Jean Paul que el infierno son los otros, pero los comportamientos del entorno pepero le dejan a Montoro sin modelos propios que exhibir. Porque ni Esperanza Aguirre, ni Alberto Fabra, ni Juan Vicente Herrera pueden presentarse en el escaparate. Eso sí, decidido a buscar colaboradores entre quienes le infundieran mayor confianza, el ministro supo encontrar a Antonio Beteta, campeón en los engaños del déficit, en tanto que consejero de Economía de la Comunidad de Madrid, para llevarle a su lado y encomendarle la Secretaría de Estado de Administraciones Públicas. Sin necesidad alguna, con una mayoría parlamentaria holgada, se diría que los amigos del Partido Popular se han dejado ganar por el cainismo, una divisa que tanto galvaniza las propias filas.

Veamos el contraste con Italia, donde gobierna Mario Monti, nacido de la debilidad, sin respaldo electoral alguno, precedido por la vergüenza de il Cavaliere. Sin una sola palabra de descalificación hacia el compatriota réprobo, nuestro Monti, que partía de una situación aún más adversa que la española, ha ido recuperando posiciones, ha sido recibido en la Casa Blanca, ha vuelto a soltarse por los pasillos de Bruselas y ya nadie ve a su país como a un enfermo, aunque tiene todas las reformas pendientes, le hacen atentados en las escuelas y le sobrevienen terremotos. Monti está en la iniciativa, convoca en Roma a la canciller alemana, Angela Merkel, y al presidente francés, François Hollande, cuando le parece, para conchabarse con ellos antes de los Consejos Europeos, y por una vez hemos de agradecerle que quiera invitar a Rajoy, según le acaba de cuchichear en Chicago. Aquí, en España, los viernes, reformas de la mano de nuestro particular Popeye, que ha decidido entregarse a la fatalidad del no me gusta pero no hay otra solución.

Lo peor de los partidos políticos es el partidismo que ciega y ensordece. Tiene caracteres de epidemia, pero a veces se supera con vacunas temporales. Esas vacunas funcionaron en ocasiones, como cuando un Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Solbes impulsó los nombramientos de los militantes del PP Rodrigo Rato y José Manuel González Páramo como director gerente y como vocal del consejo del Banco Central Europeo, respectivamente. Ahora, sin embargo, predominan otros vientos de estricta obediencia sectaria. Por ejemplo, el presidente del BCE, Mario Draghi, sugirió al ministro de Economía, Luis de Guindos, que el Gobierno propusiera a Manuel Campa, con un currículo muy apropiado, para ocupar el puesto que dejaría vacante González Páramo al vencer el plazo de su mandato. La negativa fue rotunda, con el argumento de que Campa había colaborado con los otros. La opción de De Guindos fue Antonio Sáinz de Vicuña y el resultado es que nos hemos quedado fuera, sin ningún español en el citado consejo.

Mucho antes, nada más llegar al Gobierno, el empeño básico fue el de triturar las cifras de déficit presentadas por el Gabinete de Zapatero. Querían así agigantar las hazañas propias porque nos iban a sacar de un pozo de mucha mayor profundidad. El resultado fue quebrar la credibilidad de España como país, con daño permanente para todos. Ahora mismo, con tal de salvar a los afines, se han lanzado a pulverizar la figura de Miguel Ángel Fernández Ordóñez y han terminado entregando la supervisión bancaria a dos consultoras privadas extranjeras, la alemana Roland Berger y la estadounidense Oliver Wyman, que nos van a tener en vilo durante tres meses de incertidumbre que acarrearán padecimientos varios, que exigirán en pago una fortuna y que buscarán la manera de sintonizar con los intereses a los que sirven y seguirán sirviendo. ¿En algún otro país se ha hecho algo parecido entregando así la soberanía? ¿Sabremos algún día qué opina de este proceder la Asociación Española de Banca? El líder de la oposición, Rubalcaba, se ofrece para pactar y Rajoy responde que verdes las han segado. Atentos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_