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Es tarde en Vallecas

Hace años el bulevar de Puente Vallecas era el eje de la identidad de un distrito, ahora es un espacio donde se dan cita las bandas latinas, el paro, la droga y el desarraigo. Allí asesinaron hace dos semanas a un menor. Este es el retrato de un barrio en crisis y en lucha por su futuro

Un texto y una foto de Jorge Luis en el lugar donde murió.
Un texto y una foto de Jorge Luis en el lugar donde murió.CRISTOBAL MANUEL

Hace no mucho tiempo, el bulevar de Puente de Vallecas, en Madrid, era el punto de encuentro de sus habitantes, da igual que estos escribieran Vallecas con c o con k. Allí tocaba la banda municipal por las mañanas, se organizaban actividades culturales y los abuelos paseaban por la alameda arrastrando el carro de la compra. También se iba a pillar droga, pero los que eran niños en los setenta lo recuerdan solo como un lugar donde correr, tomarse un helado o beber sangría en las fiestas del barrio. El bulevar —es raro encontrar a un aborigen del lugar que no lo mencione— ayudó a crear la identidad de un distrito en el que nadie era de allí.

Los moradores de ahora tampoco son de allí. En el centro del bulevar, en la calle de Peña Gorbea, grupos de latinoamericanos pasan las tardes jugando al dominó o simplemente charlando en el respaldo de un banco. En uno los extremos de la alameda, quedan unos cuantos yonkis que sobrevivieron a los años duros de la droga; en el otro, un grupo de gente sin empleo trata de ahogar los males en cerveza. De vez en cuando pasan coches con la música a toda pastilla. Vehículos de la policía recorren frecuentemente la zona para dar sensación de seguridad. Hay pequeños hurtos, gente que roba por encargo lonchas de jamón o mortadela y las vende a algún jubilado al que la pensión no le da para llegar a fin de mes. También alguna pelea. Pero, en general, no pasa nada demasiado grave. Simplemente, gente que está allí porque no tiene nada mejor que hacer.

Es así todos los días. Pero a veces ocurren cosas que sacan a relucir el malestar de unos y otros por el deterioro del barrio. Hace tres semanas, fue un homicidio. Un grupo de jóvenes dominicanos apareció en la Plaza de Puerto Rubio, junto al bulevar, aún no se sabe muy bien con qué intenciones. La tomaron con Jorge Luis Costas Navarro, un chico de 16 años, nacido en España y de padres dominicanos, que se hacía llamar Smith Chail Brown. Primero le pegaron y luego le dispararon con una pistola de fuego trucada de la que salieron dos tiros que le entraron por el costado y le salieron por el cuello. Malherido, Smith trató de alcanzar el bulevar. Cayó en la esquina de la calle de Peña Arriba, junto a una empresa de envío de dinero. Según un testigo, el chico tardó en morir unos minutos. “Fue horrible. A mí se me hizo muy largo hasta que llegó la ambulancia”, explica.

La policía investiga si los que mataron a Smith pertenecen a la banda latina 'Dominican Don't Play'

La policía investiga desde entonces si los que mataron a Smith pertenecen a la banda de los Dominican Don't Play, una de las pandillas latinas que la policía consideraba “en la sombra” y que en los últimos años empieza a ser la protagonista de muchos de los enfrentamientos con grupos como los Trinitarios. A los pocos minutos del homicidio, los agentes ya habían detenido a 10 jóvenes, todos menores de 18 años, tres de ellos con menos de 14 y por lo tanto inimputables.

Es difícil conseguir que los amigos de Smith hablen en la calle sobre la muerte de su amigo. Tienen miedo y saben que algunas cosas no deben ser contadas a la luz del día a gente que no conoces de nada. Algunos solo lo hacen a través de las redes sociales. Le recuerdan como un chico pacífico y alegre al que le gustaba bailar y estar con los amigos en la plaza. Dicen saber ya quién fue el que disparó y aseguran que desde su muerte las cosas están en calma porque se está preparando la venganza. La versión más extendida entre los chicos es que los Dominican fueron a buscar a la plaza a los Trinitarios, otra banda rival, también de origen dominicano. En su lugar encontraron a Smith solo. Quisieron dejar claro que ellos son los nuevos amos de Vallecas.

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Expertos en bandas afirman que la mayoría de los Dominican vivían antes en Tetuán. La búsqueda de viviendas más baratas llevó a sus familias a Puente de Vallecas, uno de los barrios más baratos, junto con Villaverde. Y ahí surgió un conflicto basado en la ocupación del espacio.

Ni rastro estos días de las bandas. Sobre las diez de la noche, una pareja de agentes municipales pasea por la plaza donde dispararon a Smith, prácticamente desierta. Un grupo de amigos saca a pasear a una bull terrier blanca llamada Lola. El animal agarra con fuerza un juguete de goma y reta a sus dueños para que traten de quitárselo. “Este barrio ya no es lo que era”, dice una de las integrantes del grupo, sentada en un banco. “La gente está harta. Esos chicos son violentos. Hace un año le cortaron el brazo a uno. Y ahora esto. A mí siempre me ha gustado mi barrio pero ahora estoy pensando en irme. Mucha gente lo ha hecho”.

En el barrio siempre se han producido enfrentamientos entre pandillas juveniles, dice una experta en Vallecas

En el bulevar, dos chicos dominicanos pasan el rato comentando lo que ven. “Aquí últimamente viene gente muy rara que yo no había visto antes”, observa el mayor, un joven en paro que pasa la mayor parte del tiempo en la plaza o sacándose el carné de conducir. “Desde que pasó lo de Smith no vienen los tíos de las bandas”, asegura. El otro, un chico de 16 años con parte del pelo decolorado con agua oxigenada saluda a una chica peruana que pasa con una maleta y le lanza un irónico “Vete pa tu país”. La chica y los dos jóvenes sonríen. Los dos chicos prosiguen haciendo comentarios de la gente de la plaza, de qué mujeres son más bonitas y cuáles tienen más curvas. “Me gusta España y sí, claro que me siento integrado. Pero la cosa está muy mal, y peor que se va a poner”, afirma el mayor refiriéndose a la falta de trabajo.

Una de las personas que quizás más sepa sobre Vallecas es Matilde Fernández Montes. La investigadora del Centro de Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CESIC es autora de varias publicaciones sobre el distrito. En el artículo Vallecas, identidades compartidas, identidades enfrentadas, (Revista de Dialectología, 2007), Fernández relativiza los análisis que suelen hacerse sobre la agresividad de las bandas latinas y la apropiación del espacio público para recordar que la historia vallecana está llena de enfrentamientos entre pandillas juveniles como Los escorpiones o Las focas con otros barrios de la capital en los ochenta o las disputas entre distintos grupos de emigrantes nacionales devotos de distintas Vírgenes.

“Las bandas parten de esa búsqueda de la identidad”, comenta Fernández. “Cuando te machacan mucho es cuando surge una identidad más fuerte. Muchas veces lo hacen tras fracasar en el intento de integración. El espacio público se lo apropian unos y otros. Cuando eso ocurre, cada grupo está excluyendo al resto. La gente necesita agruparse”.

Policía, educadores sociales y asociaciones que trabajan con menores coinciden en explicar el fenómeno de las bandas como una familia que protege a los chicos que se sienten poco integrados o diferentes. “Son chavales normales y corrientes, unos críos que se meten en unas dinámicas de violencia impuestas por la pandilla”, señala una fuente policial, que reconoce la dificultad de conseguir la confianza de los chavales. “Nosotros hacemos cirugía social, pero realmente donde están los problemas es en las medicinas y los médicos de cabecera”.

En los inmigrantes de segunda generación parece estar ahora el mayor el problema. “No son de ningún sitio. Ni dominicanos ni españoles”, explica Antonio Llorente, de la Asociación La Rueca. “Se les ha traído obligados, se les ha separado de la abuela, hasta que se adaptan aquí pasa tiempo. Ahora, con la crisis, se les dicen que vuelvan. Todo eso es carne de cañón para las bandas”.

En cualquier caso, las pandillas no son un fenómeno exclusivo de Puente de Vallecas y se extienden por los distritos más pobres de la capital como Villaverde, Ciudad Lineal o Carabanchel. “En estos barrios, los jóvenes inmigrantes quedan bloqueados en una especie de limbo que comienza con el abandono escolar y comprende las vivencias de los jóvenes en la calle y su paso por los centros educativos de reinserción”, explica Cecilia Eseverri en la tesis Jóvenes en tierra de nadie (2011).

Educadores y mediadores señalan que los recortes pueden crear problemas de delincuencia a la larga

“¿Qué esperabais? Esto es Vallecas”, espetaba a una cámara de televisión un vecino del distrito cuando se le preguntaba por la muerte de Smith. La frase ha calado estos días entre los que llevan años luchando por mejorar el barrio. Aunque les duele, nadie trata de suavizar la situación de un distrito que compite con Villaverde por las peores cifras. “Somos el distrito con más jóvenes desempleados, un 47%. La falta de oportunidades laborales nos está colocando en una situación de vulnerabilidad”, explica Jorge Madrigal, vocal de Izquierda Unida-Los Verdes en la Junta Municipal de Distrito. Mientras camina, Madrigal muestra el deterioro del barrio. Aquí unas alcantarillas que no se limpian, por allí una cancha de fútbol en la que crecen los matojos, más allá un solar en el que iba a haber unas casas ecológicas de las que nada se sabe.

Entramos en el Triángulo del Agua. “Territorio Comanche”, suelen decir quiénes trabajan con los menores de la zona, en el barrio de Palomeras. Se llama así porque forma un triángulo entre las calles de Arroyo del Olivar, Pedro Laborde y la avenida de Buenos Aires y porque casi todas sus calles y plazas tienen nombre de río o de lago. La mayoría de sus pobladores son antiguas familias chabolistas realojadas en edificios de ladrillo visto. Apenas se ve un alma en la calle. De vez en cuando un coche derrapando —los robos de vehículos son frecuentes—. No hay tiendas, no hay servicios; una escuela infantil y los locales de las asociaciones de vecinos son casi las únicas puertas a las que se puede llamar. Los patios de las casas están hechos polvo: agujeros en el techo, plantas destrozadas, ventanas y cristales rotos. Todo el mundo sabe qué botón tocar para conseguir unos gramos de farlopa inmediatamente. Todo el mundo sabe qué garajes abandonados se han convertido en negocios de desguace de coches robados. Todo el mundo dice que no es probable que por allí aparezcan los coches de la policía.

En uno de esos patios, un joven se empieza a poner nervioso cuando se le saca una fotografía de su perro. “Y si te meto yo a ti una guantá. Habéis venido a chivaros de que tengo un pitbull, ¿verdad?”, dice el joven, en edad escolar.

No hay una única respuesta que explique por qué se ven tantos pitbulls en Puente de Vallecas. Algunos dicen que es por seguridad, otros aluden a un cierto matonismo instalado desde hace años en las áreas más conflictivas del distrito y otros señalan que es simplemente una moda pasajera. Los datos del Colegio de Veterinarios de Madrid aseguran que existen unos 470 perros de esta raza en el distrito, una cifra que está a mucha distancia de otros barrios y que, una vez más, solo es comparable con el distrito de Villaverde.

A pocos metros de la casa donde el joven utiliza a su pitbull como amenaza, se encuentra la Asociación Barró. Allí, un trabajador social, Rafael Moyano, explica cómo la crisis ha dado al traste con algunos programas que trataban de paliar el absentismo escolar. “En Puente Vallecas tenemos unos 1.000 expedientes de absentismo. A nosotros venían chavales con problemas que no van al colegio. Son conflictivos, no aceptan el sistema, acumulan expulsiones así que los traíamos con nosotros y les dábamos un programa más específico, más flexible. Ahora no tenemos recuros para eso. Los chavales han vuelto a sus casas o a la calle. Y ahí es muy fácil caer en la tentación de hacer dinero fácil con la droga”.

Para ilustrar los problemas de quedarse fuera del calor de las asociaciones o simplemente sin nada que hacer, Moyano cuenta un curioso caso. La historia podría titularse Las perversiones del sistema y cuenta cómo una chica que cumplió los 15 años trató de conseguir plaza en un taller de cocina que impartía la Comunidad de Madrid. La Asociación Barró solicitó una plaza para la joven pero esta le fue denegada porque el curso estaba destinado a chicos con medidas judiciales. Moyano y otros trabajadores suplicaron a las administraciones pero no hubo forma de que se aceptase a la chica. A los pocos meses, la joven estuvo implicada en un atraco. Acabó en un centro de menores. Tras pasar allí una temporada, volvió a solicitar la asistencia al mismo curso. Esta vez sí cumplía los requisitos. Obtuvo la plaza y realizó el curso. Moyano dice que nunca más ha vuelto a la calle. “Las cosas salieron finalmente bien, Pero en fin, perdimos un año. Es lo que yo llamo un ridículo administrativo”.

"Me gusta España y me siento integrado, pero la 'cosa' está muy mal", reflexiona un vecino en relación al barrio

La sensación que tienen muchos educadores y mediadores es que la crisis les ha pillado cuando estaban empezando a dar con la tecla. “No estábamos cambiando el distrito pero sí comenzábamos a tener resultados. La gente estaba acudiendo a los centros a decirnos los problemas que tenían y eso es un avance increíble porque ganarse su confianza es muy difícil”, concluye Moyano. Todos señalan que los recortes pueden crear más problemas de delincuencia en los próximos años. Algunos aseguran que los delitos están aumentando ya. La Jefatura Superior de Policía no facilita estadísticas por distritos. Fuentes de la comisaría de Puente Vallecas aseguran que ha habido un repunte en los pequeños hurtos y que el aumento de los delitos es general en Madrid. “Hay robos con intimidación, tirones de cadenas, joyas... Pero tratamos de concentrarnos en desmantelar puntos de venta de droga, Aquí pasan muchas cosas. Desde luego, Puente de Vallecas es un lugar para aprender a ser policía”, asegura la misma fuente.

Puente de Vallecas es definido por muchos como un barrio al límite donde las familias, ya sean latinas, africanas, gitanas o payas están al borde de acabar en el desahucio. “Pero aquí nadie pasa hambre”, comenta una antigua educadora de menores que lleva diez años trabajando en el barrio en varios programas sociales. “La red vecinal es increíble. Aquí la gente se ayuda. Como en los pueblos. Si tienes que dejar a los niños con alguien, puedes hacerlo, si te falta para llegar, alguien te va a ayudar. Empecé hace diez años. Te acabas quedando porque las cosas salen bien. Muchos de los chavales conflictivos que yo tenía hace años son ahora monitores y ayudan a otros. Vallecas engancha”.

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