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Columna
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Viernes de reformas

Las categorías profesionales a las que el Gobierno golpea por todas partes quedan fuera del discurso de Rajoy

Antonio Elorza

El reciente debate televisado por la presidencia de Francia ha puesto de relieve que, por lo menos en cuanto a educación de los contendientes, nuestro país se encuentra por delante del vecino. A pesar de la dureza del debate entre Rajoy y Rubalcaba, nos ahorramos las invectivas propias de matón de taberna con que Sarkozy pretendió inútilmente intimidar a Hollande, erosionando de paso su propia imagen, más asentada cuando utilizaba su superioridad como administrador de las cuentas del Estado. Recibir la calificación de petit calomniateur invitaba a cambiar insulto por insulto, llamando al aun presidente grand salaud, por su alineamiento vergonzante con las tesis ultranacionalistas de Marine Le Pen. Pero Hollande supo evitarlo y asumir simbólicamente la condición de presidente que su rival mancillaba. Así ganó, a juicio de la audiencia. No lo hizo, sin embargo, al justificar los planteamientos innovadores de su proyecto económico, si bien tanto él como Sarkozy tuvieron el mérito de dejar bien claro que sus programas no dejaban espacio para la improvisación y respondían a visiones alternativas, pero bien definidas, de sus propósitos de actuación sobre la sociedad francesa.

Conviene subrayarlo, a la vista de la cascada de medidas restrictivas que una semana tras otra nos viene aplicando el Gobierno presidido por Mariano Rajoy. Para empezar, y con independencia de su signo perfectamente fijado, por la irremediable sensación de incompetencia que transmite nuestro mandatario, similar en el punto de llegada a la que mostrara su predecesor, con su mezcla de ciego optimismo y no menos ciega determinación, pero sobre un fondo diferente. Rajoy nunca va más allá de lo que probablemente es su mayor virtud: ser un buen conversador de casino. Así que golpe a golpe, recorte a recorte, la justificación es siempre que no había otro remedio que hacer lo que hace, aunque no le guste, y que así seguirá en el futuro, con la amenaza de que cada viernes hará caer sobre el país nuevas “reformas”. No le pida nadie análisis ni responsabilidades por la demolición, también golpe a golpe, de sus promesas electorales: el error en el déficit comunicado por el Gobierno ZP es el bálsamo de Fierabrás que lo explica todo.

Además, ausencia de explicación, ausencia de análisis, implican opacidad de cara a los destinatarios, tanto dentro como fuera del país. Para los españoles, no importa, que se manifiesten: no es su preocupación. Ya les dice que son medidas que a él mismo le disgustan, ¿qué más pueden pedir? En todo caso, para que el mal sabor de cada pócima sea soportado, dosifica la comunicación hasta el momento de decisión con lo que la imagen tópica suele llamar indeterminación galaica. Ejemplo último, el previsible establecimiento del pago por las autovías, como antes del copago de los medicamentos. Rajoy aclara en falso que el tema no figura en su agenda, lo cual sugiere, también en falso, que no llegará a serlo en breve. Toca a los auxiliares ir preparando el terreno gracias al control de los medios y exclusivamente con técnicas de marketing. Hacia el exterior la cosa es más grave, como se ha visto con el caso del saneamiento de la banca, tan estimada por el Ejecutivo y que supuestamente gozaba de buena salud, a pesar de la enorme carga del “ladrillo” en sus balances reales. De ahí que al lado de la dramática situación de nuestra economía cuente en la estimación exterior la escasa fiabilidad de cuanto proponen y declaran Rajoy y sus ministros económicos.

Con la misma aparente sencillez de la profecía Zapatero-Salgado sobre los “brotes verdes”, Rajoy y los suyos han pronosticado que con la restricción de los costes del trabajo, el desmantelamiento de la intervención sindical y los despidos generalizados, tanto en el sector privado como en el público, sin tocar a los happy few, cuando no dándoles amnistía fiscal —grandes fortunas, su gente, cristianoronaldos que nos dan gloria—, el relanzamiento económico será cosa segura. Resulta muy significativo que, a diferencia de Hollande o Sarkozy, las categorías profesionales a las que el Gobierno golpea por todas partes quedan siempre fuera del discurso de Rajoy. Daños colaterales. Ya tendrán su resurrección si todo sale bien, cosa difícil si consideramos que la subida en flecha del paro, efecto inevitable de las “reformas”, genera no menos inevitablemente la recesión en espiral.

Por lo demás, todo es coherente en relación con el sentido de contrarreforma asumido en todos los órdenes —emblema: ley del aborto— por un Gobierno dispuesto a borrar, asignatura incluida, la ciudadanía social lograda desde la Transición.

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