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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cortesanos

Entre esas voces, cómo no, ha habido las que piden revocar la Monarquía como forma institucional de organización del Estado

Juan Cruz
El Rey posa ante los medios de comunicación después de ser dado de alta en la clínica USP San José donde fue intervenido de la cadera tras su caída en Botsuana.
El Rey posa ante los medios de comunicación después de ser dado de alta en la clínica USP San José donde fue intervenido de la cadera tras su caída en Botsuana.Getty Images

Ahora que está de moda la metáfora, digamos que el Rey cogió a muchos con el pie cambiado el mediodía en que pidió perdón.

Los que se quedaron con el pie cambiado fueron, mayormente, los que han aspirado siempre a la cortesanía, y vieron en esta oportunidad de su inmenso error la posibilidad de agarrarse a él como a una bandera ardiendo.

El Rey les ha impedido iniciar siquiera la carrera. A los que defendían con el habitual gesto de “pelillos a la mar” la sucesión de barbaridades que constituía el hecho central (el jefe del Estado había estado de cacería en África persiguiendo elefantes, en tiempos de inmensa penumbra en su propio país), el equipo que rodea al Monarca en La Zarzuela (quién sabe si su propio hijo también, que es el heredero) lanzó una idea que no era inocente. Don Juan Carlos lee a diario la prensa, oye la radio y ve la televisión, “y eso le viene muy bien”.

El entrecomillado es mío, pues la prensa (este periódico) en la que lo he leído lo atribuye, no lo adjudica. Aun así, es evidente que ese mensaje quería decir lo que dice en el mismo momento en que la cortesanía española se subía al púlpito para descalificar a aquellos que avisaban de que este hecho a la Monarquía le estaba costando demasiado caro como para que no tuviera consecuencias.

La realidad tiene, en este caso y en todos los casos en que pesa y es grave, la potencia y la lentitud de un paquidermo, valga la redundancia. El elefante es ahora un símbolo que va pegado a la corbata del Rey como uno de esos elefantes de trompa gacha que dicen que traen muy mala suerte. Y a don Juan Carlos no le quedaba otra (que dicen en México y en Argentina) que explicar el tamaño de su error, que en cierto modo es también el tamaño del elefante.

Lo explicó según la marca de la Casa, con la campechanía que antes se le celebraba y ahora se le reprocha. Lo siento mucho. No lo volveré a hacer más. La resonancia de la célebre canción sobre amores prohibidos (El jardín prohibido, recuerden) no le quita a la frase, dicha al borde mismo de la habitación donde ha vivido la digestión civil del drama, el dramatismo institucional que tiene. La Monarquía es la última instancia, la Jefatura del Estado, y si quien la encarna tiene que declarar la dimensión del oprobio que él mismo ha causado, que se callen los cortesanos, que el asunto pesa mucho más que el aire.

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Se han levantado todo tipo de voces, además de las voces melifluas de la cortesanía. Entre esas voces, cómo no, ha habido las que piden revocar la Monarquía como forma institucional de organización del Estado. Uf. Como decía aquel rector al que los estudiantes exigían que acabara con Franco, eso requiere ciertos trámites. Entre los trámites, el audaz Cayo Lara pide un referéndum. Desenfunda muy rápido Cayo esa palabra, que tan malas resonancias extremeñas le guarda. Pero, en fin, la veda se abrió el sábado 14 de abril, precisamente, y no la abrieron ni Cayo ni los cortesanos, la abrió el propio Rey, que ahora ha detenido, provisionalmente, el recuento de sus desastres.

Ha de ser muy audaz la Monarquía, ahora que ha puesto a buen recaudo a los cortesanos, para que este hecho por el que el Rey ha pedido perdón no sea una factura que ya no se puede pagar a cobro revertido. jcruz@elpais.es

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