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España busca credibilidad en Bruselas

El Gobierno intensifica sus contactos con las instituciones europeas tras fracasar su estrategia de acercamiento al eje franco-alemán

Claudi Pérez

Cien mil historias recorren Madrid y Bruselas desde que el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy se instaló en La Moncloa e inició un accidentado viaje a lomos de la crisis que dura cuatro meses. Casi ninguna de ellas es, en este momento, favorable a los intereses españoles. Pero la historia que cuenta Bruselas es especialmente cruda: Rajoy dejó en un segundo plano las instituciones europeas a su llegada y apostó por acercarse al eje Berlín-París, aseguran fuentes de Bruselas, en busca de una suerte de confraternización entre familias ideológicas afines. Sacó a relucir ante la canciller Angela Merkel una ambiciosa agenda de recortes y reformas. Y cuando creyó haber conseguido el apoyo de Berlín, apostó fuerte ante el resto de socios del euro: apeló a la “soberanía nacional” —una especie de anatema en Europa— para suavizar las metas de déficit y retrasó los Presupuestos por cálculos electorales. Un desafío que le ha salido mal, al menos si se atiende a las fuertes presiones de los mercados, alimentadas por el tibio apoyo que ha recibido de Alemania, la Comisión y el Banco Central Europeo.

“La sensación es que Madrid mareó con el déficit y el Presupuesto, planteó una afrenta con expresiones poco afortunadas y lo fio todo al apoyo de Alemania. Pero Berlín apenas ha mostrado en público ese apoyo y en cambio ha presionado a España en privado”, indican fuentes europeas. “En ese camino, el Gobierno español se ha dejado parte de su credibilidad en Europa”, según las mismas fuentes.

España ha replanteado su estrategia a la vista de los resultados y del examen que le espera en las próximas semanas. La diplomacia europea es un juego de geometrías variables: por un lado, el directorio Merkozy; por otro, Bruselas y el resto de socios. Hay que nadar entre esas dos aguas. “Es posible que haya faltado rodaje. Y sobre todo, comunicación: el Gobierno ha optado por hacer reformas y después explicar, y el momento exige explicarlas primero, hacerlas, por supuesto, y seguir explicándolas, a los socios y a las instituciones europeas”, afirman fuentes de La Moncloa. El Ejecutivo ha intensificado los contactos con la Comisión y el Consejo a través de los ministerios de Exteriores y Economía y de La Moncloa, para tratar de enmendar las cosas. Y sigue defendiendo que cumplir con los objetivos de déficit era “un suicidio”; de ahí la reclamación de España, que fue parcialmente atendida. “Se dio la desastrosa coincidencia de que eso se hizo al aprobar el tratado de austeridad, con esa expresión poco feliz de la soberanía y sin haber dicho en la cumbre una sola palabra a los socios, lo que fue interpretado por algunos países como una traición cuando se siguió el consejo de la Comisión y de Van Rompuy”, según fuentes diplomáticas.

El Gobierno cuenta con una baza (envenenada) a su favor: la recesión va a ser más dura en toda Europa de lo que se esperaba, y en unos meses, cuando baje la marea, se verá que España no era el único país que estaba nadando desnudo en cuestión de déficit. Es probable que después de las elecciones francesas se revisen los objetivos de varios países. “Ahí España puede encontrar un buen aliado en Francia si cambia el Gobierno, lo que sería una demostración más de que en Europa no se negocia por familias ideológicas, sino por confluencia de intereses”.

España preocupa básicamente por dos flancos: el agujero de las comunidades y los problemas de la banca por el reventón inmobiliario. Con todo el ruido en los mercados, Bruselas sostiene que a Madrid no le favorece la bicefalia de Hacienda y Economía. Varias fuentes consultadas repiten machaconamente el diagnóstico: “Tenemos un problema de comunicación”. Lo que suelen hacer los políticos cuando las cosas van mal, preferiblemente en voz baja y en privado, es mascullar algo en esa línea.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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