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¿Generación cangrejo? No parece

La idea de que los jóvenes de hoy vivirán peor que sus padres está muy extendida Sin embargo, no está claro qué es “vivir mejor” ¿Es mejor poseer una casa o contar con una buena formación?

Tomás Monreal y su hijo, Rodrigo, en una calle de Madrid.
Tomás Monreal y su hijo, Rodrigo, en una calle de Madrid.ULY MARTÍN

¿Qué más pueden pedir los jóvenes de hoy en día? La pregunta suena a conflicto intergeneracional, pero la respuesta es sencilla: la mayoría se conformaría con un empleo y, si puede ser, que esté acorde con su formación. En todo lo demás, la comparación con la juventud de sus padres no resiste un análisis fino: ahora tienen formación, viajes, amigos por medio mundo, idiomas, moda, cultura, ocio, información, tecnologías y libertades. Todas. Muy pocos cambiarían su vida por la que llevaron sus padres a la misma edad. ¿Quién quiere estar casado con 24 años, tener tres hijos a los 28, vivir en un cuarto sin ascensor, viajar al mismo pueblo cada verano y comer paella todos los domingos? ¿Podemos hablar de que esta generación vivirá peor que la de sus padres? Cabe dentro de lo posible, pero, en términos históricos, España apenas se está desperezando de una larga siesta de carencias. Por eso, es difícil concebir que los jóvenes de hoy vayan a vivir peor que ellos, en una suerte de generación cangrejo.

“Decir que van a vivir peor que nosotros, cuando dos tercios de la población de entonces carecía de estudios universitarios, es improbable. Tenían un empleo, si, pero qué empleo; y tenían un piso, sí, pero qué piso. Lo que los jóvenes quieren tener es lo que tienen sus padres ahora, no lo que tenían a su edad”, dice Lorenzo Navarrete, profesor de Sociología de la Universidad Complutense. “El bienestar actual lo han proporcionado los años que vinieron a partir de la Transición, pero no los anteriores. Los que lo tenían antes eran una minoría en España”, añade.

Tampoco puede decirse que aquellos que fueron padres entre los setenta y los ochenta fueran una legión de infelices. Viajar en el tiempo requiere una revisión de las expectativas. Toñi Martínez, la madre de Bárbara, una treintañera que pasea su amueblado currículo sin éxito de una puerta a otra, lo explica muy bien: “Yo me casé con 24 años, después de ocho de novios, y no quise estudiar: mi meta era casarme y tener un piso y los hijos. Si hubiera estudiado me habría ido mejor, pero yo elegí mi vida. Bárbara ha tomado como prioritario tener un buen trabajo y yo creo que algún día lo tendrá. Está preparada para ello”. El de Toñi, que ahora tiene 57 años, fue en la industria del calzado, en Elda (Alicante), de poca estabilidad y unos ingresos bajos: “Había meses que no entraba un duro en casa, unos meses nos daban de alta, otros no; unos teníamos trabajo, otros no”, dice. “Mi vida fue buena, pero toda nuestra aspiración es que los hijos se formaran y tuvieran un futuro mejor”, explica. Ahora tiene 57 años y si le preguntan si cambiaría su vida por la de su hija, dice que sí: “Ahora no sería tan tonta”, se ríe. “Hubiera seguido estudiando y tendría un buen empleo”.

Se han dedicado demasiados recursos a empleos no cualificados

“Es verdad que el mercado de trabajo se ha precarizado tanto que se está poniendo complicado hasta para los titulados superiores”, explica el profesor de Economía de la Universidad de Oviedo Florentino Felgueroso. Esos empleos estables que permiten organizarse la vida, llegan ahora alrededor de los 35 años, dice Felgueroso, pero el futuro, señala optimista, “solo puede ir a mejor”. Apunta, sin embargo, dos nubarrones: la enfermedad holandesa y el efecto cicatriz. La primera afecta a los universitarios que no encuentran empleo: “Hemos dedicado tantos recursos a sectores que demandaban poca cualificación, como la construcción, el turismo y la hostelería, que se ha descuidado la cantera para otros empleos cualificados. Pasó en Holanda en los sesenta y setenta: se volcaron en los yacimientos de gas y desatendieron otras cosas”, resume Felgueroso.

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Del efecto cicatriz sí tiene la culpa la crisis. Felgueroso lo explica así: “Lo que le ocurre a una cohorte lo arrastras toda tu vida laboral. Si hay una generación en edad de trabajar que ha coincidido con la crisis y obtiene trabajos precarios será difícil compensar eso a lo largo de la vida. Esa cicatriz se habrá quedado. Afecta a los que están entrando a trabajar y a los que salen por despidos”. Quizá alguno de estos viva peor que sus padres, pero todo está por ver. La reforma laboral, que, entre otras cosas, puede traducirse en prescindir del trabajo de los padres, mejor pagados, para sustituirlo por el de los hijos, mileuristas, también podría lastrar el futuro de estos jóvenes.

Me casé con 24
años, tras ocho de novios: mi meta era
eso, y tener hijos”

¿Va a recuperarse Rodrigo Monreal de la crisis que no le deja avanzar a sus 28 años? ¿Conseguirá tener estabilidad laboral, comprar un piso y salir de vacaciones sin que le ayuden sus padres? Habrá que preguntarle de aquí a unos años. Por ahora, solo dice que no cree que pueda aguantar mucho más como está: en un piso compartido con otros tres por una de cuyas habitaciones paga 395 euros, más 20 de otros gastos. Apenas le quedan 100 para vivir. Eso el mes que ingresa 500 euros, que no es siempre. Estudió Enfermería y Podología, habla inglés, italiano y catalán. Pero cobra por cliente en la clínica de podología y a diario está ocupado una hora, dos, tres a lo sumo. La clínica se queda con el 60% de lo que abona el usuario. “Bueno, es que ellos ponen todo, y montar una clínica no es fácil”, reconoce.

Rodrigo va a preparar oposiciones a Enfermería que se convocan en el País Vasco y en Canarias. “En Madrid, la bolsa de trabajo está parada”. “No vivo mal, te acostumbras a lo que tienes, pero cuando mis padres se casaron, jóvenes, ambos trabajaban, ella enfermera y él empleado de banca, y se compraron un piso con garaje por cuatro millones y medio de pesetas en Talavera de la Reina. Solo querría tener las oportunidades de trabajo que ellos tuvieron”. Y nada más. A Rodrigo no le ha faltado de nunca de nada. Tampoco ahora, porque sus padres le ayudan cuando lo necesita. Esa es otra de las grandes diferencias en esta generación, que sus padres pueden cobijarles del chaparrón hasta que escampe... Rodrigo se irá con la familia este verano a Croacia.

Para el profesor Navarrete, “el disfrute, el consumismo de los jóvenes en las dos últimas décadas es, precisamente, el resarcimiento de sus familias, que les dan lo que ellos no tuvieron”, por eso no puede decirse que a la misma edad, vivieron mejor. Pero “ese bienestar no activa la agresividad darwinista necesaria para salir adelante, la que los padres sí tuvieron; no es más que un retardo, pasado un tiempo, con la preparación y la capacidad que tienen reconducirán la situación”. Son como dos caras de una moneda. La sobreeducación, y quizá la sobreprotección (algunos padres van a la universidad a interesarse por los estudios de sus pequeños), les anestesia para buscarse la vida, pero Navarrete está convencido de que una ley primará: aquella que dice que “el que sabe más, puede más y tiene más”, así que todo parece cuestión de tiempo.

Rodrigo envidia el piso
que se compró su padre
por 4,5 millones de pesetas

Pero el tiempo no pasa igual para todos. O mejor dicho, para todas. Aunque las expectativas de las mujeres no sean hoy las mismas que las de sus madres en los setenta y ochenta, no quiere decir que hayan renunciado a la maternidad, por ejemplo. Y para eso hay un reloj, que no solo se activa con el deseo de ser madres, también manda la economía. “Si hemos de tener en cuenta la teoría de la aversión al riesgo como un condicionante de las tasas de fecundidad, desde luego la estabilidad laboral y el nivel salarial van a ser determinantes. La incertidumbre por el propio futuro y por el de los hijos puede llevar la fecundidad a tasas aún más bajas”, opina Margarita Delgado, demógrafa del CSIC. “Hay un déficit entre el número de hijos que desean las mujeres y los que se tienen [en los hombres no se ha medido]. Eso indica una maternidad insatisfecha”, añade Delgado. Quizá este si pudiera servir como indicador de haber dado un paso hacia atrás. Quizá.

El economista Javier Andrés cree que no se ha medido con rigor científico nada que pueda dar una respuesta sobre si hay una generación de hijos que vive peor que sus padres. “¿Qué significa vivir peor? Habría que hacer un análisis de los salarios a lo largo del tiempo, del poder de compra, y todo eso no se ha hecho. Personalmente, no creo que vivan peor, ni que eso vaya a ocurrir. Hay muchos avances, incluidos los de la medicina, por ejemplo”, dice. En efecto, hasta para alargar la edad de la maternidad hay soluciones que empiezan a parecer magia.

Las familias están
dando a sus hijos justo
lo que ellos no tuvieron

Javier Andrés es optimista. Cree que España aún tiene margen intergeneracional. “Todavía hay ganancias entre generaciones, aunque lógicamente estas se irán reduciendo, porque llegará un día en que la mayoría de los padres tengan estudios superiores, por ejemplo, y un buen nivel de vida, como ocurre en otros países. Y los hijos tendrán más difícil superar eso, claro”. Lo que hay que frenar, dice, es el paro. “No es posible que hayamos tenido tres crisis, la de los ochenta, los noventa y ahora esta, en que el paro haya superado el 20% y todo en tan corto espacio de tiempo. Eso solo ha pasado en España”. Para Andrés, ciertas reformas laborales ayudarían a salvar ese extremo. “Si se reduce el endeudamiento se aliviará el futuro de las nuevas generaciones y si nosotros trabajamos más años, ellos tendrán que pagar menos por nuestro retiro”, opina.

Visto así, a Rodrigo ciertamente le costaría pagar la prejubilación de su padre en la banca, que a sus 59 años ya lleva varios retirado. Tomás Monreal peleó para compaginar estudios y trabajo, pero ganó el trabajo: aunque hubo décadas en que tener un título universitario se traducía de inmediato en un excelente empleo, también ocurría que algunos puestos se heredaban. Tomás Monreal obtuvo su primer empleo, a los 17 años, en el banco donde trabajó su padre. “Era así, en algunas ocupaciones los hijos nos colocábamos donde estaba el padre. Yo empecé poniendo sellos, luego hice algún curso y acabé fijo. A los 28 me casé, mi mujer era enfermera y tuvimos a los hijos rápidamente. Por eso no íbamos de vacaciones, pero vivíamos bien. Yo lo que cambiaría de mi generación sobre la de mis hijos es el uso de las nuevas tecnologías y cómo manejan toda la información con ellas”, dice. Y aquel piso en Talavera que no llegaba a los cinco millones de pesetas... Rodrigo pone cara de envidia solo de pensarlo. Si ahora estuvieran a esos precios...

La crisis, opina el profesor Navarrete, solo ha sido una ducha de agua fría, que puede incluso despabilar a esta generación. “Los padres actuaban de una manera inmediata para vencer las dificultades, eran más competitivos y rápidos en la primera batalla. Pero los jóvenes de hoy conquistarán más que sus padres. Todas las sociedades que han tenido una generación con esas potencialidades han ido a más. Solo están atrapados por la crisis. Eso, como decía mi abuelo, es trigo en la cámara”. Falta que el trigo se haga pan.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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