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"Irse a trabajar al extranjero no siempre es una experiencia fabulosa"

"No tengo vida social, ni amigos, y en una emergencia médica no tengo a nadie. Prefiero volver a España aunque no tenga ni para un café"

Buenas tardes,

Me llamo Jesús y tengo 27 años. Ya desde pequeño tenia claro que un buen ciudadano era aquel que intenta contribuir a mejorar la sociedad con sus mejores herramientas. Las mías, desde que tengo memoria, fueron el querer aprender y ser bueno en los estudios, de modo que pudiera aplicar esos conocimientos para mejorar la calidad de vida de las personas. Por este motivo, y con el esfuerzo de mis padres, me fui formando hasta niveles que, por desgracia, hoy día presentan paradójicamente un inconveniente en mayúsculas a la hora de buscar empleo. La razón, bien simple: sobrecualificación.

Hace diez años, tener una licenciatura, un máster y un doctorado, hablar 4 idiomas, entre ellos el (tan inmensamente valorado) inglés, tener amplios conocimientos informáticos, entre otros, era un motivo de orgullo. Hoy en día, significa tener el último turno en la cola del paro, y mentir y modificar tu currículo a la hora de realizar entrevistas dado que, en la mayoría de situaciones, el empleador te va a descartar pues asume que, a priori, tu formación no se adecua al puesto de trabajo. En ciertas ocasiones, incluso he llegado a escuchar que mi contratación podía suscitar conflictos internos en la empresa; pero eso si, que no era nada personal y que era un candidato perfecto y que seguramente encontraría un trabajo bien pronto. Entonces, ¿en que quedamos? Si ser competente profesionalmente ya no cuenta, ¿qué debía hacer?

Viendo el panorama, y dado que durante un año ni siquiera pude encontrar un trabajo por 300 o 400 euros, opté por buscar trabajo en el extranjero, en especial por Europa y EEUU. Ya de entrada, mis entrevistas se multiplicaron; mi perfil pasaba a estar altamente valorado, me hice un experto en Skype y gané habilidades suficientes como para negociar directamente mi sueldo. Finalmente, de entre todas las ofertas, opte por irme a Estados Unidos.

Aquí tengo un trabajo bien remunerado y que encima se adecua a mi formación y me permite progresar laboralmente, e incluso, cada seis meses se me incrementa el salario significativamente en función del rendimiento. Sin embargo, aquí no tengo vida, solo vivo para trabajar. Sé que habrá gente que dirá: "Yo tampoco tengo vida por culpa de mi trabajo". Pero cuando digo no tengo vida, quiero decir que cada día es idéntico al resto, de casa al trabajo y viceversa. No tengo vida social, no tengo amigos, y lo peor es que en una situación de emergencia, como podría ser ir al medico, no tengo a nadie que me asista. Soy consciente que estas vivencias no son exclusivamente mías, pues existe multitud de gente que habrá experimentado situaciones similares, pero yo hablo de mi experiencia y mi manera de ver las cosas.

Ante esta situación, se me presenta una nueva disyuntiva: ¿Vivo para trabajar o trabajo para vivir? La pregunta es perversa, y la respuesta más, si cabe, pues ninguna respuesta es satisfactoria. Si vuelvo a España, tendré a mis seres queridos cerca, pero no tendré dinero ni para un café. En la situación ideal, acabaré dando clases en alguna academia por un salario que no llegará ni a los 500 euros y sin siquiera contrato laboral. Si me quedo aquí, o me voy a otro país para trabajar, sé que no seré feliz. Son muchas las horas que he tenido durante los últimos meses para reflexionar sobre que he podido hacer mal a lo largo de mi vida. Finalmente, encontré una respuesta: Confiar en lo que la sociedad decía.

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Durante años, la sociedad del bienestar —que incentivaba a adquirir conocimiento y a realizar cursos y más cursos bajo la premisa de un futuro esplendoroso y marcado por el éxito— era la misma sociedad que permitía que banqueros y políticos corruptos fueran aglutinado un mayor poder de manera globalizada, y lo más escandaloso es que nosotros éramos copartícipes al no imponer nuestra obligación de decir BASTA.

Ahora hemos despertado de un sueño y hemos chocado con la realidad que tenemos. Ahora todo son lamentos y quejas, como las mías; pero sin duda alguna, como sociedad, nos lo hemos ganado a pulso. Creíamos estar en el paraíso por tener un iPod y un portátil, poder salir de fiesta los fines de semana, poder ir al cine, etc. Sin embargo, la realidad es la que es; hace 500 años, existía un rey y unos caballeros que vivían bien mientras su pueblo pasaba hambre. Y viendo el panorama actual en España, creo que no hemos avanzado mucho.

En mi caso, puedo decir que ya tengo comprado mi billete de vuelta y que cuento los días para volver. Prefiero morir pobre pero feliz, que amargado y con la cartera llena de billetes. Sé que mi historia no tiene moraleja, y ni siquiera un final feliz, pero es la que es. La acepto como tal, confiando en que pueda hacer reflexionar a aquellos que piensan que el irse a trabajar al extranjero es una experiencia fabulosa y de la que nada malo puede salir. Mas bien al contrario. Para mi, ha sido (y a día de hoy aun continua siéndolo), una experiencia similar a la de estar preso en una cárcel. Por ello, animo desde esta carta a todos aquellos en una situación similar, a simplemente "disfrutar" de su situación, pues bien seguro, siempre podría ir peor.

Jesús

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