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Tribuna
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Terrorismos y huelgas

El solapamiento de conmemoraciones puede hacer creer que la era de los terrorismos ha acabado

Antonio Elorza

En cualquier caso, es una coincidencia desafortunada. Situados ante la exigencia de preparar cuidadosamente la huelga general de 29 de marzo, una huelga que ni ellos mismos desearían convocar, toca al domingo 11 de marzo celebrar el ritual de las manifestaciones de masas contra la política económica del Gobierno para calentar motores de cara al paro del día 29. Lo malo es que el 11 de marzo era ya el día oficial de conmemoración de los atentados islamistas de 2004, y por ello las asociaciones de víctimas, en su mayoría, han protestado por lo que consideran una profanación. Unos tienen derecho a convocar, otros inevitablemente se sienten heridos.

Posiblemente, ambos pierden. La huelga general no era ya precisamente popular y ahora se abre una ocasión dorada para que los sindicatos sean retratados por sus numerosos adversarios como organismos ajenos incluso al sentimiento de dolor que pervive a ocho años de los atentados. Las víctimas, porque en adelante su causa, como ya está sucediendo respecto de las víctimas del País Vasco, será vista como algo secundario para el presente español, un incidente desagradable que mejor está olvidado: a fin de cuentas, nuestros yihadistas, igual que sucede con ETA, no han vuelto a matar.

A esto se unen los efectos colaterales. En la medida que el PSOE ha decidido unir sus fuerzas a los sindicatos, su caracterización por la derecha como partido demagógico y antinacional está servida. Desde la vertiente opuesta, en las manifestaciones será imposible borrar el recuerdo de la actitud del PP ante el 11-M, asociándola a su contrarreforma económica del día. Los atentados estarán presentes, pero en esa dirección antigubernamental. No faltarán gritos de “¡vosotros, fascistas, sois los terroristas!”, una amalgama de impacto asegurado, pero que de hecho desvía a la izquierda de lo que está en juego, sobre lo cual el responsable de aportar claridad y alternativas, Rubalcaba, se ha mostrado hasta ahora incapaz de ir más allá de la negación pura y simple. Así las cosas, nos dirigiremos a un 29 de marzo testimonial, salvo que ocurra lo peor, la intervención exterior de la violencia. La solución está ya escrita. Nadie en los medios, gubernamentales o de oposición, plantea en serio una campaña para proponer una corrección del tratamiento de la crisis haciendo pagar su parte de la factura a los poderes económicos (y, como en Islandia, sus responsabilidades a los culpables por corrupción o negligencia).

El solapamiento de conmemoraciones puede favorecer el espejismo de que la era de los terrorismos está ya clausurada. El islamista quedó envuelto muy pronto en la confusión generada por la Alianza de las Civilizaciones, con el apoyo de intelectuales que apreciaban la dimensión anticapitalista del yihadismo. Toda crítica era islamofobia. De ahí la difuminación del 11-M. Y otro tanto sucede en Euskadi, pensando muchos que con el “cese definitivo” se ha disipado la cerrada niebla provocada por la presión totalitaria de los afines a ETA sobre la vida política. No hay, pues, que exigirles nada, pues ETA ya no mata, y hace falta atender a las recomendaciones de Currin, otorgando ventajas a los presos etarras aunque no se arrepientan. A las víctimas hay que prevenirlas contra el resentimiento. Además, muchas están manipuladas (nuestro oráculo dixit). El terrorismo no existe.

La realidad es que ya no habrá muertos por ETA, pero el control sobre las conciencias sigue ahí. Nos lo recuerda el senador Roberto Lertxundi desde El Correo, con un esclarecedor artículo sobre su visita a Arrasate para asistir al homenaje de un socialista asesinado por ETA. Cualquier pregunta a un viandante por la calle donde vivió Isaías Carrasco tropezaba con un abrupto “Ez dakit” (no sé), heredero del “Ez dakit erderaz” (no sé español) con que Sabino Arana negaba la humanidad al castellanohablante que estaba ahogándose en la ría. Provocado ahora por el mismo miedo que aisló a los participantes en el acto, con todas las ventanas cerradas, como hace años en Andoain cuando homenajeamos a José Luis López Lacalle, igual que en un pueblo siciliano sometido a la Mafia. ETA aún no ha muerto.

Pero tranquilicémonos escuchando a Aizpeolea: “La sociedad vasca está muy entremezclada”, Eguiguren y el etarra Etxebeste ya toman potes juntos, síntoma de fraternidad generalizada, falta que el Gobierno entre en razón.

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Solo que no hace falta someterse al discurso de la exBatasuna, aunque sea inevitable contar con ella. Votos mandan. La vía del consenso democrático, puesta en marcha desde el Parlamento vasco, parece la única vía, estrecha pero practicable, para alcanzar la desaparición de ETA.

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