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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que no funciona

No hay muchas dudas sobre el dramático momento que atraviesa el PSOE

Soledad Gallego-Díaz
Reunión del Comité Federal del PSOE, en noviembre de 2011.
Reunión del Comité Federal del PSOE, en noviembre de 2011.ULY MARTÍN

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no funciona, y no lo hace desde bastante tiempo atrás, aunque haya sido su última derrota la que haya puesto en evidencia un conjunto serio de problemas. Seguramente, los de índole ideológica son los más conocidos y aireados, pero existen también muchas incógnitas y obstáculos desde el punto de vista de su funcionamiento interno, problemas orgánicos que lastran su capacidad de adaptación y penetración en la sociedad y que retrasan precisamente ese debate de ideas, limitándolo a un círculo cerrado y burocratizado, mucho más seco que la sociedad española en su conjunto y que los sectores genéricamente progresistas en particular.

De nada sirve aprobar primarias abiertas  a simpatizantes, si casi nadie se siente implicado o atraído para participar

Sería injusto atribuir a la última dirección la responsabilidad de esa cerrazón, porque tiene su origen mucho más atrás, pero sería también errado no señalar que ellos tampoco hicieron nada por remediar la situación, y que el Partido Socialista (y su rama catalana) ha seguido siendo en los últimos años un partido lento de reacciones, incapaz de cortejar a la universidad, ni a las ONG, ni a los movimientos sociales más activos: un grupo político que ofrecía muy pocos alicientes o incentivos para nuevas incorporaciones o, incluso, para un simple compromiso.

Obviamente, este juicio, que está extendido en las capas menos orgánicas de la agobiada militancia socialista, tendrá que estar presente en el Congreso, donde se va a elegir, precisamente, no a un candidato presidencial, sino a un aparato al que se podría encomendar esa transformación. En un momento en el que los socialistas no parecen tener respuestas atractivas para su propio electorado, donde se achica manifiestamente su espacio y su objeto social, abrirse a las distintas plataformas de debate puede ser un camino mucho más saludable que la senda fundamentalmente reaccionaria, es decir, contraria a cualquier innovación, seguida por el partido hasta ahora. Más militantes de los que se podría pensar son conscientes de esa necesidad y también del peligro de que esa imprescindible transformación se quede en una mera operación de marketing, puras frases hechas, que oculte la aparición de una nueva burocracia, quizá más joven, pero fundamentalmente “patrimonialista”.

No hay muchas dudas sobre el dramático momento que atraviesa el PSOE (y sobre los efectos que puede tener en la política española si no es capaz de regenerarse o de innovar). El problema de raíz, el ideológico, deriva de la dificultad de establecer diferencias con otros mensajes políticos, no solo a su derecha, sino también en otros espacios, como los que han ido surgiendo en otros países europeos; primero, los Verdes, y luego, mucho más inquietante, algunos movimientos nacionalistas y populistas.

Los socialistas, no solo los españoles, necesitan redefinir qué representan y cuál es su objetivo, pero, aunque lo parezca, ese no es el debate que se plantea en el próximo Congreso del PSOE, sino algo previo: cómo se puede y se debe producir esa discusión. De nada sirve aprobar la celebración de primarias abiertas a los simpatizantes para elegir al próximo candidato presidencial si, a la hora de la verdad, no participa casi nadie, porque casi nadie se siente implicado o atraído. El listón de las primarias francesas, que son consideradas un éxito, pese a que no han movilizado ni al 5% del electorado potencial, parece hoy día casi fuera del alcance de los socialistas españoles.

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Quizá lo más interesante del próximo Congreso del PSOE es que se va a celebrar, por primera vez, en un periodo de fuerte carencia de poder institucional, con muy pocos delegados que tengan responsabilidades públicas. Hasta en los dos convulsos congresos de 1979, cuando todavía no existía el poder autonómico, los socialistas estaban mejor situados que ahora, porque dominaban las principales ciudades del país y los cinturones industriales de Madrid y Barcelona. Quizá, esos delegados, como propone uno de los documentos del equipo de Rubalcaba, ya se han dado cuenta de que hay que dejar atrás la creencia de que tendrán la oportunidad de volver al poder por la “mera alternancia asociada a la caducidad de los ciclos”.

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