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Tribuna
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La maldita crisis y el PSOE

Deberían crearse grupos de estudio con todos los partidos socialistas europeos

Esta maldita crisis deja todo patas arriba. No solo menoscaba el bienestar de millones de personas. Además, pone en solfa nuestros saberes. Los economistas, por ejemplo, han visto tambalearse los cimientos de su profesión. No supieron prever la Gran Recesión ni saben cómo atajarla, lo que no les impide seguir dando consejos. ¿Cuáles fueron los que le dieron al anterior presidente del Gobierno desde su Oficina Económica? A juzgar por los resultados no debieron de ser muy buenos, aunque fueran voluntariosos, por lo que el presidente, agradecido, recompensó a su principal consejero en la materia con un Ministerio y a su antecesor en el cargo con una sinecura en el sector privado.

Sin buenos consejos, los políticos, aunque lo disimulen, andan desorientados. Los gobernantes actuales intentan compensar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad, quehacer en el que se ven jaleados por los medios de comunicación de la derecha radical, tan abundantes, no se sabe por qué, en nuestro país. ¿Cómo no se va a salir de la crisis si unos beneméritos han sustituido en el timón a unos tarados? ¿Qué ocurrirá, sin embargo, si, como es de temer, siguen los malos datos? ¿A quién descalificarán entonces los jaleadores? Atentos, como diría Miguel Ángel Aguilar.

Claro que para confusión la que hay en el PSOE. Sorprende que políticos avezados quieran ahora discutir de todo lo bueno (que es bastante) y de todo lo malo (que es considerable) que hay en su partido y se olviden del motivo principal de su derrota y de la consiguiente barahúnda en que están inmersos, a saber, la imposibilidad de que la socialdemocracia gestione bien una crisis a escala nacional, cuando el marco europeo, si no se cambia, cercena las posibilidades de actuar desde la izquierda. Como es sabido, los socialdemócratas, desde hace ya luengo tiempo, cuando gobiernan no modifican la producción de bienes y servicios y mucho menos la socializan. Lo que hacen es intervenir en la distribución, con lo que logran un más que aceptable Estado de bienestar. Pero si la producción se gripa, como ocurre en una crisis, la distribución se dificulta y el bienestar empeora. Si un país, como ocurre en España, tiene una economía vulnerable y ha vivido engatusado por las apariencias, el resultado es una crisis feroz como la que nos afecta, cuya lógica consecuencia es el duro varapalo que han recibido los socialistas.

Estos, para rehacerse, necesitan recuperar confianza y reconquistar el favor de los ciudadanos. Para ello han de ofrecer soluciones viables, y en lo que cabe progresistas, a la crisis, pues el no tenerlas ha sido su talón de Aquiles. En esa difícil tarea, sería menester que la socialdemocracia se uniera en Europa. En su próximo congreso, el PSOE, por ejemplo, podría aprobar una petición para que se crearan sólidos grupos de estudio en los que participasen todos los partidos socialistas europeos. O podría establecer delegaciones en Bruselas o Frankfurt para seguir de cerca lo que se cuece en la Unión Europea e intervenir en lo posible en la cocción. También, en aras de una mayor e imprescindible internacionalización y si los socialistas franceses, como es probable, ganan sus próximas elecciones, cabría tener una oficina en París a fin de seguir de cerca su política económica para ver si sirve.

Los candidatos a la dirección del PSOE, de los que tanto se habla, ¿serán capaces de hacer todo lo anterior? ¿Por qué no? Siempre, desde luego, que no se dediquen a mirarse el ombligo o a personalizar errores y aciertos. Lo que se requiere es mucha reflexión sobre la difícil tesitura española y europea. Cuantas más personas piensen tanto mejor. Los militantes socialistas, sin embargo, no están acostumbrados a pensar, pues su partido, como tantos otros, funciona de arriba abajo. Si todo marcha bien, ello tiene sus ventajas, que se vuelven inconvenientes cuando las cosas vienen mal dadas. La historia del PSOE lo demuestra. Si Felipe González no se hubiera rodeado de incondicionales, habría evitado las tachas que emborronaron su última etapa. Si Rodríguez Zapatero hubiera escuchado más, no habría sido primero tan tercamente optimista y luego tan mal comunicador. Cámbiese lo que sea preciso para evitar esos errores y entre tanto arrúmbense los manifiestos, que por su brevedad resultan superficiales y aumentan la confusión.

La maldita crisis acabará algún día, pero de momento, como diría Ortega, lo que nos pasa es que no sabemos muy bien por qué nos pasa lo que nos pasa. Ello es muy visible en el partido socialista, que tiene que aclarar sus ideas y contribuir desde la oposición a la buena gobernanza del país, tomando como ejemplo de lo que no debe hacer lo que hizo el Partido Popular en las dos últimas legislaturas. Algo necesario, tanto más si como es muy posible continúan o incluso redoblan las dificultades.

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Francisco Bustelo es rector honorario de la Universidad Complutense.

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