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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo crecer y crear empleo

Los Estados deben seguir la austeridad; pero la UE puede ser más expansiva

Xavier Vidal-Folch

A medida que se agota el tiempo previo a la cumbre europea del próximo día 30, que debería alumbrar el nuevo Tratado de Estabilidad de la “unión fiscal”, más crece la angustia. Cada nueva versión del texto es peor que la anterior (miren el blog de José Ignacio Torreblanca). O sea, más sectaria. Porque se incrementa el desequilibrio entre la exigencia de austeridad presupuestaria y todo lo demás. Aumentan los artículos (ya son 16) y los considerandos del Preámbulo, y sigue habiendo solo uno (el 9) dedicado a “promover” el “crecimiento económico”, sin más detalles. Dramático también para el éxito de la política de austeridad: la falta de crecimiento y la recesión, al ahogar los ingresos presupuestarios, propician también el incumplimiento de los objetivos de déficit.

Lo ha reclamado el Parlamento Europeo: “Hay que incluir disposiciones más fuertes para garantizar que la estabilidad fiscal se acompaña de solidaridad y recuperación del crecimiento”. ¿Cómo? Aquí se recogen unas cuantas fórmulas susceptibles de completar ese artículo solitario, incorporarlas a la cumbre sobre el empleo y/o a la incipiente discusión de las Perspectivas financieras, el paquete presupuestario plurianual de la UE para el periodo 2014-2020.

La idea central es que la política europea de saneamiento de las finanzas públicas se ha planteado siempre en la UE acompañada de flexibilidad y de contrapartidas. Los esfuerzos para alcanzar la convergencia exigidos en el Tratado de Maastricht (1992) y endurecidos por el Pacto de Estabilidad (1997) se digirieron gracias a la duplicación de los fondos estructurales, a la creación del Fondo de Cohesión y al descenso general de tipos. La limitación al gasto, que yugulaba las inversiones a nivel nacional, sobre todo en el Sur, se contrapesaba por la mayor inversión a nivel europeo. El esquema cosechó un gran éxito de crecimiento, saneamiento de las cuentas públicas y aproximación de los niveles de prosperidad entre los distintos Estados miembros. Sin rozar siquiera anatemas necesarios como el aumento del presupuesto comunitario, la creación de eurobonos gestionados por un Tesoro común y la conversión del BCE en un verdadero prestamista de último recurso —que debieran ser elementos centrales de una auténtica unión fiscal— ahora mismo esa idea podría desarrollarse mediante unas pocas fórmulas baratísimas:

Fondos estructurales: concentrar la política presupuestaria restrictiva en el ámbito estatal, y dotar al ámbito comunitario de un moderado y selectivo ímpetu expansivo. Aumentar sus recursos —por ejemplo, detrayendo fondos de la insolidaria, anticompetitiva y anticuada política agrícola— y la elegibilidad de los beneficiarios. También podría acompañarse el rigorismo en las sanciones por déficit excesivo contra los incumplidores con incentivos al cumplimiento, mediante recompensas. Por ejemplo, aumentando los porcentajes de financiación de la UE a los proyectos de infraestructuras nacionales cofinanciados con los Estados miembros. Y es que “los problemas financieros que estaban a punto de poner a prueba a Europa no tenían solución posible con la avidez; solo la generosidad podía curarla”, escribió lord Keynes sobre la coyuntura de 1918 (Las consecuencias económicas de la paz, Crítica, Barcelona, 2002).

Grandes infraestructuras transeuropeas (Transeuropean Networks o TENS, que conectan a dos o más países, como el corredor mediterráneo ferroviario) de transporte, energía y comunicaciones. En el paquete presupuestario 2007-2013, de casi un billón de euros, solo se les dedican 8.168 millones, apenas el 0,8%. Los primeros números para el siguiente septenato prevén que los Estados se financien (en transporte) un 73% (en el actual alcanzan el 76,5%), y el resto sean subvenciones y créditos europeos. Generalizar y multiplicar el alcance del ya existente proyecto de project bonds o emisiones de bonos para cada proyecto garantizados por el presupuesto comunitario permitiría reducir la aportación de los Estados, sometidos a la obligación de reducir gasto, sin paralizar las redes. Prácticamente sin coste adicional.

Banco Europeo de Inversiones (BEI). Es posible cuadriplicar sus préstamos de aquí a 2020. Desde 1997 hasta hoy ya los ha cuadriplicado, hasta los 80.000 millones anuales, de forma que su tamaño duplica al del Banco Mundial. Su impacto es enorme, pues el multiplicador de las inversiones que induce es de 3: cada euro prestado genera tres de inversión final. Solo esta medida “equivaldría” al plan Marshall de la posguerra, como han evaluado los profesores Stuart Holland y Yanis Varoufakis (A modest proposal for overcoming the eurocrisis, Levy Economics Institute, 2011). El BEI podría incrementar sus líneas para las pymes y seleccionar una entidad financiera como agente / socio en cada Estado miembro para aproximarse capilarmente a ellas.

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Presupuesto de I+D de la UE. Asciende a 7.610 millones anuales, en torno a un escaso 5% del presupuesto comunitario. Cifra que contrasta con el montante dedicado a agricultura y desarrollo rural, 58.509 millones anuales, en torno al 40%. Puede reasignarse buena parte de esta partida en favor de la innovación y de la cohesión. El futuro económico de Europa, y el empleo de su gente, dependen más del número de patentes que sea capaz de inventar y desarrollar, que de los kilos de tomate que produzca.

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