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El hombre que supo transmitir seguridad

Cree que la salida a la crisis del PSOE no está ni en refundaciones ni en profundas autocríticas

Luis R. Aizpeolea
SCIAMMARELLA

De Alfredo Pérez Rubalcaba ya se ha dicho todo y de todo. Si acaso queda por despejar la incógnita de por qué un político veterano con una trayectoria tan brillante como ministro que cuenta en su expediente con haber contribuido de forma decisiva al final del principal reto político español desde la Transición, el terrorismo de ETA, decidió dar la batalla por la secretaría general de su partido tras sufrir una derrota electoral estrepitosa a cargo de un político como Mariano Rajoy.

Todo apunta a que la respuesta está en la misma pregunta. Más allá de su pasión política, que sin lugar a dudas es un motor clave en su vida, Rubalcaba ha estado fuertemente presionado por aquellos que ven en él dentro del PSOE, como muchos socialistas vascos que le admiran por su implacable actuación contra ETA, la solución al difícil reto por el que atraviesa su partido tras la doble derrota que sufrió el 22-M y el 20-N que le ha apartado del poder nacional y territorial en medio de una recesión económica sin precedentes.

Quien vio llorar a un Rubalcaba emocionado el 22 de octubre de 2011 en San Sebastián, dos días después de que ETA anunciara el cese definitivo de la violencia, durante el homenaje que le dedicó el socialismo vasco puesto en pie, puede empezar a entender su decisión. Eso, la fuerte presión interna sobre él para que fuera secretario general en momentos tan difíciles para el PSOE, y un sentido de la responsabilidad del que siempre ha alardeado. Rubalcaba nunca ha ocultado que le disgustó que Joaquín Almunia dimitiera de su responsabilidad al frente del PSOE tras ganarle José María Aznar por mayoría absoluta en marzo de 2000.

Pero, además, Rubalcaba se convenció de que estaba en mejores condiciones que nadie en estos momentos dentro del PSOE para sacar a su partido del agujero en que está. Creía que tenía las llaves de la solución. Es un pragmático que pensaba que la clave de la salida a la crisis del PSOE no estaba en refundaciones, en grandes innovaciones ni en profundas autocríticas sobre lo realizado por el Gobierno de Zapatero, del que han formado parte muy activa tanto él como Carme Chacón, sino en lograr que la socialdemocracia, la española y europea, fueran capaces de ofrecer una alternativa de izquierda a la recesión económica global y en erigirse cuanto antes en una oposición útil y firmemente crítica, a la vez, al Ejecutivo de Mariano Rajoy.

Rubalcaba se creía preparado para liderar la transición interna que necesitaba el PSOE en estos momentos. No está claro que, ganada la secretaría general en el 38 Congreso, sea el candidato electoral para dentro de cuatro años. Lo sería, con toda probabilidad, si el desgaste del Gobierno de Rajoy se acelera esta legislatura, como consecuencia de la recesión.

Esto encaja con su sentido pragmático de la política, el sentido que tiene de su utilidad. Porque Rubalcaba no ha hecho política desde el aparato ni entró en la política como medio de vida. Conviene recordar que su vocación estuvo impulsada por los desmanes de la dictadura de Franco —el asesinato del estudiante Enrique Ruano marcó su vida cuando tenía 18 años— y que su actividad política la ha vinculado al cambio social desde las instituciones. Primero, en los campos de la investigación y la educación, siendo ministro con Felipe González, y luego, en la política antiterrorista con José Luis Rodríguez Zapatero. En ambas políticas decisivas ha tenido el reconocimiento público de los dos presidentes socialistas. Creía que ahora que la política pasa por horas muy bajas ante la prevalencia de los mercados, podía contribuir con su experiencia a devolverle su utilidad. Y creía que ese es el reto de la democracia y la izquierda.

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