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Demasiada corrupción tras la sonrisa

Mañana arranca el primer juicio contra Jaume Matas, exministro de Aznar y expresidente balear Se revivirán las peripecias y abusos de un político de sonrisa fácil consumido por la sed de riqueza

Camps y Matas en septiembre de 2003, cuando ambos estaban aún en el poder.
Camps y Matas en septiembre de 2003, cuando ambos estaban aún en el poder.TANIA CASTRO

El destino tiene esas casualidades: antes de que las habladurías dieran paso a los indicios, Jaume Matas abandonó España para buscar la tranquilidad de un despacho en Washington a sueldo de una multinacional, el itinerario que imitaría Iñaki Urdangarin en las mismas condiciones dos años después. Ambos debieron pensar que el alejamiento haría el olvido. Y se equivocaron.

Sus caminos casi se cruzan. En enero de 2009, Matas se veía obligado a regresar a España imputado en el caso Palma Arena, que ya había causado varias detenciones en las filas del PP balear. En septiembre de ese mismo año, Urdangarin viajaba hacia Washington con derecho a despacho y sueldo, ignorando que el destino del billete de vuelta también sería la Audiencia de Palma de Mallorca, donde mañana comienza la vista del caso Palma Arena, un sumario con 26 piezas separadas, al que deberá acudir Matas. La vista durará un mes y coincidirá durante unos días con los últimos coletazos del juicio a Francisco Camps en Valencia, otro barón autonómico del PP en el banquillo. Otra ironía más de un destino inquieto.

El caso Palma Arena parecía casi olvidado hasta que se conoció la implicación de Urdangarin. Desde entonces no se habla de otra cosa en España, aparte de los recortes presupuestarios de Rajoy. Sin embargo, la de Urdangarin (operación Babel) es una pieza separada y colateral de un sumario que nace para dar respuesta a buena parte de la corrupción que anidó en las Islas Baleares durante los años de vino y rosas. El caso trata de explicar cómo fue posible que una obra presupuestada en 44 millones terminara costando 100, y qué pasó con el dinero que se perdió por el camino. Eso es el caso Palma Arena. Un caso en el que todo gira alrededor de Jaume Matas.

Oscurecido por el protagonismo del duque de Palma, en el exterior de cuya residencia aguardan los paparazzi, nadie estaba pendiente de Matas. Poca gente reparó el día de Navidad en un señor engominado que acudía a misa de maitines en una céntrica iglesia de Palma. Era él. A escasos metros de esa capilla se levanta un palacete de estilo posrenacentista valorado en cuatro millones de euros, que es de su propiedad. La decoración de esa lujosa residencia se costeó con dinero en metálico y muchos billetes de 500 euros. Ese palacete es ahora la fiel representación de la carrera de Matas. Su poder llegó a ser tan absoluto en la isla que poca gente se preguntó por el origen del dinero utilizado para adquirirlo. Luego, tras la imputación, en la primavera de 2010, el palacete le sirvió como aval de un crédito de tres millones de euros concedido por el Banco de Valencia (intervenido hace unos meses) para pagar la fianza que evitara su ingreso en prisión. Dentro de dos semanas, el 25 de enero, lo perderá: será subastado por no haber pagado intereses y amortizaciones.

Quería convertir Mallorca en un nuevo Montecarlo con una ventaja: tenía más terreno y más costa

Hecho un pincel, engominado, Jaume Matas escuchó el viejo canto de la Sibila con augurios sobre el día del juicio.

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Pero no habrá un solo juicio. El sumario tiene 26 piezas separadas. Matas está imputado por nueve delitos. Decenas de ex altos cargos y exsocios del PP aguardan una complicada cita ante la Justicia. Tres expolíticos insulares de la época de Matas penan ya en prisión. Y el lunes se abre el telón con el primero de la serie, dedicado a los contratos y adjudicaciones, supuestamente delictivos, a empresas periodísticas gestionadas por Antonio Alemany, un periodista que además de escribirle los discursos a Matas glosaba su gran gestión en artículos en el diario El Mundo. Será un caso menor, con medio millón de euros en juego por una subvención a la Agencia Balear de Noticias, propiedad del periodista citado; poca cosa para lo que se suscita en el conjunto del sumario. Matas se enfrenta a una petición del fiscal de ocho años de cárcel y Alemany a más de cinco por supuesta malversación, falsedad documental, fraude y tráfico de influencias.

Controlar la imagen fue una obsesión en la carrera de Matas. Situó a sus jefes de prensa en el control de la televisión autonómica IB3 y entregó las frecuencias de radio y la TDT y el negocio de los informativos y los programas a productoras fieles. En seis años, la tele ha generado una deuda de 250 millones de euros.

Matas escuchaba en silencio la misa del día de Navidad. En su rostro se apreciaban las huellas de la tensión acumulada en estos últimos tiempos. Se sabe que ha acudido con frecuencia al gimnasio de moda de Palma. Está más grueso que hace unos años, cuando se sometió a una dieta estricta que imitaron varios de sus consejeros. Ha ganado peso y perdido muchas compañías. Se le ha apagado también el brillo de aquella sonrisa que fijó en las más de 30.000 fotos que se hizo saludando a gente durante su primer mandato como presidente de Baleares, entre 1996 y 1999.

En esa primera legislatura ya hubo algunos avisos acerca de la forma de gestionar de Matas. “¡Os comeréis estas portadas con patatas!”, se jactó en la cara de un periodista cuando se reveló que era investigado por espionaje político a los correos electrónicos de un cargo del PSOE. La primera vez que se le observó sin brújula fue al cuestionársele por una supuesta manipulación electoral a favor del PP en Formentera: hubo compra de votos entre emigrantes en Argentina y algunos documentos aparecieron en los despachos de Presidencia. La investigación de aquel presunto pucherazo no llegó muy lejos. Matas aprovechó su condición de ministro y su buena imagen para desactivarla.

Jaume Matas se había convertido en el año 2000 en una cara amable y periférica del segundo Gobierno de Aznar, edificado bajo una mayoría absoluta. Junto con Josep Piqué, ministro de Exteriores, tenía la consideración de liberal y centrista. “Me crea problemas en mi partido esa actitud autonómica sobre la lengua catalana y mi relación con determinados medios”, llegó a confesar en una entrevista. No podía afirmarse que Matas estaba entre los barones populares con más peso, pero tenía algunos aliados interesantes. Uno de ellos era Eduardo Zaplana. El otro, Pedro J. Ramírez. Con ambos compartía partidos de pádel de vez en cuando. Matas fue un buen tenista en su juventud.

Ha escrito un manual de errores sobre lo que no se debe hacer: acumular bienes y, además, exhibirlos en desmesura”

Pero de su trayectoria como ministro de Medio Ambiente no hay un gran recuerdo. Le tocó poner en marcha el polémico Plan Hidrológico Nacional, con el trasvase del Ebro de por medio, y de sus gestiones solo se vislumbró que tuvo una buena relación personal con Pascual Maragall. El plan se aprobó aunque nunca saliera adelante, pero llegó el desastre del Prestige. La marea negra arrasó a su paso a Matas, superado por los acontecimientos, relegado a un papel marginal. A algunas de sus amistades les confesó que durante aquellas semanas le temblaban las piernas en el consejo de ministros ante la fría mirada de José María Aznar.

No se sabe si ese fue el final de su carrera como ministro, pero Aznar le señaló con el dedo para que volviera a reconquistar las Baleares en 2003. Y lo hizo. Esta vez no necesitaba alianzas. La mayoría absoluta era suya. Venía con energía renovada, como el hombre capaz de impulsar a las islas hacia nuevas dimensiones. A los cargos del PSOE les reprochaba que él tenía más pedigrí de izquierdas: “Mi familia era más socialista de lo que sois vosotros”, les decía. Sus abuelos y sus tíos huyeron de Franco en 1936 hacia Italia. Cuando el dictador visitaba Palma, los Matas cerraban su negocio y no frecuentaban la iglesia.

En esta segunda etapa de presidente balear elevó el listón. Iba de Kennedy, con manos blancas y muchos gestos estudiados. Auguró que sería protagonista de un periodo de esplendor que cambiaría el mapa y el sino de Baleares. Se rodeó de famosos y trató de convertir a Mallorca en el epicentro de grandes eventos. Quería convertir a la isla en el nuevo Montecarlo, con una diferencia a su favor: tenía más terreno para urbanizar y más costa para explotar. Lo quería todo para Mallorca, desde un palacio de la ópera con vistas al Mediterráneo hasta los mejores eventos deportivos. En ese terreno, podría contar con la colaboración de Iñaki Urdangarin, que ya dio el primer paso: darle el nombre de las islas al equipo ciclista donde en su día compitieron Delgado e Induráin.

Eso era el escaparate. Puertas adentro, Matas ejerció el poder con una mezcla de soberbia y amiguismo, tal y como se desprende de los testimonios de personas que han padecido su gestión. “Iré a por ti”, le espetó en público a un empresario. Llamó a capítulo a quienes le criticaban. Los convocaba en la presidencia del Gobierno autónomo, cara a cara, él en una silla ampulosa, un palmo y medio por encima del rostro de su interlocutor, hundido en un sofá.

“Me reconvino, y de las quejas, reproches y lamentos pasó a la amenaza. Lanzó sospechas e insidias sobre mi pasado. Estuve a punto de levantarme e irme”, confesó un expolítico que fue citado a comparecer ante él tras efectuar unos comentarios adversos.

Fueron los años dorados. Nadie contestaba a Matas.

Todo cambió al estallar en 2006 el caso Andratx, un ejemplo de manual de lo que es un escándalo por corrupción política ligada al urbanismo salvaje: el alcalde Eugenio Hidalgo se paseaba por la isla con un deportivo. Entre los implicados estaba Jaume Massot, uno de los directores generales del Gobierno Matas. La respuesta de Matas no fue muy original. Dijo que el PP era “perseguido”. Entonces hizo algo que no había hecho nadie hasta entonces: viajar a Madrid y presentarse en la Fiscalía General del Estado a pedir explicaciones por la actuación de los fiscales anticorrupción. El fiscal general Cándido Conde Pumpido le recibió para sorpresa de jueces y colegas. Nada varió el rumbo de los casos. Aquel alcalde fue condenado a cuatro años de prisión, sentencia que cumple en la actualidad.

“Jaume Matas ha escrito ya un manual de errores sobre lo que una autoridad en democracia no debe hacer: acumular bienes y, además, exhibirlos en desmesura. Quedó hipnotizado por ser ministro y por el nivel de vida de las ricas amistades que frecuentó en Madrid y Palma”. El diagnóstico es de un profesional que atendió su interrogatorio judicial de 15 horas en 2010. Entonces, el juez José Castro, del caso Palma Arena, anotó en el auto que “parecía que venía a burlarse del resto de los mortales”.

Matas facilitó grandes negocios a sus amigos. Las infraestructuras y proyectos megalómanos de Matas eran históricos por su impacto y coste: el metro de Palma, las autopistas de Ibiza, la idea de la Ópera de Calatrava en la bahía, el megapalacio de congresos con hotel de Mangado, el macrohospital en Mallorca, un macropuerto en Menorca, el pabellón deportivo Palma Arena, con velódromo impresionante, construido con pino siberiano traído de Ucrania. Se inauguró el 2 de mayo de 2007, con un partido entre Nadal y Federer. Ese mismo mes, Matas perdía las elecciones. Un año después comenzaba una investigación a raíz de una denuncia anónima: Maite Areal, su esposa, y Fernando, cuñado de Matas, habían abusado en el uso de billetes de 500 euros a la hora de comprar joyas y vestidos. En metálico se pagó la larga reforma, la compra de muebles de diseño italiano y los cuadros del palacete. Fernando Areal está encausado también por abonar 71.038 euros en “dinero b” por facturas de la campaña electoral del PP en 2007.

El político, su esposa y sus tres hijos no pudieron disfrutar demasiado de esa residencia. Tras abandonar la presidencia de Baleares en 2007, se instalaron en Madrid, en un piso en el barrio de Salamanca (que el juez y el fiscal creen que es suyo, a nombre de un testaferro), y después marcharon a Estados Unidos. Al regreso volvieron al piso de Madrid. Matas solo acude a Palma por cuestiones judiciales.

Después de estas navidades se despedirá de esa residencia que apenas ha podido disfrutar. Hace dos navidades, precisamente, hubo invitados imprevistos en el vacío caserón. Entró una comisión judicial en un registro sorpresa. Se buscó en vano un secreto, una caja de caudales camuflada —estaba en el hueco de un armario— y se peritaron la decoración de las muchas dependencias, su colección de arte, la docena de televisores de plasma. También, los vinos de gama alta de su bodega, a pesar de que Matas es un asiduo de la coca-cola ligth en las comidas.

Aquellos elementos formaban parte de un proyecto de vida que no llegó a consumarse. Era un despilfarro tanta decoración para una casa sin vida, deshabitada, fiel corolario de lo que ha sido la gestión de aquella sonrisa amable del PP que ha promovido tantas obras inútiles en Baleares. Pasadas las fiestas, comienza el día del juicio para Jaume Matas.

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