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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Existen los europartidos?

¿Para cuándo grandes convenciones de los partidos de izquierda para responder a una crisis supranacional?

En medio de la peor crisis vivida por la UE, se ha señalado —probablemente con acierto— que no es posible el keynesianismo en un solo país: en este caso, la única respuesta viable frente al neoliberalismo hegemónico debería tener una dimensión paneuropea. Para poner en marcha una estrategia neokeynesiana a nivel europeo haría falta, en primer lugar, que el centro-izquierda recupere el Gobierno en algunos de los principales Estados de la UE (Alemania, Francia e Italia) y, a continuación, que el conjunto de las izquierdas —moderadas y radicales (socialdemócratas, verdes, poscomunistas y comunistas demócratas)— se coordine a fondo y propugne recetas de aquel tenor sin medias tintas.

¿Cómo hacerlo? Pues utilizando un instrumento hoy virtual que podría ser rellenado de contenido: dar vida a los europartidos formalmente presentes en el Parlamento Europeo. Si en los sistemas nacionales pluralistas los partidos son el actor protagonista de los procesos políticos, habría que proyectar esta dinámica a toda la UE para sacarles el máximo rendimiento paneuropeo frente a los famosos mercados (que no conocen fronteras), y esta es una perspectiva que nunca se ha explorado.

¿Alguien sabe si el Partido de los Socialistas Europeos, el Partido de la Izquierda Europea o el Partido Verde Europeo tienen alguna estrategia mínimamente elaborada? ¿Para cuándo grandes convenciones de los mismos a fin de articular respuestas coordinadas supranacionales ante la actual crisis? No deja de ser llamativo que para abordar la tan grave situación iniciada en 2008 se persista —en lo esencial— en aplicar recetas similares a las que la originaron. La actual coyuntura debería haber sido un revulsivo para el relanzamiento masivo de estrategias neokeynesianas y, sin embargo, las izquierdas ni se han recuperado ni han propuesto fórmulas opuestas a las que impone la troika (el BCE, la Comisión y el FMI), lo que revela su resignación y debilidad. En realidad, es incongruente ceder constantemente ante el fundamentalismo de mercado y las presiones políticas de las derechas, ya que sus recetas ortodoxas impuestas a ultranza (la obsesión dogmática por la austeridad, el control del déficit y la estabilidad de los precios) están dificultando posibilidades de crecimiento y recortando la redistribución.

En suma, no es congruente que los pocos Gobiernos de centro-izquierda que subsisten en algunos países de la UE hagan políticas gratas a las derechas. Por tanto, la cuestión es la de invertir la actual correlación de fuerzas en toda la UE y no seguir a remolque de los intereses conjuntos de los mercados y los partidos de las derechas. En otras palabras, entre el original y la fotocopia los electorados prefieren lo primero (por eso castigan al centro-izquierda) y tampoco es de recibo el argumento de que no hay más remedio que aplicar las políticas económicas mayoritarias en la UE, eso sí, con más moderación.

O la socialdemocracia —en particular, como principal opción progresista— renuncia definitivamente a políticas de tercera vía (Blair, Schröder) y se atreve a recuperar su tradición (no adelgazar el sector público, regular estrictamente las transacciones financieras, mantener un fuerte gasto social, elevar los impuestos a las grandes fortunas) o la hegemonía de las derechas y los mercados no dejará de aumentar.

Para intentar salir de esta situación, habría que convocar convenciones de los europartidos de las izquierdas para que vayan perfilando programas de corte neokeynesiano y —sobre todo— tengan voluntad práctica de aplicarlos en caso de llegar al Gobierno en varios países. Ello tendría dos ventajas: 1) configuraría por fin una alternativa progresista paneuropea y 2) reforzaría un instrumento hoy virtual (los europartidos) para profundizar en la lógica federalizante europea. Solo así cabría movilizar de nuevo a electorados desencantados y derrotar a las derechas que hoy gobiernan en la mayoría de los Veintisiete y controlan las instituciones comunitarias.

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Es cierto que cada vez habrá más movilizaciones sociales al margen de los partidos (en la senda de los indignados) —y esto es algo que incomoda a los partidos de las derechas—, pero si todo ello no tiene presencia institucional, su incidencia es menor. Por supuesto que las movilizaciones pueden parar y cambiar algunas decisiones institucionales, pero sin partidos que articulen las alternativas será difícil revertir la actual hegemonía neoliberal. Desde luego, el actual panorama de las izquierdas europeas —en todas sus familias ideológicas— no es muy entusiasmante, pero no hay otro. En consecuencia, hay que presionar a este espectro para que ofrezca otras recetas para salir de la crisis económica y social y, a la vez, amplíe la calidad política de la democracia.

En conclusión, no hay que seguir enrocados en inútiles visiones nacionales, ya que la estrategia de la alternativa debe ser paneuropea para potenciar los europartidos de las izquierdas, lo que implica renovar a fondo cuadros dirigentes y programas. Esto solo será posible con una presión social sostenida para que no se diluyan con el tiempo los mensajes de auténtico cambio de rumbo y —en caso de victoria electoral— incluso con mayor intensidad para que cumplan con programas de corte neokeynesiano, mucho más equitativos para el conjunto de los ciudadanos.

Cesáreo Rodríguez-Aguilera es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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