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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No es la crisis, es el PSOE

Las razones por las que el PSOE ha perdido la mitad de sus votos hay que buscarlas en el partido

El 20-N ha sido una debacle para los socialistas. Si no aprenden, si no se dotan de una nueva doctrina  y un compromiso con la excelencia, su partido solo gobernará episódicamente en el futuro

En los años setenta, los psicólogos desvelaron los sesgos cognitivos que, a expensas de objetividad en el análisis y aprendizaje de errores, protegen la autoestima de individuos o grupos ante fracasos. Entre ellos, el de “autojustificación”: mientras los humanos atribuyen los éxitos a su propio mérito, disculpan los reveses con causas externas, incontrolables, eximiéndose así de responsabilidad.

La mayor parte de las explicaciones por el PSOE de la derrota del 20-N argumentan una crisis global excepcionalmente intratable, ansiando confirmar la ausencia de culpa en que todos los que gobiernan sigan perdiendo (la prueba de este argumento no será que Sarkozy o Merkel pierdan, sino que la dimensión de su posible derrota sea similar a la del PSOE). Para el PSOE ha sido mala suerte. Como para el PP el 14-M de 2004.

Las razones por las que el PSOE ha perdido casi la mitad de sus votos no hay que buscarlas en “las estrellas”, sino en el propio partido: por orden de importancia, primero en su ideología y, segundo, en sus estructuras, en lo “orgánico”. El 20-N no ha sido un episodio aislado. Ha sido la confirmación de una tendencia ya presente en 2008, cuando el PSOE pierde las generales en toda España salvo en Cataluña. Entonces, el PSOE no aprendió. Y la clave para una reacción equivalente a la importancia de la derrota es reconocer que ambas causas son previas a la crisis.

En 2008 perdió en toda España salvo en Cataluña. Pero el PSOE no sacó ninguna lección

Desde que González implantó el Estado de bienestar el discurso ideológico del PSOE se ha vaciado. Zapatero llegó a la secretaría general encabezando la corriente Nueva Vía, imitación nominal de los Nuevos Demócratas de Clinton y la Tercera Vía de Blair —las más exitosas innovaciones doctrinales desde la socialdemocracia. Pero el PSOE de Zapatero ha sido lo más opuesto a la ambición de ambas corrientes: Gobiernos progresistas sostenibles en el tiempo. En el programa electoral de Rubalcaba tampoco se encuentra novedad doctrinal sustantiva, un programa que protagonizó el momento más surrealista del último Comité Federal, cuando Rubalcaba lo propuso como base de la oposición al PP. Pero ¿algún lector recuerda a Rubalcaba, en la campaña, poner su acento en él?, ¿alguien retiene alguna de sus ideas principales? Durante la campaña, Rubalcaba no habló de su programa, si no del no-programa de Rajoy, y Rajoy no habló de nada.

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Esto fue así porque PSOE y PP carecen de ideas ante la crisis. Entonces: ¿por qué perdió el PSOE, y no el PP, más de cuatro millones de votos?

Una semana después del 20-N, Alfonso Guerra, en el más descarnado posmortem hasta la fecha, desveló la segunda causa principal. Reprochó que en el PSOE de Zapatero la promoción de cuadros se había debido a cuotas generacionales y de género, y no a capacidad o talento. Lo preocupante para el PSOE no es que Guerra acertase. Lo grave es que los electores han coincidido en el diagnóstico, pero sobre los Gobiernos de Zapatero. El error fatal del presidente ha sido no hacer de su Gobierno un ejemplo de mérito y eficacia. Por supuesto, los partidos progresistas tienen más dificultad que los conservadores en equilibrar lealtad y competencia en sus cuadros, ya que para muchos de ellos la política es su modus vivendi. De perderlo, el regreso a su estatus de origen es muy duro y, por tanto, la lealtad acaba primando sobre la independencia.

En contraste, los políticos conservadores, por sus orígenes sociales, dependen menos de la política, circulando más fácilmente entre Gobierno, partido y sociedad. Que esto sea injusto no debe rebajar el estándar a que debe aspirar el PSOE: entre aquellos que creen en el rol del Estado, los más capaces deben estar en el partido y en sus Gobiernos. Con el Gobierno no hay bromas. Con Zapatero, algunas hubo.

Si ideario y competencia son los dos grandes retos del PSOE, ¿qué hacer? En relación con la ideología, la debacle ha sido demasiado grande como para despacharla con un congreso regular, y no con un congreso extraordinario como el que el PSOE celebró en 1979 para abandonar el marxismo. La necesidad no es menor. Y no escasean temas para una nueva configuración doctrinal: excelencia en la gestión del Estado de bienestar; nuevo modelo de crecimiento; igualdad de oportunidades y mérito como claves de un reforzado discurso de valores; de la España plural a la solidaria; más ecología e igualdad de género; radicalismo ante los privilegios fiscales, eclesiales, incluso monárquicos; el centro político como plataforma de regreso al Gobierno, etcétera. Y desde esa ideología construir un nuevo liderazgo. Ocuparse del segundo antes que de la primera proporciona la impresión de que los cuadros del PSOE están primordialmente preocupados por el reparto de puestos, cual casta privilegiada por el duopolio de la industria de representación política.

Unas primarias abiertas a simpatizantes serían una solución excepcional a una derrota excepcional

Los partidos son organizaciones autoritarias, y el desarrollo de cuadros eficaces pasa, previamente, por la elección de líder. Los mecanismos para renovar su liderazgo son cuatro. Uno, es la cooptación de un nuevo dirigente por el titular o élites del partido. Fue el usado por Aznar para designar a Rajoy, y el utilizado por las generaciones veteranas de González, venciendo a las jóvenes de Zapatero, para aupar a Rubalcaba al liderazgo, de facto y, por ahora, del PSOE. El desprestigio de la clase política lo hace costoso.

El segundo método es el congresual, el que llevó a Zapatero a la Secretaría General y el previsto para la elección de su sucesor: la elección de líder por los delegados, votados, a su vez, por los afiliados. Vista la experiencia, se pueden esperar maniobras para evitar sorpresas, es decir, usar este segundo método como disfraz del primero.

Un tercero sería la elección directa por los 200.000 afiliados del PSOE. Su riesgo es que la ideología de los afiliados del PSOE no es la de sus votantes: son menos moderados y pueden empujar el partido a la izquierda, facilitando todavía más al PP la ocupación del centro político.

Y, cuarto, la solución francesa: primarias abiertas a simpatizantes y votantes. Es hoy día la única que transmitiría el mensaje de apertura del partido que sus votantes requieren. Sería una solución excepcional a una derrota excepcional. El PSOE está en un momento demasiado crítico como para, por decirlo así, dejarlo solo en manos de sus dirigentes, cuadros y afiliados. Lamentablemente, no parece que el PSOE la vaya a usar para designar el primer sucesor de Zapatero.

A la fecha parece que Rubalcaba acabará siendo elegido secretario general. Pero, disminuido por las elecciones, limitado por la biología, debe saber que no es un líder para un ciclo largo. Por ello, la sucesión de Zapatero será en dos tiempos. El primero la de un líder albacea, Rubalcaba, idealmente enfocado a la renovación ideológica y de cuadros, para la cual la generación de Zapatero carece de credibilidad. Segundo, la del líder para el ciclo largo (dicho sea de paso: si esa persona adquiere en el ínterin experiencia en Europa, mucho mejor).

El 20-N ha sido una debacle. Los sesgos psicológicos e inercias organizativas favorecen que el PSOE reaccione como si no hubiera sido así. Pero si no aprende, sin nueva doctrina, sin compromiso con la excelencia en el Gobierno, la consecuencia será que el partido que más tiempo ha gobernado España pase a hacerlo en el futuro episódicamente, sin mayor impacto, como buena parte de la izquierda europea, entre transiciones de liderazgo del PP. Y España será definitivamente una sociedad dualizada, entre los pocos con mucho, y los muchos con poco.

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