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El bosque vuelve a estar animado

Una asociación busca a los herederos de los montes comunales desamortizados en el siglo XIX Tratan de impulsar el desarrollo rural

Carmen Morán Breña
Algunos de los implicados en este proyecto de recuperación de montes, posan junto a un roble centenario caído en La Póveda (Soria).
Algunos de los implicados en este proyecto de recuperación de montes, posan junto a un roble centenario caído en La Póveda (Soria).CARLOS ROSILLO

Esta historia atraviesa más de un siglo y de punta a punta el mapa español: de Zaragoza a Cáceres, de Asturias a Soria, saltando por sus montes comunales. El tendido del ferrocarril y las guerras carlistas habían dejado las arcas nacionales tiritando... Ahogado por las deudas, el Estado decide, a finales del XIX, sacar a subasta pública las tierras que estaban en manos muertas, las de la Iglesia, los militares, las universidades. Y también las de los Ayuntamientos, de cuyos pastos, leña y caza vivían pueblos enteros.

Así comenzó esta historia. La Asociación Forestal de Soria quiere hoy devolver la vida a aquel patrimonio natural que perteneció a los vecinos. En algunos pueblos ya tienen planes avanzados o actividades en marcha para desbrozar montes, levantar las paredes de piedra caídas, organizar la entrada del ganado, vender acebo de forma controlada, restaurar casas, sembrar patatas, celebrar jornadas gastronómicas, recuperar acequias, salvar robles centenarios... Pero ¿quién puede hacer todo eso? Los propietarios. ¿Y quiénes son hoy los propietarios de aquellos montes? Volvamos a la antigua historia...

Unos siete millones de hectáreas forestales salieron subasta en el XIX

La desamortización sembró el temor en los pueblos: cualquiera podía comprar las tierras y privarles de su medio de vida. Decidieron organizarse, se endeudaron, pidieron préstamos y mandaron a algunos vecinos para que asistieran a aquellas subastas públicas. “Comprar el monte no fue fácil, 117.000 pesetas eran mucho entonces; la mayoría lo pasó mal, malvendían el ganado para pagar las letras y en mi pueblo tuvieron que ceder el derecho de tala durante 40 años. Y solo se reservaron el derecho a usar los pastos y coger madera para construir las casas y leña para el hogar”, relata Cándido Moreno de Pablo, 71 años, natural de Herrera de Soria. Pero se hicieron con la propiedad. Sus bisabuelos fueron de aquellos 45 vecinos, posiblemente todo el pueblo, que compraron el monte y se beneficiaron de él a partes iguales. Así ocurrió en muchas provincias y surgieron los montes de socios, sociedad de vecinos, de baldíos, en cada sitio toman su nombre.

Pero las oleadas migratorias del siglo XX vaciaron los pueblos: allí quedaron montes, casas y documentos de propiedad, perdidos muchos para siempre.

Esa fragilidad documental ha permanecido hasta hoy. Si no hay papeles, cualquier Ayuntamiento puede hacerse titular del monte. “No era justo que esas propiedades que se compraron con tanto esfuerzo y que pertenecen a los vecinos cambiaran de manos así, sin más. Nos propusimos buscar a los herederos y proponerles el rescate de los montes y dar un impulso al desarrollo rural”, explica Pedro Medrano, director técnico de la Asociación Forestal de Soria.

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El Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural les concedió el año pasado 732.000 euros para que peinaran los archivos en busca de los propietarios y sus herederos. El camino genealógico les ha llevado donde era de esperar: a Argentina, por ejemplo, pero también a Barcelona, a Bilbao... El trabajo en la provincia de Soria, la más avanzada, ya está completo: se vendieron 185.000 hectáreas forestales y el 81% acabó en montes de socios, una parte para cada uno. Ahora están repitiendo el proceso en Zaragoza. Las cifras que van saliendo indican que los estudios que hay hasta la fecha se han quedado muy cortos. Algunos expertos y estudiosos del asunto calculan que el territorio comunal podría ocupar más de dos millones de hectáreas de los cerca de siete millones de superficie forestal que se desamortizaron. Los montes del común, o montes de suertes, han quedado todo este siglo al cuidado de unos pocos lugareños, pero no podían tomar decisiones sin el concurso de todos los propietarios, algo prácticamente imposible. Para salvar ese escollo legal que tenía paralizadas cientos de hectáreas, se modificó en 2003 la Ley de Montes y se abrió paso a las juntas gestoras, para cuya constitución bastan 11 vecinos que ahora sí, tienen poder de decisión. En Soria ya se han constituido 22 de estas juntas —siete en Asturias y hay algunas en cartera en León y Segovia—, pero no se han conformado con eso. Han seguido buscando a todos los herederos, tirando para ello de archivos, pero también de la memoria de los más ancianos, “lo que ha propiciado, además, fructíferos encuentros e intercambios entre generaciones”. La propia constitución de las juntas gestoras, a las que se ha querido dotar de gran solemnidad, ha sido todo un acontecimiento en algunos pueblos. Las calles se han adornado, se recibió a autoridades diversas y algunos muy ancianos acudieron a firmar los nuevos papeles que acreditan su propiedad. “Los montes en régimen de proindiviso han sido los grandes olvidados, en las estadísticas oficiales, por parte de las administraciones forestales y, lo que es más triste, por parte de los herederos de los compradores, que olvidaban así parte de su historia reciente”, señala Amador Marín, de la Asociación Forestal de Soria.

Pedro Medrano y Cándido Moreno muestran una de las sábanas con el registro de todos los herederos de un monte comunal.
Pedro Medrano y Cándido Moreno muestran una de las sábanas con el registro de todos los herederos de un monte comunal.CARLOS ROSILLO

El rescate de esas tierras tiene un “objetivo principal, que es conservar la población que vive en estas aldeas pequeñas, que no sigan yéndose a las ciudades. Por eso, parte de los beneficios que puedan obtenerse, si no todos, deben tener esa prioridad, restaurar casas y permitir que los vecinos tengan una ayuda económica para seguir viviendo en el pueblo”, explica Medrano.

Los vecinos se endeudaron para poder comprar aquellas tierras

Por lo demás, que nadie piense en hacerse rico. Cuando solo se han encontrado los 11 propietarios precisos para constituir la junta gestora, el resto del dinero solo puede reinvertirse en mejoras, del monte o del pueblo. Y si se encuentra a todos, el reparto dinerario es ridículo. “La experiencia que estamos teniendo es la que esperábamos: estamos encontrando entre los herederos gente joven a la que le hace ilusión participar, dar vida al pueblo de sus abuelos, al monte, ellos saben que con una participación del 0,0008 no podrán nunca hacerse ricos, ni siquiera soñar con una paguita, por más madera que se venda”, explica Manuel Gómez Ceña, (Soria), presidente de la junta gestora de La Póveda (Soria), uno de los pueblos con los planes más avanzados.

La búsqueda de los herederos ha generado inmensas sábanas de papel que ahora se despliegan sobre la mesa de la asociación forestal de Soria. Por esos pueblos de Castilla ha caído más de una lágrima cuando se han puesto en contacto con ellos para decirles que allí están sus orígenes y que ese monte es también un poco suyo, al menos un 0,005% de las acciones. “Elías lloraba igual que un nazareno. Cogió algunas piedras de la casa que fue de sus abuelos y se las llevó cuando se volvió para Argentina”, cuenta Cándido Moreno de Pablo, de una reciente visita que hizo esta familia. “Les he explicado a todos que jamás permitiremos que se use el monte por interés. Me contestaron que se daban por satisfechos solo con poder demostrar que sus hijos son descendientes de aquellos españoles. Son gente muy sentimental”, dice Cándido, castellano viejo, en tono de halago.

“Hay que insistir en que esto no reportará beneficios económicos, de lo que se trata es de que se recupere un sistema de gestión integral, silvopastoral, como el que hubo, equilibrado, y sostenible”, sigue Pedro Medrano.

“Esto de los montes es muy emotivo”

A la muerte de su padre, un viejo emigrante español que hizo su vida en Argentina desde 1925, Elías Pascual quiso buscar sus orígenes. El padre nunca habló mucho de aquello. “Sabíamos que era de un pueblo de Soria y a veces mencionaba El Burgo de Osma. Mi padre perdió todos los contactos cuando murieron los abuelos. Sabíamos también que era un pueblo muy pequeño, pero cogimos el auto y dimos con él. En la primera puerta que llamé, donde había ropa colgada, me recibió una prima mía de la que, por supuesto, no teníamos conocimiento, y después conocí a otros primos... Fue emocionante”, dice Elías a sus 73 años.

En aquel viaje dejó buenas lágrimas. Cogió varias piedras de la casa del abuelo, para él y para su hermana, y se volvió a Argentina. Pero nunca más perdió el contacto. La economía no les permite viajar tanto como quisieran, pero hubo una segunda visita a España hace tres años, con sus hijos. Entonces conoció a Cándido Moreno, que ya le había escrito con antelación solicitándole sus datos para que él y sus hijos figuren como propietarios del monte de Herrera (Soria). Le envió los papeles a Argentina, firmaron y los reenviaron de nuevo a España.

“Algún arbolito me debe tocar, no sé si grande o chico”, bromea. “Pero, sobre todo, es la satisfacción de los recuerdos de la familia, de mi abuelo, que fue uno de aquellos que compraron el monte con tanto esfuerzo”, se emociona Elías, y debe dejar el teléfono en manos de su mujer, una italiana que también llegó con la inmigración, Adriana Mattioli. “Es que él se emociona, son muchos recuerdos, ¿sabe? Todo esto de los montes es muy emotivo, lo que hicieron los antepasados con tanto amor por el suelo es necesario que se siga cuidando para que no desaparezca. Y que quede muy claro que no hay ningún interés económico, por favor, ninguno. Es solo por mantener lo que nuestros viejos hicieron”.

Pero cuando el dinero asoma la patita las cosas se complican inevitablemente. En algunos pueblos, el monte ha empezado a ser más rentable de lo que fue: la culpa la tienen los nuevos molinos de viento. Lo aerogeneradores han traído la pugna entre los vecinos y las administraciones, por ejemplo en Ledrado, una pedanía de Las Aldehuelas. “Nos pertenecen nueve molinos. Nos hemos constituido en junta gestora y podemos explotar eso, ya nos deben atrasos, porque la empresa ha esperado a saber a quién debía pagarlos”, explica Pedro Antonio Marín, que ha vuelto al pueblo después de jubilarse y están emocionado con la idea de dar vida a los montes. Un molino puede dar unos 3.000 euros al año. “Pero que nadie se llame a engaño, los dividendos serán para desarrollo rural, para reinvertir en el bosque, para ayudar al bien común en el pueblo”. Así lo cree también el alcalde, Segundo Revilla Jiménez. “Esos montes los compraron nuestros abuelos, le pertenecen al pueblo, no hay duda de eso. ¿Por qué habría de reclamarlos el Ayuntamiento? Además, los beneficios irán para el bienestar del propio pueblo y para el mantenimiento de su población, eso aquí es vital”, añade.

Sea como sea, todos los implicados en esta aventura apuntan que esta historia nace de la solidaridad y no ha de moverse de ahí. Siempre fue así.

En el pueblo de Cándido, Herrera, hay 15 personas censadas, pero solo cuatro casas abiertas. Cada una de esas casas, en pago por seguir manteniendo el pueblo con vida, recibe un 5% del beneficio de las maderas, o de los arrendamientos para el ganado. El resto lo disfruta el Ayuntamiento, es decir, los vecinos. “Siempre fue así”, recuerda Cándido. “Con ese dinero se pagó el alumbrado eléctrico, se llevó el agua corriente, se construyeron escuelas, carreteras. Era dinero de los vecinos invertido en los vecinos”. Y así sigue.

Las fórmulas solidarias en que se organizan los vecinos para repartirse el uso del monte y su rendimiento son diversas y todas hablan del pasado; preciosas tradiciones que constituyen un formidable patrimonio inmaterial. “En Espejón, por ejemplo, para tener el disfrute de los beneficios hay que garantizar que se vive en el pueblo y hay un libro de pernoctas: los días que se pueden pasar fuera están limitados y los vecinos cuando salen han de comunicarlo al secretario”, cuenta Cándido. Parece un cuento antiguo, pero no lo es.

Pueblo a pueblo, el disfrute de estos montes está por lo general aferrado a la descendencia natural, padres, hijos, bodas, nuevos padres y nuevos hijos. Pero la sangría de población es imparable. Los pueblos se quedan desiertos de nuevo, aunque ahora la emigración se traslade solo unos kilómetros, a las cabeceras de comarca, a la ciudad. “Ya se está hablando de abrir la mano para que puedan entrar en estos repartos familias que no sean del pueblo pero que quieran de verdad vivir en él, inmigrantes, por ejemplo...”, reconoce Pedro Medrano. Cándido duda, recuerda la tradición, a aquellos compradores antiguos... Pero son los tiempos que corren y sabe que la prioridad es que el pueblo siga vivo y con él, su monte.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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