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Tribuna
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La erosión de la igualdad

El escepticismo de los ciudadanos respecto al valor de su voto alcanza límites casi insoportables

El único momento de igualdad real y efectiva en la vida de los seres humanos y únicamente en las sociedades democráticamente constituidas es el momento de ejercicio del derecho del sufragio. De todos los derechos fundamentales somos titulares como ciudadanos, pero los ejercemos como individuos, es decir, como seres únicos, diferente cada uno de todos los demás. El derecho de sufragio es el único que no podemos ejercer como individuos, sino que únicamente lo podemos ejercer como ciudadanos, es decir, como fracciones anónimas de un cuerpo electoral único que constituye la voluntad general. La individualización del voto lo convierte en voto nulo. El voto es lo único que no podemos personalizar en nuestra vida. Esa cancelación de nuestra individualidad en el momento de depositar el voto en la urna es lo que hace posible la democracia. Sin ella, la democracia sería intelectualmente pensable, pero no técnicamente organizable.

La voluntad general así constituida se convierte en el contrapunto de las voluntades particulares individuales. En esa combinación de voluntad general y voluntades individuales descansa el modelo de convivencia que llamamos democracia. Somos iguales en la medida en que participamos en condiciones de igualdad en la formación de la voluntad general mediante el ejercicio del derecho de sufragio y somos libres en la medida en que podemos ejercer la autonomía personal sin más límite que la voluntad general democráticamente constituida. Pues la libertad no existe en el reino de la naturaleza. En el reino de la naturaleza existen el azar y la necesidad, pero no la libertad. La libertad únicamente existe en las sociedades humanas y existe por el límite de la voluntad general.

El ejercicio del derecho de sufragio es el momento de la igualdad, que justamente por eso, es política. Iguales somos los españoles en España, los franceses en Francia y así sucesivamente. El ejercicio de los demás derechos fundamentales es el momento de la libertad. Mediante el primero se constituye la voluntad general. Mediante los segundos se posibilita y garantiza la autonomía personal. Entre todos ellos hay una conexión. El primero sería una fórmula vacía sin los segundos y los segundos no habrían podido afirmarse sin el primero.

Ahora bien, para que la voluntad general pueda ser el contrapunto de la autonomía personal, dicha voluntad general tiene que poder expresarse de manera que sea relevante para la vida de los ciudadanos. Una voluntad general que se constituye democráticamente, pero cuyo contenido es irrelevante, porque no da respuesta a los problemas con los que los ciudadanos tienen que enfrentarse, es una voluntad devaluada, por la que los ciudadanos dejan de interesarse.

Algo de esto viene pasando desde hace algún tiempo en los países europeos. Menos en los países más poderosos y más en los menos poderosos. Pero está pasando en todos. Y cada vez con más intensidad. Desde hacer tres años, el fenómeno es de una visibilidad terrible. La dirección política de un país únicamente puede hacerse a través del proceso de formación democrática de la voluntad general, pero la voluntad general democráticamente constituida cada vez dispone de menos poder para dirigir políticamente el país. Grecia, Irlanda, Portugal, Italia, España, muy probablemente Francia en la próxima primavera. Formalmente todo tiene que instrumentarse a través del principio de legitimación democrática del poder que se expresa a través del ejercicio del derecho de sufragio en el interior de cada país. Materialmente, lo que se hace es incorporar en el sistema político interno decisiones que, no de manera absoluta, pero sí de manera muy importante, se han adoptado fuera.

Esto supone una erosión indudable del principio de igualdad. Nadie deja de ser formalmente igual en el proceso de formación de la voluntad general, pero la igualdad que ejerce en dicho proceso no le sirve de contrapunto para hacer frente a los problemas con los que se encuentra en el ejercicio de su autonomía personal, de su libertad. La erosión de la igualdad afecta a la libertad personal. Cuanto más erosión se produzca en la igualdad, tanto más se ve afectada la libertad. No en todos los países se está produciendo la misma erosión de la igualdad y, en consecuencia, no en todos se ve afectada de la misma manera la autonomía personal.

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Pero en todos se está produciendo. En España lo estamos comprobando en este proceso electoral. Prácticamente son unas elecciones sin campaña electoral, en las que el escepticismo de los ciudadanos respecto del valor de su voto está adquiriendo dimensiones casi insoportables. Cómo puede afectar esta erosión a la legitimidad en la futura dirección del país es algo que está por ver, pero que veremos.

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