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La espina clavada de una víctima

Adoración Zubeldia observa de frente a los etarras que mataron a su marido, José Javier Múgica

Reabre heridas. Recordar ante un tribunal el daño sufrido por el atentado que causó la muerte de un familiar es un episodio de lo más doloroso para cualquier víctima del terrorismo. Pero tener que hacerlo por duplicado porque el juicio se ha de repetir puede ser una injusta tortura para los familiares del fallecido, que deben volver a pasar por el trago, verbalizarlo ante jueces y abogados, público y medios de comunicación. Sin embargo, a Adoración Zubeldia, la viuda del concejal de UPN José Javier Múgica, asesinado por ETA el 14 de julio de 2001, tener que volver ayer a la Audiencia Nacional le ha permitido quitarse la espinita que, desde hace años, llevaba clavada. La de enfrentarse cara a cara a los presuntos asesinos de su esposo.

El pasado miércoles, el día que, en principio, le tocaba testificar, no pudo hacerlo. Adoración declaró escondida tras la mampara que evita que los acusados puedan reconocerla, la colocada en el tribunal para que los delincuentes enjuiciados no puedan reconocer a los testigos protegidos y tomar en el futuro represalias contra ellos. Desde allí, contó entre sollozos cómo salió al balcón nada más escuchar la explosión de la bomba lapa que los terroristas adosaron a los bajos de la furgoneta de su marido y cómo la vio arder junto a su cuerpo. Después, salió por la puerta de atrás y entró por la principal para sentarse entre el público. Y se quejó. “No he podido verlos”, dijo a los familiares que la acompañaron al juicio.

Fue justo en ese momento cuando ocurrió lo inesperado. Un micrófono indebidamente abierto captó un comentario de la presidenta del tribunal, Ángela Murillo: “Y encima se ríen estos cabrones...”, dijo a sus compañeros pensando que nadie la oía. Ese incidente, recogido por todos los medios de comunicación, obligó a Murillo a inhibirse del caso al día siguiente, dejando su puesto al magistrado José Ricardo de Prada. Su renuncia dejó sin valor todas las declaraciones ya terminadas, la de Adoración entre ellas, y obligó a repetir la vista. Conscientes del dolor que una nueva declaración podría causar en la víctima, los magistrados ofrecieron a sus abogados la posibilidad de hacerlo por videoconferencia. Pero Adoración seguía con su obsesión: ver las caras de los acusados.

A la salida, la víctima se econtró con Murillo y se abrazaron 

El jueves, de vuelta en Pamplona, la viuda participó en el ciclo de conferencias que cada año se celebra en esa ciudad en homenaje a su esposo y a la que este año asistió el embajador de EE UU, Alan D. Solomont. “A todo el que acudió a ese acto se lo decía. Que no había podido mirar a la cara a los asesinos de su marido. ‘Me he quedado con las ganas, pero bueno, si tiene que ser así, pues nada...’, repetía”, recuerda su abogado, Juan Frommknecht. Fue entonces cuando el letrado renunció a la videoconferencia y, de paso, a la condición de testigo protegido de su clienta. “Le dijimos al tribunal que quería declarar en sala, mostrando la cara a todos”, explica Frommknetch.

Ayer, Adoración, se sentó de cara al tribunal, con la intención de no perder su segunda oportunidad. Con los asesinos de su marido a su espalda y de cara a los magistrados, no pudo evitar volver a llorar al recordar la muerte de su marido. “Oí un ruido y tembló toda la casa. Salí al balcón. Vi a mi marido, que estaba en el suelo a una distancia. Vi la furgoneta que se estaba quemando y que él también se estaba quemando”, repitió con la voz quebrada. Después desgranó el rosario de amenazas que habían recibido previamente. Cómo en su trabajo como conductor de autobús escolar, Múgica tenía que soportar que los estudiantes le tomaran el pelo. Cómo él mismo, brocha en mano, se dedicaba a borrar las pintadas de dianas que aparecían en su tienda de fotografía. El robo de material, la quema de un coche... Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, quien presuntamente ordenó el asesinato al comando formado por Andoni Otegi, Oscar Zelarain y Juan Carlos Besance, escuchaba el relato incómodo. Con cara de circunstancias. Mirada esquiva.

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La viuda renunció a la condición de testigo protegido para verlos

Terminadas las preguntas, la presidenta del tribunal, Carmen Paloma González, permite a Adoración abandonar la sala. El agente judicial —el funcionario que auxilia en los juicios llamando a los testigos y repartiendo la documentación— se acerca a la viuda para mostrarle la salida. Ella, por sorpresa, le lanza: “¿Les puedo mirar a estos chicos?”. Sin esperar la respuesta se da la vuelta y observa cara a cara a los acusados durante dos segundos. El silencio reinante en la sala subraya la tensión del momento. Lo interrumpe la presidenta con cierta incomodidad. “A ver, por favor, ¿quiere usted abandonar la sala?; si no, puede usted sentarse”, le dice. Adoración no puede evitar lanzar otra mirada antes de enfilar la puerta. Lo ha logrado.

Ya en las postrimerías del juicio, solo Andoni Otegi, el etarra que presuntamente colocó la bomba lapa, se levanta para cumplir con el trámite de la última palabra. “Nadie se ha reído del sufrimiento de la viuda, al contrario, lo respetamos”, afirma. “En cambio, lo que ha sucedido es consecuencia de una mentira y de un afán de protagonismo de una magistrada”, añade en referencia al desafortunado comentario de Murillo. Adoración, sin embargo, no le dio mucha importancia al insulto que el micrófono permitió escuchar. Terminada la vista, en medio del tumulto de público y testigos, se acerca a la juez y se abrazan.

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