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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Underdog’

El término se refiere al cambio de voto de aquellos que sienten simpatía por las causas perdidas

Enrique Gil Calvo

Cuando las Cortes se han disuelto y la precampaña electoral para las próximas elecciones legislativas ya está en marcha a pleno rendimiento, el clima político resulta sin embargo más frío que nunca. Y eso es así porque no hay ambiente o no hay partido, como cabría decir con jerga de espectáculo deportivo. Las expectativas de neta victoria popular y segura derrota socialista son tan claras que no existe incertidumbre posible sobre el futuro resultado del encuentro. El único suspense que podría excitar a los espectadores es el de tratar de adivinar cuán abultada será la paliza que Rajoy le pegue a Rubalcaba y cuál será el tanteo de escaños que sumen los populares (¿pasarán de 200?) y que les queden a los socialistas (¿llegarán a 100?).

Por eso no resulta extraño el clima de desinterés y aburrimiento con que la ciudadanía de a pie, apartada como se siente de la clase política y periodística, sigue los lances de una campaña en la que nos jugamos el cambio de nuestro sistema político. Cambio que puede pasar del actual bipartidismo imperfecto a un nuevo régimen de hegemonía de un solo partido dominante (en este caso el conservador), en el que ya no habrá durante mucho tiempo posibilidad real de alternancia política. Una expectativa de futuro ciertamente deprimente, que me hace añorar un refrán bastante desconfiado que hoy parece condenado al desuso: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Pero no parece haber nada que hacer, pues si alguna catástrofe no lo remedia, el fatalismo de los españoles determinará el 20-N la mayoría absoluta del PP. ¿No hay, pues, resquicio alguno de esperanza?

Es un tópico admitido en la literatura académica sobre sociología electoral que, cuando los sondeos arrojan una gran desigualdad de expectativas entre dos candidaturas rivales, aparecen dos tendencias opuestas de modificación del voto que los expertos rotulan con las etiquetas del efecto bandwagon frente al efecto underdog. El primer término significa “el carro de la banda” (de música, se entiende), y su efecto designa el cambio de voto de todos aquellos que esperan subirse al carro del ganador y para ello siguen la corriente demoscópica de apuntarse al bando del favorito y casi seguro vencedor. Y el otro término (que significa “perro apaleado”: familiarmente, el pardillo injustamente predestinado a ser vencido antes de jugar) se refiere al cambio de voto de todos aquellos que sienten simpatía por las causas perdidas y deciden dar su voto al candidato designado como probable perdedor.

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Pues bien, en este caso, las encuestas parecen indicar que el efecto bandwagon que aconseja subirse al carro de Rajoy se va a imponer por goleada a la posible simpatía contagiosa que el underdog Rubalcaba pudiera despertar entre los románticos impenitentes, si es que esta especie política no se ha extinguido entre la izquierda volátil y el centro amedrentado. Pero no nos pongamos románticos. ¿Qué podría hacer un underdog para suscitar alguna adhesión a su causa perdida, más allá de tratar de despertar la compasión de los indecisos, esperando que opten por la lealtad en vez de por la salida (hacia la abstención o el PP) o por la voz (como los indignados del 15-M)?

En realidad, la posición del underdog Rubalcaba es tan imposible, su causa está tan perdida, que la simpatía y la compasión ya no le pueden servir de nada. Y en su lugar habría que plantear estrategias heroicas por absurdas y paradójicas, al estilo barón de Munchausen (según el análisis que hizo Watzlawick en su teoría del double bind). Digámoslo así: a Rubalcaba le resulta imposible vencer con una estrategia normal y un programa normal (como los que hasta ahora viene proponiendo dentro de la más previsible ortodoxia socialdemócrata), pues su posición como candidato imposible no es normal sino anormal por extraordinaria y excepcional. Por tanto, ya que tampoco puede ser un candidato excepcional como lo fue Obama, lo que necesita como buen underdog es un programa extraordinario y una estrategia excepcional. ¿En qué clase de excepcionalismo cabría pensar?

He aquí una posibilidad, por paradójica que parezca, de darle la vuelta a su imposible situación. Lo que debería hacer Rubalcaba es decir la verdad por una vez sobre la posición en que se encuentra, que es la de no poder ganar las elecciones. De ahí que su excepcional estrategia bien pudiera ser no la de aspirar a la presidencia del Gobierno sino la de evitar la mayoría absoluta del PP. Y su programa extraordinario bien pudiera ser no el que nunca podrá aplicar como líder del Ejecutivo sino el que aplicará como líder de la oposición. ¿Se sumará a las movilizaciones radicales de la izquierda y el 15-M contra el duro ajuste a lo Cameron que nos recetará el PP? ¿O qué hará?

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