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Cómo fue abortado el primer intento de Estado vasco “asociado”

Ocurrió mucho antes del Plan Ibarretxe. Felipe González vetó una propuesta para hacer de Euskadi un “Estado libre asociado” a España. Lo revela el ‘exlehendakari’ José Antonio Ardanza en sus memorias, junto a otros episodios de la vida política. Anticipamos varios extractos

Xabier Arzalluz (izquierda) y José Antonio Ardanza, en el acto del Aberri Eguna de 1995.
Xabier Arzalluz (izquierda) y José Antonio Ardanza, en el acto del Aberri Eguna de 1995. Jon Bernárdez / Archivo Lehendakaritza

El debate político se entremezclaba permanentemente con el de la violencia de ETA y no conseguíamos abrir espacios de distensión que nos permitieran aportar un poco de serenidad. Sentía la necesidad de romper aquella dinámica estéril y endiablada. Después de sopesar detenidamente, tanto en el seno del Gobierno como con la ejecutiva nacional del PNV, las ventajas e inconvenientes que se pudieran derivar, decidimos probar una nueva vía para abordar aquella reflexión y entramos en contacto con una compañía londinense, Control Risks, experta en consultoría de riesgos, a la que encargamos un trabajo que nos permitiera extraer conclusiones de otros casos similares en el mundo.

 (…) La iniciativa fue duramente criticada por todos los partidos de la oposición y sus líderes, especialmente por quienes, como Mario Onaindia, habían pertenecido a ETA y consideraban que el caso vasco no necesitaba de ningún asesor foráneo para su análisis y solución. (…) No me convenía actuar de espaldas al Gobierno de España y le comuniqué mi decisión al presidente Felipe González. No puso ninguna objeción, aunque me pidió que antes de hacer público el informe le permitiera conocer sus contenidos.

El resultado del trabajo de los expertos, que me entregaron en abril de 1986, planteaba un catálogo de posibles iniciativas, que iban desde el ámbito educativo o social hasta el político. Entre las posibles vías para abordar el conflicto político vasco y su encaje en el Estado español proponía una figura institucional equivalente a la del Estado libre asociado y tomaba como referencia el caso de Puerto Rico, en Estados Unidos. Los autores consideraban que aquella solución, en la medida que reconociera el carácter nacional de Euskadi y le confiriese un estatus diferenciado y singular, podría dar satisfacción a los nacionalistas vascos, a la vez que permitiría respetar la posición de los vascos de sentimiento español, pues la figura propuesta no provocaría una ruptura institucional con el Estado español. Me pareció un planteamiento interesante y defendible, y así lo vieron también los miembros del EBB [el órgano de dirección del PNV].

Me reuní con Felipe González y le presenté el documento de los expertos, que incluía un resumen ejecutivo de fácil lectura. El presidente me hizo saber que su Gobierno no respaldaría aquella iniciativa y me adelantó que su publicación obligaría al PSOE a cerrarse en banda. Entendí que su negativa provenía de la convicción de que ni el PSOE ni la sociedad española estaban en condiciones de aceptar aquella solución y de la preocupación de que alguna otra comunidad como Cataluña pudiese también reivindicarla.

Deduje que tampoco iba a contar con el apoyo de los otros partidos vascos que, sin conocer su resultado, ya habían rechazado el informe. No tenía, por tanto, más apoyo que el del PNV. Ante la dificultad objetiva de poder obtener algo positivo del conflicto dialéctico e institucional que la defensa de la propuesta de los expertos iba a abrir, y a la vista de la grave crisis social y económica que estábamos atravesando, concluí que no era el momento adecuado para plantear un debate de esas dimensiones. Hicimos públicas las partes menos comprometidas del documento y decidimos no desvelar el resto. Nunca, hasta la publicación de este libro, había estimado oportuno revelar la propuesta política que el informe planteó y que pasaba por convertir a Euskadi en un Estado libre asociado al Reino de España.

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La idea fue de Control Risks, una empresa londinense de consultores contratada para aportar propuestas

(…) Cuando la actividad terrorista de ETA conmocionó a la opinión pública española, con atentados como el de Hipercor en Barcelona, en junio de 1987, o los ataques indiscriminados contra las fuerzas de seguridad del Estado, y la sensibilidad entre los responsables políticos, policiales y militares alcanzó un grave estado de alarma, Felipe me llamó para mostrarme su preocupación y animarme a que tomara alguna iniciativa. Le contesté que, efectivamente, teníamos un problema muy delicado entre manos y que si no había voluntad de abordar el fondo del mismo no íbamos a encontrar soluciones fáciles. Siempre teníamos encima de la mesa el maldito nudo gordiano de violencia versus política.

Fruto de esas conversaciones surgió la necesidad de adoptar alguna iniciativa política entre los partidos vascos que nos permitiera deslindar la violencia terrorista de ETA de la reivindicación histórica del nacionalismo vasco y encauzarla por vías exclusivamente políticas.

Con la firma del Acuerdo de Ajuria Enea en enero de 1988, los partidos vascos fuimos capaces de consensuar un diagnóstico común, nos comprometimos a actuar de forma unívoca frente a las expresiones de violencia y coincidimos en que el desarrollo íntegro del estatuto de autonomía, a cuyo cumplimiento se comprometieron los partidos españoles, y el ordenamiento jurídico ofrecían una vía adecuada para encauzar la salida de nuestro histórico conflicto. Desgraciadamente, los aspectos de aquel compromiso referidos al autogobierno vasco no llegaron a hacerse realidad y, 23 años después, el cumplimiento íntegro de las previsiones del Estatuto de Gernika sigue aún pendiente.

Los partidos del Pacto de Ajuria Enea (1988) querían el desarrollo íntegro del estatuto. Aún no se ha hecho

(…) Desde finales de 1997 la mesa nacional de HB se encontraba encarcelada como consecuencia de una sentencia dictada por el Tribunal Supremo y un nuevo personaje emergió en el mundo de la izquierda abertzale: Arnaldo Otegi. Había destacado como portavoz en el Parlamento vasco y, tras la encarcelación de sus compañeros de partido, se convirtió en el portavoz más conocido de Herri Batasuna. (…) Egibar entabló en los pasillos del Parlamento vasco una estrecha relación con Arnaldo Otegi y, coincidiendo con mi iniciativa de poner en marcha un diálogo con los partidos de la Mesa de Ajuria Enea en torno al Plan Ardanza, la misma primavera de 1998, el PNV inició un discreto proceso de conversaciones con HB que fue diligentemente vigilado por el Cesid y el Ministerio del Interior, mediante escuchas realizadas a través de micrófonos ocultos instalados donde se reunía HB.

Fruto de esta relación, Egibar recibió la información de que la dirección de ETA se encontraba inmersa en un debate que podría desembocar en una tregua definitiva. (…) A finales de junio, ETA asesinó al concejal del PP en Errenteria Manuel Zamarreño, y este nuevo atentado nos hizo dudar de cuanto nos habían confiado. Un mes más tarde, el PNV recibió una inesperada invitación para mantener una reunión con la dirección de ETA, de la que nuestros representantes volvieron con una propuesta de acuerdo. ETA planteaba al PNV y a EA la adopción de una iniciativa política que consistía en la creación de una institución que representara a todos los territorios vascos y les exigía la ruptura de los acuerdos que manteníamos con el PSOE y el PP. Al mismo tiempo se comprometía a un alto el fuego total e indefinido, del que excluía las “tareas de aprovisionamiento y el derecho de defensa”.

(…) Discutimos la propuesta de ETA punto por punto y se fijó una posición muy clara con respecto a dos de los aspectos planteados. No era aceptable que ETA nos exigiera la ruptura de la relación con el PSE-PSOE y el PP. (…) Decidimos también que la tregua debía ser total y que no cabía ninguna excepción que vulnerara los derechos humanos, por lo que era inadmisible que continuaran enviando cartas de extorsión. Redactamos la contestación a ETA, matizando nuestra posición con respecto a los dos principales puntos de desacuerdo, la imprimimos en el reverso del documento que nos había sido entregado y la enviamos, quedando a la espera de su contestación.

Tras Lizarra, el alto el fuego de ETA fue saludado positivamente por Aznar y boicoteado por Mayor Oreja

Aquellas cartas fueron, algún tiempo después, parcialmente filtradas por el Ministerio de Interior de Mayor Oreja. Solo se hizo pública la cara que contenía las propuestas de ETA, y no el reverso en el que figuraba nuestra posición.

Durante todo agosto no recibimos noticias directas de ETA. Lo único que llegamos a saber, por terceras personas, fue que nuestra contrapropuesta no había sido bien recibida. En la primera reunión que celebró el EBB a primeros de septiembre, los mismos que representaron al PNV en la reunión con ETA presentaron un nuevo documento, redactado por un mediador, que incluía las bases para un diagnóstico compartido entre el PNV y HB, abierto a otras organizaciones políticas y sociales, que en su opinión, además, ofrecía a ETA la percha que necesitaba para declarar su alto el fuego. Se incorporó alguna corrección y se dio por bueno el documento.

Ese mismo texto fue presentado y firmado el 12 de septiembre de 1998 en Lizarra (Estella) por el PNV, HB, EA y otras 20 organizaciones, bajo el título de Declaración de Lizarra. El documento que los partidos firmaron no incluía ningún acuerdo. Era una declaración de principios que derivaban de una comparación realizada con el proceso irlandés y proponía un diálogo no excluyente como fórmula de resolución de los conflictos que existían en la sociedad vasca. Cuatro días más tarde, el 16 de septiembre de 1998, ETA declaró una “suspensión ilimitada de sus acciones armadas”, el “alto el fuego indefinido” que desde tantos años atrás veníamos añorando.

Según pude saber de forma directa, la decisión adoptada en la dirección de ETA no había sido unánime: una mayoría, favorable a encontrar una salida, había impuesto su decisión a la minoría contraria a entrar en un proceso de tregua.

(…) La relación entre el PNV y ETA se fue deteriorando, pues esta interpretó que nuestro partido estaba incumpliendo sus compromisos. Lo cierto es que a lo largo de 1999 se produjo un duro enfrentamiento dentro de la cúpula de ETA y de Euskal Herritarrok y una exacerbación de la kale borroka. Los sectores minoritarios de la cúpula de ETA y de la mesa nacional de Euskal Herritarrok de un año atrás fueron tomando el control de la organización, volvieron a imponer sus tesis y, a finales de noviembre, ETA anunciaba que la tregua quedaba en suspenso, culpando al PNV de su decisión.

Arzalluz no supo retirarse a tiempo y tampoco ha sabido mantenerse al margen de las cuestiones de partido

A pesar de que Arnaldo Otegi no compartía la nueva estrategia, de que el compromiso de Lizarra de la utilización de las vías exclusivamente políticas quedaba conculcado y de que el acuerdo de mayo no estaba siendo respetado, no pudo imponer su autoridad y se dejó arrastrar por los acontecimientos. El asesinato de Fernando Buesa, vicelehendakari de mi tercer Gobierno y dirigente del Partido Socialista en Álava, y de su escolta el 22 de febrero de 2000, que había sido ya precedido del atentado mortal en Madrid contra el teniente coronel del Ejército Pedro Antonio Blanco García, el 21 de enero, obligó al lehendakari Ibarretxe a romper su acuerdo con Herri Batasuna. En las elecciones generales, celebradas el 12 de marzo de 2000, Aznar obtuvo la mayoría absoluta y ya no necesitó de nadie para asegurar su investidura. Los tiempos del acuerdo y el diálogo pasaron a mejor vida.

(…) En 1996, el PSOE había perdido las elecciones y en España estaban floreciendo escándalos de corrupción, de fondos reservados o de los GAL, que implicaban a personajes del partido socialista. Con este trasfondo, y en medio de una acalorada intervención ante los medios de comunicación y varios centenares de militantes, Arzalluz quiso responder a Ramón Jáuregui, quien pocos días antes había advertido al PNV de que el PSE estaba dispuesto a replantearse su presencia en el Gobierno vasco “si los nacionalistas no moderaban su discurso sobre autodeterminación y pacificación”. La intervención de Arzalluz provocó grandes titulares en los medios de comunicación:

—Hemos tenido que taparnos los ojos, la boca, los oídos y, a veces, hasta la nariz, después de todo lo que ha pasado, para gobernar con los socialistas —dijo.

Sentado ante él, me sentí molesto con aquellas afirmaciones, pues estábamos compartiendo el Gobierno con los socialistas. Pero no le dije nada. (…) A la vista del enfado de Benegas, decidí intervenir y hablar con Xabier. Todos los intentos que hice fueron en vano: no respondió a ninguna de mis llamadas (…). Pedí tranquilidad a los consejeros socialistas y les adelanté que había decidido comparecer personalmente en la rueda de prensa posterior para dar respuesta a su demanda y zanjar aquel desencuentro.

—No tengo que taparme la nariz para estar en el Gobierno con nadie.

(...) Al rato recibí la llamada de un miembro del EBB, sorprendido y escandalizado por la reacción de Arzalluz:

—Lehendakari —me dijo—, ¿qué está pasando? ¡Xabier está fuera de sí!

(...) Aquella desavenencia dejó huella en nuestra relación, que nunca volvió a tener la fluidez que había tenido durante más de una década. (…) Arzalluz tenía que haber pasado a la historia del PNV como uno de los grandes líderes que ha tenido desde su fundación a finales del siglo XIX. Nadie cuestionó su liderazgo mientras estuvo al frente del EBB. Pero no supo retirarse a tiempo y después tampoco ha sabido mantenerse al margen de las cuestiones de partido. Lo que más me ha dolido es lo poco considerado que ha sido con quienes le han sustituido al frente del PNV; primero con Josu Jon Imaz y luego con Iñigo Urkullu. O

Pasión por Euskadi, de José Antonio Ardanza. Editorial Destino. Precio: 22,50 euros. Se publica el 5 de octubre.

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