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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

No hemos visto ni las pantorrillas de sus señorías

A pesar de la publicación del patrimonio de los parlamentarios existen muchas fórmulas para disimular la incómoda fortuna mal adquirida al calor del poder que todo partido ejerce

Algunos periodistas creen que ayer los diputados y senadores desnudaron su patrimonio. No comparto tal optimismo. Sus señorias no han enseñado ni la pantorrilla. Años de investigaciones judiciales, policiales y propias sobre el patrimonio oculto de los políticos me han mostrado que existen muchas fórmulas para disimular la incómoda caspa de la fortuna mal adquirida al calor del poder que todo partido ejerce.

La mejor foto del patrimonio de cada parlamentario sería su propia declaración de Hacienda, pero aquí los afectados dirían que se vulnera su privacidad. Y no soportarían tal striptease. Ni siquiera su declaración de Hacienda garantizaría la exactitud de sus patrimonios. Cabe recordar que solo ahora se han encontrado desfases fiscales en varios ejercicios de relevantes políticos del PP que antes del sumario Gürtel nunca sufrieron reproche alguno de Hacienda. Pero siempre daría más luz que esta declaración sometida a su mera conciencia y pudor.

De entrada, la declaración de los parlamentarios nada dice sobre el patrimonio de la esposa, salvo los bienes gananciales, hijos y demás familiares directos. Y esto suele ser un disparo fijo de cualquier investigación judicial o policial que se precie sobre un político presuntamente corrupto. Se dirá que los parlamentarios no son globalmente sospechosos de nada, y menos sus familiares. Pero la estadística de la corrupción política muestra que el dinero irregularmente recibido suele nutrir las cuentas o rentas de un familiar directo que, de facto, ejerce de testaferro. Y, para tal fin, se suele investigar todas las cuentas del tal núcleo familiar, todos sus ingresos y todos sus gastos. Pese a ello, a pesar de revisar cientos de cuentas, como en el caso Fabra y tantos otros, a veces la justicia sólo es capaz de señalar que tal político tuvo más ingresos de los oficialmente declarados, ergo, delinquió fiscalmente, pero sin conocer cómo obtuvo el dinero y a cambio de qué. Esto prueba lo escuálido que resulta saber sólo, como en este caso, el monto que un político declara poseer en sus cuentas. Sin más detalle.

Pero, en este caso, aunque Hacienda supiera que un político ingresa más de lo que declara en el Congreso no va a contradecirle porque lo que le importa es si ha cumplido o no con el fisco. A partir de ahí hay barra libre para redactar la declaración.

Imaginemos un diputado que ocultamente cobra por mantener un bufete, por realizar asesoramientos o por una excedencia sobre un registro inmobiliario o mercantil. Pueden ocurrir dos cosas: que ni siquiera Hacienda lo sepa porque se hace a través de una vía espurea. Pero también puede ocurrir que Hacienda lo sepa, pero no lo declare en el Parlamento porque alegue que no supone actividad sino ingresos por inversiones o acciones. Es un camuflaje perfecto.

El propio salario que los partidos abonan a los altos cargos de cada formación con escaño es un terreno resbaladizo porque la experiencia enseña que hay dos vías por las que se puede multiplicar el sueldo de los políticos sin dejar rastro fiscal: uno es por la vía de pagarle gastos cotidianos (teléfono, viajes, ropa, comida y en ocasiones hasta vivienda) al margen del concepto declarado de dietas oficiales. Otra es tan simple como facilitarle un plus en cantidades opacas, con cargo a las sumas en b que los partidos suelen recibir. Obviamente, ni los partidos declaran tales pluses, ni los beneficiados. Pero existen. Bastaría comprobar cuánto gastan con sus tarjetas personales los parlamentarios. Sorprendería conocer cuán poco invierten en ese tipo de gastos algunos políticos frente al común de los mortales. De ahí pueden surgir esas cantidades luego reflejadas en sus declaraciones como simples depósitos de ahorro. El ahorro de algunos no nace de que sean más esforzados en la gestión de su peculio, sino porque se les suprimen gastos, se les da sobresueldo en especie. O directamente en b.

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Sentado que es imposible radiografiar la economía de un parlamentario sin pasar bajo los rayos x a su núcleo familar, cada parámetro exigido en la declaración deja muchas vías de escape al parlamentario. El patrimonio inmobiliario ofrece un amplio reguero de salidas en falso.

Con mayor o menor detalle, los parlamentarios declaran cuántas viviendas tienen a su nombre y, raras veces su, valor catastral. En el mejor de los casos, faltan datos esenciales para evaluar el patrimonio de cada cual: se deja fuera todo patrimonio ajeno al régimen de gananciales. Y lo importante de las viviendas de un político no es cuántas posee, sino si las compró a un precio real de mercado o se lo rebajó el constructor, cómo financió la compra —en efectivo, con hipoteca...—, si tuvo o no que vender otra finca para hacerse con la nueva propiedad, si su nivel de endeudamiento era inasumible o innecesario. Porque a veces se solicitan hipotecas para fingir que no se tiene dinero para comprar la vivienda de golpe, léase blanquear dinero ilegalmente percibido. Y, por supuesto, en el caso de un político es relevante con qué banco y a qué tipo le fue concedida tal hipoteca. A lo peor, el regalo estuvo ahí.

Algunos registros inmobiliarios suelen denegar las notas informativas detalladas de las propiedades de altos cargos. Eso explica la información sensible que acumulan (cómo y cuándo se adquirió, a quién y por cuánto, cuándo se revendió, a quién y por cuánto). Porque un constructor puede tener la tentación de malvender un piso a un parlamentario, pero también de malcomprárselo. Visto que no hay transparencia en los registros inmobiliarios, los parlamentarios han optado por no autoexigirse más.

Finalmente, el terreno más opaco es el que se dibuja como inversiones financieras, que no suelen identificar. Bajo esta rúbrica puede esconderse desde la gestión, falsamente indirecta, de sociedades, el cobro de percepciones camufladas o el mantenimiento de sociedades patrimoniales ocultas. Pero hay otro elemento más: aunque fueran sociedades sin vínculos personales con el parlamentario, es relevante saber de qué empresas cotizadas en bolsa tienen acciones sus señorías para conocer si su actuación como gobierno u oposición coincide con los intereses de dichas sociedades.

Por todo ello, lo determinante no es cuál es el valor del patrimonio de cada parlamentario, sino cómo lo adquirió, si es coherente con su nivel retributivo oficial de cada año, y cuál es la procedencia de todos sus ingresos. Un solo euro de origen irregular contamina la economía más decorosa. Un parlamentario aparentemente rico no es más sospechoso que otro falsamente austero. Pero se desconocen aún demasiadas premisas: los ingresos retratados son incompletos, y faltan todos los detalles en las compras de viviendas y acciones.

Recientemente, en un viaje a Cuba, pregunté por la residencia del presidente, Raúl Castro. La respuesta fue tajante: “Aquí no tenemos prensa sensacionalista ocupada en esos temas privados”. Pero en España sí es capital por virtud democrática saber cómo han labrado su fortuna nuestros próceres. La sociedad merece unos políticos que detallen todo a sus gobernados: no por husmear chismes de alcoba, ni por saber cuán ricos son, sino por ver cómo amasaron cada ladrillo de su finca.

Hay parlamentarios ricos y los hay menos ricos. Pero en esta criba, solo nos interesa saber si hay parlamentarios ladrones o mentirosos. Y, a veces, los más sospechosos son justo aquellos que reflejan menos fortuna. Hay políticos por debajo de toda sospecha que tienen un patrimonio imposible por modesto. Y no solo es importante cuánto gana la familia del parlamentario, sino cómo lo gana. En ocasiones la actividad/renta del cónyuge o pariente desnuda más al político que todas sus declaraciones parlamentarias. Bajo un discreto y oculto patrimonio puede haber una actividad teledirigida o familiar incompatible.

La posesión de un vehículo es algo que parece inocente, salvo que un incendio en un garaje destape que hasta fecha muy reciente estaba a nombre de un constructor o un sumario revele que te lo regaló Correa. Sustos que da la vida.

Pero frente a tanta trampa, aún creo las palabras de un parlamentario amigo: “A primeros de mes, después de pagar pensión y colegios, me quedo con las cuentas en números rojos”. Sé que no es una excepción. Porque un parlamentario honrado tampoco nada en oro. Gana menos que muchos profesionales que les escudriñan sin piedad. Precisamente hay que eliminar tales trabas actuales para que brille la honestidad de la mayoría de los diputados y senadores sobre el puñado que pueda haber falseado sus declaraciones. No les pido voto de pobreza, sino de transparencia y honestidad.

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