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CARMEN SANDOVAL Directora del Centro de Evaluación de Daños del terremoto

“Revisamos toda Lorca en 36 horas”

“Aquellos días, más que ingenieros parecíamos psicólogos”

Sandoval: “Lo más duro fue ver a la gente sin poder entrar en casa a recoger sus cosas”.
Sandoval: “Lo más duro fue ver a la gente sin poder entrar en casa a recoger sus cosas”.DAVID RODRÍGUEZ

La tarde en que tembló la tierra en Lorca, la primera gestión que hizo la entonces directora general de Transportes (ahora de relaciones con la UE) de Murcia, Carmen Sandoval, fue movilizar a las compañías de camiones de toda la región. La ciudad había quedado colapsada tras el seísmo de 5,1 grados del 11 de mayo que mató a nueve personas e hirió a otras 300, y había que dar de comer a las 20.000 que había dejado en la calle por los desperfectos en sus casas y el miedo a las réplicas. Así que, esta ingeniera de caminos de 40 años se subió en la cabina de uno de los tráilers que acababa de reclutar y puso rumbo al desastre.

Pero en cuanto llegó a Lorca, esa misma madrugada, el transporte dejó de ser su prioridad. “En Emergencias estaban desbordados, así que, una vez allí, me ofrecí para lo que fuera”, recuerda. La Cruz Roja ya estaba desplegada, la Unidad Militar de Emergencias (UME), de camino. Pero quedaba una tarea importante que gestionar: revisar el estado de cada uno de los edificios del casco urbano para evitar nuevas desgracias y lograr que el máximo número de personas —muchas de las cuales se alojaban en tiendas de campaña por las plazas— pudieran volver a sus hogares cuanto antes.

Fue así como Sandoval cambió los camiones por la arquitectura y se convirtió, de golpe, en directora del Centro de Evaluación y Análisis de Necesidades (Cedan) de Lorca. “Lo instalamos en el edificio de la Concejalía de Urbanismo después de que sus técnicos certificaran que su estructura no había resultado dañada”. Una vez allí, lo primero fue enviar un correo electrónico al Colegio de Arquitectos de Murcia pidiendo voluntarios.

“Fue muy emocionante, al día siguiente teníamos a 150 técnicos de toda la región dispuestos a trabajar gratis”. Y no dejaron de llegar. “Tres días después del terremoto ya había en la calle 250 arquitectos, aparejadores e ingenieros revisando pilares y encofrados”, recuerda. “La solidaridad era tremenda. Llamaba a las constructoras y les decía ‘necesito un equipo completo con un encargado, un ingeniero, tres peones y un camión, pero si vienen, no van a cobrar’. Daba igual, al día siguiente los tenía allí.

De Carmen Sandoval y sus hombres (y mujeres) fue la idea de crear un código de colores que, dibujado con un espray en cada inmueble, indicara a sus moradores el estado en que había quedado. Rojo significaba daños estructurales peligrosos que podrían causar el derrumbe, prohibido entrar. Amarillo, inmueble con daños localizados que no podrá ser habitado hasta realizar ciertos trabajos de aseguramiento. Verde, sin daños graves. Después dividieron el centro de la ciudad en 29 zonas a cada una de las cuales fue una cuadrilla de técnicos. “En 36 horas habíamos hecho un análisis preliminar de los más de 4.000 edificios del casco urbano y, al día siguiente, ya estábamos apuntalando”, asegura la ingeniera.

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El resultado final, 22.000 viviendas dañadas, de las que 700 tuvieron que ser demolidas (150 edificios en total), lo que acaba de empujar al alcalde, Francisco Jódar (PP) a pedir al Gobierno central un plan especial de reconstrucción.

¿Lo más duro? “Ver a la gente a las puertas de sus casas que iban a ser derribadas sin que se les dejara entrar a recoger sus cosas. Se me encogía el corazón al ver que lo que pretendían rescatar era lo de mayor valor sentimental: la escritura de la casa, libros, joyas y fotos familiares...”, recuerda emocionada. “La mayoría era gente humilde a la que había que explicarles que, a partir de ese momento, el trabajo era suyo. Que deberían reparar o reconstruir sus inmuebles a la espera de que las aseguradoras o el Estado se lo reembolsaran, y que iría para largo... Más que ingenieros parecíamos psicólogos”.

Pero, de esos días trágicos, también retiene buenos momentos. “La experiencia adquirida. La necesidad de tomar decisiones importantes sobre la marcha y el lujo de trabajar con cuerpos tan cualificados como la UME o los bomberos... Pero sobre todo, la alegría de ver que paulatinamente, gracias al trabajo de todos, la vida en Lorca poco a poco se normalizaba”, señala. Para lo bueno y para lo malo, el terremoto fue, para Sandoval, el episodio más intenso. “Sin duda, la mejor experiencia de mi vida”.

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