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“Vivimos al día”

Aitor Gómez, un gruísta vasco amenazado por un ERE, tiene dos hijos y una hipoteca de 24 años

Aitor Gómez, en el campamento que ha montado con sus compañeros de GAM Aldaiturriaga para exigir el mantenimiento de los empleos.
Aitor Gómez, en el campamento que ha montado con sus compañeros de GAM Aldaiturriaga para exigir el mantenimiento de los empleos.LUIS ALBERTO GARCÍA

“¿Pero de qué crisis me estáis hablando? ¡Si yo tengo más trabajo que nunca!”. Eso solía repetir Aitor Gómez a su cuadrilla de amigos cuando éstos hablaban acerca de la mala situación económica que atravesaban ellos o sus allegados hasta que la empresa en la que trabajaba anunció su intención de abrir un expediente de regulación de empleo (ERE). Le costó creerlo. Este joven de 31 años llevaba diez trabajando en GAM Aldaiturriaga, una histórica empresa de grúas para la construcción ubicada en la localidad vizcaína de Barakaldo, cuando, hace dos meses, la dirección le metió en la lista de los 67 empleados (un tercio de la plantilla) afectados por el ERE de extinción. Los despidos afectan sobre todo a los trabajadores más jóvenes, de menos de 55 años, a los que se ofrece una indemnización de 20 días por año trabajado. “Así tendrán que pagar unas indemnizaciones más bajas”, explica Gómez. La empresa, que tuvo entre sus clientes a compañías de peso como Petronor, ACB, el centro de convenciones Bilbao Exhibition Centre y Nervacero, ya no registra ninguna actividad. En el exterior, representantes de los trabajadores acampan día y noche con pancartas para protestar por lo que consideran una medida “injustificada”. La huelga de todos los empleados, incluidos los que no están afectados por el ERE, es indefinida y han llegado a colapsar la autopista como medida de presión.

“Quieren apostar por las obras relacionadas con la energía eólica, que precisan las grúas más grandes y deshacerse de los camiones con brazo y las grúas pequeñas. Dicen que las pequeñas obras no les salen rentables”, apunta este joven, vecino del municipio de Sestao. La cantidad de horas extras que hicieron el año pasado dan fe del gran volumen de encargos que tenían entre manos. “Hicimos 20.000 horas extras demostrables”. Así las cosas, el Gobierno vasco decidirá si acepta o no el ERE el próximo 28 de julio. Pase lo que pase, Aitor ve su futuro muy negro porque los encargos que tenían “se están perdiendo” y la competencia está dando buena cuenta de ellos.

Aitor, que se lamenta de la suerte que están corriendo las empresas más emblemáticas y antaño claves de la industria en Euskadi, tiene el ánimo por los suelos. “Nunca había tenido la sensación que ahora me angustia por las mañanas. Pienso en venir al campamento con mis compañeros y…”, el sestaoarra no consigue terminar la frase, y se tapa la cara con las manos.

Aitor estudió un ciclo superior de mecánica y tiene el carné de camión. Cree que le será “difícil recolocarse” porque su experiencia es la de gruísta, una especialidad de difícil encaje en la actualidad. En el País Vasco solo quedan dos empresas del estilo de GAM. Tiene dos hijos de dos y cinco años, a los que lleva a un colegio público, y una hipoteca de 650 euros. “Vivimos al día”, señala. Le quedan 24 años por pagar. Su mujer también está en paro, es profesora de jardín de infancia. Antes ganaba unos 1.650 euros más dietas y horas extras, que se convertían en unos 2.200 euros con los que vivían desahogadamente. “No nos faltaba de nada”, indica. Ahora tiene dos años de paro por delante y una indemnización de cerca de 13.000 euros que no sabe “cuándo cobrará”, en vista de que la empresa, según denuncia, le debe el sueldo de junio y la paga extra de julio. “Están jugando con mi familia. ¿Qué va a ser de nuestro futuro?”, se pregunta Aitor mientras trata de reprimir las lágrimas que le hacen parar la conversación varias veces. No descarta hacer las maletas y marcharse de Euskadi.

La situación es si cabe, más grave, porque en caso de que en unos meses no pueda pagar las mensualidades de la hipoteca, refugiarse en casa de sus padres no es la opción ideal. Y es que su padre, Juan Carlos, también trabaja en la compañía. Sufre ataques de ansiedad al pensar en la situación de su hijo. Él no está en la lista, pero la plantilla sospecha que ese grupo de ‘privilegiados’ serán “los siguientes”. Tiene 57 años, una “mala edad” para recolocarse. Desesperado, Aitor confiesa que “ya no tiene nada que perder”, y advierte de que no le importará “morir matando” tomando medidas de protesta aún más duras.

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